Hay mucha gente que tira. Pero cada vez hay más gente que recoge. El consumo es cada vez más fugaz, y también más voraz. Lo que se compra dura escasamente. No siempre por utilización, sino por ser mal material, por escaso uso o por despilfarro. El criterio sobre la necesidad varía. Hay quien compra más allá de lo que precisa. Su actitud exulta al mercado y a toda su estructura enfebrecida de altas producciones y extensas distribuciones de mercancías. Por otra parte hay gente para quien su compra no llega a lo que le haría falta. Mala suerte, dice la moral del sistema. Hay personas que se desproveen en cuatro días de lo adquirido, restando valor al objeto. No se trata ya del valor económico que pueda llevar inherente, sino al valor de uso que podría tener para otro humano que lo necesita. Hay personas que están al tanto del desalojo de lo sobrante y hurga en contenedores, los registra, los pone patas arriba.
El sistema es despiadado. Sólo entiende de cifras. Las empresas se marcan anualmente sus objetivos. Si no los logra transmite la alarma a la sociedad. Habla de crisis. Es una gran farsa. No hablan de la competencia feroz, ni del desplazamiento de los competidores pequeños por los grandes (el pez grande siempre se come al chico), ni de la capacidad adquisitiva que ellos mismos marcan con sus contenciones salariales.
El caso es que cada día se observa más gente de apariencia ordinaria rebuscando en los cubos de basura. Más gente durmiendo en coches. Más gente tirada por calles y cajeros de bancos. Más gente deambulando en espera de la caridad de la familia, si la tiene. ¿Son todos foráneos? Evidentemente, no. Los inmigrantes saben organizarse en clanes. Muchos de los que vemos son vallisoletanos de siempre cuyas circunstancias -separaciones matrimoniales, despidos marcados por una edad avanzada que les impide volver a tener trabajo, crisis autodestructivas- les conduce a convertirse en seres extramuros en su propia ciudad.
El sistema es despiadado. Sólo entiende de cifras. Las empresas se marcan anualmente sus objetivos. Si no los logra transmite la alarma a la sociedad. Habla de crisis. Es una gran farsa. No hablan de la competencia feroz, ni del desplazamiento de los competidores pequeños por los grandes (el pez grande siempre se come al chico), ni de la capacidad adquisitiva que ellos mismos marcan con sus contenciones salariales.
El caso es que cada día se observa más gente de apariencia ordinaria rebuscando en los cubos de basura. Más gente durmiendo en coches. Más gente tirada por calles y cajeros de bancos. Más gente deambulando en espera de la caridad de la familia, si la tiene. ¿Son todos foráneos? Evidentemente, no. Los inmigrantes saben organizarse en clanes. Muchos de los que vemos son vallisoletanos de siempre cuyas circunstancias -separaciones matrimoniales, despidos marcados por una edad avanzada que les impide volver a tener trabajo, crisis autodestructivas- les conduce a convertirse en seres extramuros en su propia ciudad.
La basura ya no es el espacio de lo residual. De los desperdicios, de lo inservible, de lo machacado. Es el espejo de lo que se compra innecesariamente y de lo que se aprovecha mal. La selección de residuos debe estar en nuestro propio cerebro. En origen. En ese adquirir lo que voy a gastar y a aprovechar. Lo siento. Creo que esto que digo es un pensamiento subversivo.
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