Siguen cundiendo las pintadas callejeras. Las de calidad, las que no molestan. Descubro algunas no tan recientes en Parque Alameda, que muestran gran sentido lúdico, y además están realizadas con mucho colorido y buena factura artística. Se distinguen enseguida, ¿verdad? Otras revelan mucho ego, como la que está trabajada con plantilla (por Pedro Lagasca) Me pregunto si será la efigie del mismo artista o acaso de algún divo al que admire. Las hay en plan caricatura, como la risueña y de trazo único y seguro, esa del chico de la gorrilla que anda por Guadamacileros. Luego, la reivindicativa de bicis que no es sino alfabeto latino tajante y sonante, en una obra de la misma plaza Fuente Dorada. Y las hay más firmes y radicales, con hondo contenido político y meramente textuales (por la zona de Avenida de Irún y Plaza del Ejército) Toda una manifestación pacífica antisistema.
Sigo pensando que los muros de la ciudad continuan siendo expresión viva, aunque las ideas e intenciones no sean muy nuevas. Alguien me comentaba el otro día que había descendido considerablemente la acción de la mano de firmas fáciles que pintarrajean escaparates, portales o paredes. Esas que compiten con otras por la última pared estrenada, a ver quién llega primero o quien copa su distrito. Desde luego, prefiero las obras de arte o las frases de rebeldía cívica a los simples tachones. Puede que haya ego en todas ellas, pero al menos denme un ego ilustrativo, colorista o conceptual. Algo que me proporcione placer al mirarlo o me haga reflexionar.
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