diario de un vallisoletano curioso

viernes, 6 de noviembre de 2009

Esos portales desconocidos...

Uno de mis últimos descubrimientos es la ciudad contemporánea. ¿A estas alturas? Sí, a estas alturas. Y reto a otro urbanita medio a que me asevere que él ya lo descubrió hace tiempo. Porque haber vivido en ella durante una parte de ese tiempo contemporáneo no implica haberla conocido en la suficiente extensión.

Por supuesto que la memoria de calles, casas, casonas, patios y pasajes donde jugábamos de niños permanece. Pero cuando jugábamos, simplemente eso, jugábamos. No hacíamos otra cosa. No permanecíamos en los detalles. Aún nos asaltan imágenes más o menos imprecisas de patios con columnas, pasadizos, escaleras, rincones...que no se resistían a nuestra indagación. Pero los detalles, o estaban ocultos o nuestra mirada era aún demasiado estrecha para percibirlos. Es ahora, al cabo del tiempo en que la memoria es fresca pero no suficiente, cuando uno se da de bruces con los detalles de toda la vida, que estaban ahí pero que no vio anteriormente. ¿Será que uno tiene ahora otra mirada?


Cuántas casas de aquéllas han desaparecido. Cuántas han rehabilitado con escasa fortuna, sin parecerse hoy día a lo que fueron. Pero sigue habiendo espacios con su pequeña riqueza y simbolismo. Uno de esos detalles que se ofrece como rico regalo de la arquitectura burguesa de un Valladolid emprendedor, siempre a medias, siempre insuficiente, pero decidido y que apostó por el desarrollo industrial y profesional de la ciudad, se manifiesta en las estructuras y fachadas de edificios de calles como Muro, Gamazo, López Gómez, Miguel Iscar, Acera de Recoletos, Platerías, etc.

Y desplegando detalles dentro de los detalles, como esas cajas chinas ofreciéndonos sorpresas concéntricas, las puertas y portales de muchos de estos edificios nos deparan admirables representaciones ornamentales. Y ahí el tallado de los ebanistas o los frescos de los estuquistas o la huella de los azulejeros o el temple ferruginoso de los rejeros que levantaron las barandillas de las escaleras.

En la restauración de algo de esto andaba Bárbara y su compañero, lijando el maderamen de la puerta y renovando la pintura de las paredes de entrada a uno de los portales de López Gómez. Fue ese trabajo esmerado el que me llamó la atención y el que me llevó a descubrir un interior que es representativo de ese Valladolid menos conocido y que yo llamo el Valladolid oculto. Por más que esté a la vista de cualquiera. Se dirá que muchos no pueden enterarse porque no han tenido motivo para entrar en alguno de esos portales. Pero, ¿cuántos de los que frecuenten oficinas, academias o viviendas y entran y salen varias veces al día, han caído en la existencia de esos elementos decorativos que ennoblecen paredes o techos? ¿Cuántos se paran a disfrutarlos?

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