Día a día, los colores otoñales del Campo Grande se alteran. El parque es un pulsador cromático de la ciudad. Ese reino botánico decide su curso allende las actividades que los vallisoletanos desempeñan. Para mi es un calendario. Cada tonalidad de las plantas marca una fecha. El volumen de hojas caídas señala otra página que se pasa. Si alguien viviera sin las referencias formales al uso, ya se sabe, un reloj, un trabajo sistemático, un calendario de Hacienda, una liga de fútbol, etc., le bastaría con observar el paso de las luces y colores por el Campo Grande para saber en qué tiempo se encuentra.
El otoño es una debilidad, pero no mayor o menor que el resto de las estaciones. Simplemente es la debilidad visual de este instante. Como dice el haiku:
Hojas caídas
buscan en el origen
hojas nacidas
Y en esta debilidad me complazco. Sin melancolías, sin negaciones, sin pesimismos. Leyendo los colores de la estación entiendes. El color habla fuerte. Tras estos colores vendrán otros y otros más. Un ciclo sin fin que nos sobrepasará. Me permito esta debilidad hermosa del otoño. No pido disculpas por mi recurrencia. El parque me enajena cada vez más. Al contemplar el riachuelo calmo, sus bordes, las sendas recuerdo otro haiku que me llega del Este:
Hojas caídas
forman nidos a mis pies
marchitándose
jeje ,la primera también la tengo yo,mira
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Vaya, Batido, veo que eres sensible a lo que nos rodea, y que lo captas muy bien. Adelante con tu ojo clínico.
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