Tengo debilidad por las viejas y entrañables galerías de mi ciudad. Acaso porque es el otro lado del edificio, la parte de atrás, lo menos noble de la casa, suponiendo que su fachada lo sea. Puede que por su discreción y modestia. Acaso porque quedan pocas. Tal vez porque las colecciono en mi subconsciente.
Fachada y trasera de una casa son los opuestos, pero también los complementarios. Como en la hoja el haz y el envés. Como en la moneda la cara y la cruz. Como en la mano el anverso y el reverso. Como en la reflexión los pros y los contras.
Hay un elemento que los complementarios de un edificio comparten: la luz. Una luz de uso desigual. Más de vestir y aparentar aquella que penetra por los balcones y ventanales de las fachadas. Más práctica y operaria la que invade el espacio interior por las galerías.
En la desnudez de una galería hay exhibición. También interferencia. Hoy se diría que una invasión de la privacidad. Es como si quedara al descubierto el pudor de la casa y con él también el de sus moradores. Podría decirse que está a sotavento, estéticamente hablando.
Pero los inquilinos no se dejan. Sábanas, persianas o largas cortinas dotan de una modesta pudibundez a los ventanales. El maderamen se hincha y se da de sí, la cristalería se raja, los marcos se salen del quicio. Se disimula el abandono, pero la dejadez avanza.
La atracción de lo oculto. Limitadas a los espacios interiores entre viviendas, la visión de las galerías sólo está reservada a los vecinos de los edificios del entorno. Se enseña y se miran las balconadas externas, los miradores, las hileras de ventanas de la delantera, nunca las galerías que dan al patio, a los patios.
Los testigos que permanecen en la corteza del solar accidental también muestran sus huellas del tiempo. Los sistemas de construcción, los materiales, la quebradiza vertical probablemente sentenciada.
La atracción de lo oculto. Limitadas a los espacios interiores entre viviendas, la visión de las galerías sólo está reservada a los vecinos de los edificios del entorno. Se enseña y se miran las balconadas externas, los miradores, las hileras de ventanas de la delantera, nunca las galerías que dan al patio, a los patios.
Los testigos que permanecen en la corteza del solar accidental también muestran sus huellas del tiempo. Los sistemas de construcción, los materiales, la quebradiza vertical probablemente sentenciada.
Visto desde la calle de los Moros. Si es un ejemplo de la ciudad que se acaba, a mi no me molesta. Prefiero la sinceridad conmovedora de lo pretérito y de lo que agoniza, pero que muestran la arquitectura de a pie de otros tiempos, a la falta de imaginación de tantos edificios nacidos y renacidos sin ninguna gracia en los últimos años en el corazón avasallado de este Valladolid que ha ido pasando de mano en mano.
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