diario de un vallisoletano curioso

miércoles, 25 de noviembre de 2009

No maltratéis las estatuas

Y el mensaje no va dirigido a los gamberros, sino a las autoridades municipales. Porque a las estatuas se las maltrata o bien por la mano desaprensiva del gamberro o por los criterios cortos de mira de quien decide dónde y cómo instalarla. Puesto que el espacio que se considere va a definir su futuro. Hay una escultura especialmente maltratada, debido a su desastrosa ubicación. Es la dedicada al imaginero, obra de Jesús Trapote Medina. Si hay una escultura en la ciudad que pase más desapercibida al ojo, no obstante su volumen, es ésta. Ignoro por qué la colocaron en las Angustias. ¿Acaso por la proximidad de la iglesia de tal advocación? Por esa regla de tres, hay muchos más lugares, ya que la imaginería, es decir el trabajo de esculpir las tallas de los pasos, está presente en multitud de iglesias y museos.


El caso es que no podía estar más desafortunada situado el imaginero. La estatua es de cierto volumen, y creo que merecería disponer de perspectiva. En el punto en que se halla situada no constituye sino un mueble más. Y ya hay bastante mobiliario urbano por las calles y plazas. Es una escultura que no la ves a distancia, opacada como se encuentra por una serie de elementos que la reducen a un mínimo espacio donde toda su función consiste en que la gente utiliza su basamento para sentarse. Y eso sería lo de menos, ¿por qué no podría sentarse como en un banco cualquiera?

La cuestión es que no atrapa. Y no atrapa porque no atrae. Los paseantes, los de fuera, claro, porque para los de casa la respuesta es abúlica, la descubren ¡cuando tropiezan con ella! En un reducido espacio tiene que ser colega de un quiosco de buena envergadura con uno de esos toques decimonónicos que el Ayuntamiento impuso, no sé si sacados de las fotos del París o del Berlín de otra época, y dejándolos caer de modo aleatorio y en conflicto con el diseño de nuestras fachadas y calles. Pero ésa es otra guerra ¿insalvable?, porque la estética y la sencillez, y mucho menos el atrevimiento imaginativo, no son precisamente el fuerte en el consistorio.


Por si fuera poco, la escultura del pobre imaginero tiene casi encima la fachada monumental del Teatro Calderón, que es toda una superficie que define el lugar. Y un poco más al fondo, en direccón a la subida a las Angustias, los edificios desproporcionados no se convierten precisamente en el mejor telón de fondo. Además debe adaptarse forzadamente al borde de la calzada, en un semicírculo que forma la acera, teniendo por delante una barandilla protectora de peatones y por detrás un semáforo inmediato. También hay farolas y hasta una señal de circulación. Las viviendas casi la rozan y para más inri, durante unos cuantos meses del año, tiene que codearse con las mesas y sillas del bar Magnolia, que en su toma por parte de la clientela prácticamente la tapan. Todo un enjambre de mobiliario urbano, de acumulación de objetos y edificios, que desaloja automáticamente al laborioso imaginero de bronce que con su mazo y cincel pretende hacer su tarea. De ver esto, ¿qué diría uno de aquellos artesanos y artistas que trabajaban la madera hace varios siglos? O más cercano a nosotros, ¿qué pensará Jesús Trapote Medina, el autor de la obra? ¿O se instaló ahí con su consenso? Conclusión. Perspectiva necesaria para la contemplación de una escultura que merezca ser digna de tal nombre: cero.

Y esto nos remite al tema de fondo. A la pérdida de espacio propio de la escultura. Y en línea con ello, a la baja estima que se tiene de las esculturas en la vía pública. Una escultura no se trata sólo de lo que represente, sino de facilitar el espacio que la defina ante el que mira. Y ahí, se falla de cabo a rabo.

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