diario de un vallisoletano curioso

sábado, 28 de noviembre de 2009

¡¡¡Apunten!!!

¿Quién les iba a decir de su postrer destino como papelera? Con su flamante orgullo se habrán paseado por unas cuantas paradas militares. Eso como poco. Acaso su bautizo de fuego, esto es, su razón de ser, no haya pasado de una serie de ejercicios y maniobras. Ser un número en el stock del arsenal para bellum hasta que llegara otro modelo de la casa que desplazase al anterior.


¿O se trataba de armamento reutilizado? De eso en el panorama armamentista hay mucho. Unas potencias se quitan stocks vendiéndoselos de segunda mano a otras naciones. Recuerdo aquel desfile militar de infancia -todos los años se estilaba en Valladolid un desfile por la Acera de Recoletos- en que al paso de los ruidosos y pesados tanques los entendidos decían: estos son los que nos han vendido los americanos de la guerra de Corea. Entonces comprendí que el intercambio de cromos y tebeos al estilo del cole o de Cantarranillas que hacíamos los chicos también lo efectuaban los altos estamentos de los adultos. Pero en eso de los tanques, los cañones, los aviones o los radares, ¿qué se concedía a cambio a los que desalojaban sus excedentes o se quitaban de en medio lo que para ellos era obsoleto?

De su fiereza en línea de antaño sólo queda este simbólico montar guardia en las puertas de una chatarrería del Polígono Argales. Cortesía del chatarrero, de momento se salvan del desguace, como los toros bravos a los que se les indulta. Solo que sobre estos cañones no se sabe si su bravura ha ido más allá del manejo de unas cuantas manos de soldaditos forzosos que en el pasado justificaron su mili.

Cruel destino el de las armas, aunque no mayor que el de los que perecieron por su uso en la historia de la humanidad. Creadas para la destrucción -incluida la disuasión, que es también una manera carísima de destruir intenciones- su caída en desuso, bien por exceso o bien por defecto, las condena a la larga a la chatarra. Si la chatarrería de Argales ha indultado a esta pareja habrá sido o por su espectacularidad casi arqueológica o por un morboso regusto estético o por nostalgia. Afortunadamente, en su inutilización está su salvación, y a mi no me molestan que presenten armas cada vez que paso por delante. Les veo tan vencidos a los pobres que casi me dan pena.

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