En la parcela donde se derribaron hace pocos años las últimas casas próximas a la Antigua -¿quién no se ha tomado vinos en el entrañable y ya desaparecido Gabino?- están aflorando los vestigios del Valladolid secular. No parece que sea nuevo. Ya aparecieron restos de distintas épocas en la zona de la cabecera de la iglesia y en general en cualquier espacio de esta zona, poblada desde el tiempo de la romanización. El hipocausto romano, la necrópolis de la Baja Edad Media y bóvedas de puentes del Esgueva constituyeron algunas de las sorpresas.
Lo que a uno le mosquea especialmente es que estas excavaciones no parece que se realicen a causa del interés arqueológico en sí que el Ayuntamiento debería mostrar por principio. Sino que juegan el papel de una especie de catas con vistas a descartar que no haya restos importantes que impidan ejecutar el nuevo aparcamiento subterráneo de vehículos en ciernes. Un planteamiento a la inversa, sí señor.
Es decir, que lo que cualquier entidad municipal moderna y culta plantearía como de interés primordial, es decir, conocer el pasado de la ciudad y comprobar el valor y la dimensión de lo que existe en el subsuelo, aquí parece revelarse lateral y subsidiario respecto al interés fundamental: ampliar la red exagerada de aparcamientos en profundidad, lo cual, en lugar de disuadir a los conductores para que tomen el centro de la ciudad, lo que hace es provocar precisamente su congregación.
Con esta mentalidad no sería de extrañar las prisas en efectuar las excavaciones arqueológicas de la zona de la Antigua. Aparecerán restos de las viviendas desde la Edad Media, los trazados de sus calles, los sedimentos rellenados de antiguos cauces de la Esgueva sobre los que se consolidaron nuevos núcleos urbanos. Cuando leo la prensa y las declaraciones que efectúan las autoridades y los técnicos municipales, me los imagino cruzando los dedos para que no salte nada importante que demore el plan de ejecución del aparcamiento.
Todo da la impresión de que se trata, por lo tanto, de levantar acta de que ahí debajo hay piedras -sí, la ciudad perdida del Valladolid extinto-, sin mayor valor -habrá que ver qué concepto de valor tienen en el Ayuntamiento-, y como ya es sabido que para el común de los ciudadanos las piedras no dicen demasiado, pues a taparlas de nuevo o a levantarlas si eso es lo que exige la técnica para el nuevo templo de aparcamiento de la chatarra rodante.
Es decir, que lo que cualquier entidad municipal moderna y culta plantearía como de interés primordial, es decir, conocer el pasado de la ciudad y comprobar el valor y la dimensión de lo que existe en el subsuelo, aquí parece revelarse lateral y subsidiario respecto al interés fundamental: ampliar la red exagerada de aparcamientos en profundidad, lo cual, en lugar de disuadir a los conductores para que tomen el centro de la ciudad, lo que hace es provocar precisamente su congregación.
Ah, y algo importante que no hay que olvidar: juegue o no un papel en el futuro este tipo de aparcamiento gruyère, el negocio de las empresas constructoras ya está hecho. No sé si uno resulta excesivamente puntilloso, pero sospecha, no sin base lógica, que cualquier tipo de gestión urbanística de una urbe parece ir a remolque del negocio de las florecientes empresas privadas que estos últimos años han hecho su agosto con el suelo del país, sea en el interior o en la costa.
Con esta mentalidad no sería de extrañar las prisas en efectuar las excavaciones arqueológicas de la zona de la Antigua. Aparecerán restos de las viviendas desde la Edad Media, los trazados de sus calles, los sedimentos rellenados de antiguos cauces de la Esgueva sobre los que se consolidaron nuevos núcleos urbanos. Cuando leo la prensa y las declaraciones que efectúan las autoridades y los técnicos municipales, me los imagino cruzando los dedos para que no salte nada importante que demore el plan de ejecución del aparcamiento.
Todo da la impresión de que se trata, por lo tanto, de levantar acta de que ahí debajo hay piedras -sí, la ciudad perdida del Valladolid extinto-, sin mayor valor -habrá que ver qué concepto de valor tienen en el Ayuntamiento-, y como ya es sabido que para el común de los ciudadanos las piedras no dicen demasiado, pues a taparlas de nuevo o a levantarlas si eso es lo que exige la técnica para el nuevo templo de aparcamiento de la chatarra rodante.
Uno desea que de una santa vez aparezca algo de un valor especial, algo que no pueda ignorarse ni machacarse sin que suscite escándalo, algo que ponga en guardia a los ciudadanos ante el mantenimiento de ¿unas simples piedras? Yo diría que en ellas hay también señas de identidad. Pero, ¿queremos preservarlas? Memoria histórica -maldita coalición de palabras que hiere los oídos de nuestros regidores- y física, al fin y al cabo. ¿La respuesta? En cosa de dos meses. Lo que dure la excavación por imperativo legal, lo que lleve lavarse las manos entre competencias jurídicoadministrativas y lo que aguante la presión del negocio en marcha. Ojalá me equivoque de cabo a rabo. Prometo desdecirme y pedir perdón.
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