Venía de la otra parte, pero siempre cojo La Pilarica para meterme al centro. Un barrio entrañable, tal vez porque fue el primero de los alejados, de los barrios-barrios, que conocí en mi niñez. Cuando la zona iba despuntando entre su condición humilde y deprimente. Antes de la pavimentación y esas cosas que algunos piensan que han existido siempre, pero que en los barrios viene de poco para acá, ¿o no recuerdan? Cuando, dentro de aquella mentalidad clerical que dominaba en la enseñanza, se iba a hacer poco menos que misiones. Sí, aquello de dar catequesis los domingos a los niños pobres (sic). ¡Esto ha existido en este país de carencias y de abusos!
Falta en la foto la iglesia, uno de los tres símbolos históricos del barrio. Lo bueno del barrio de La Pilarica es que entre finales de los 60 y la década de los 70, las luchas obreras redimieron la parroquia. Semillero de curas obreros y adláteres laicos, ya no era la receptora de los colegiales misioneros sino que la oración se volvía por pasiva. ¡Cuánta energía acumulada salió de los locales adjuntos, e incluso de debajo del altar! Paradojas de la vida.
Otro de los elementos definitorios del barrio es el Esgueva. Pero el símbolo-símbolo por excelencia es el ferrocarril y el paso a nivel forzado. Eternamente en vigor. ¿Cuántos no se habrán tirado al tren a unos metros de este punto? Es el único paso que queda en la ciudad a pecho descubierto. Ya no habrá jamás túnel para peatones ni para vehículos. El tiempo del cambio. El AVE liberará al barrio, al último barrio tenido en cuenta por la RENFE, y ahora el ADIF. El paso a nivel morirá al pie de barreras.
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