Así amanecía hoy la ciudad. Y, no obstante el repunte despejado de la tarde, así ha anochecido, sólo que por la noche la visión es ausente. La soledad de los parques se acentúa, los columpios son presa de la melancolía, la perspectiva de las calles queda estrangulada, los monumentos se retraen, las fachadas de los edificios de viviendas se diluyen. En fin, los viandantes no se sabe muy bien a cierta distancia si vienen o van.
Frente al otoño de los colores que se desvirtúan, la niebla configura una película irreal, donde más allá del primer plano nada existe. Poco hay que decir sobre este fenómeno tan ordinariamente nuestro que no nos sorprende, pero que siempre nos sobrecoge. Porque, ¿hay algo más específicamente vallisoletano que la niebla?
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