diario de un vallisoletano curioso

martes, 31 de agosto de 2010

Deconversando con Ana Hatherly


No sabía de la portuguesa Ana Hatherly. Uno sabe tan poco que necesitaría otra vida si quisiera sbaer. Ahora, gracias a que nuestra paisana Casilda García Archilla ha editado Una conversación con Ana Hatherly, que es una joya visual, me pongo como loco a indagar sobre esta poeta que cultiva además de la palabra en el sentido directo la poesía visual. Pero como mis noticias al respecto son escasas, ahí va una dirección donde lo cuentan como yo no sabría hacerlo:

http://sociedaddediletantes.blogspot.com/2010/07/una-conversacion-con-ana-hatherly.html

Mientras, como me gusta jugar, se me ocurre deconversar con la poeta y con la autora de la edición con esta serie de fotografías. Espero que a ésta no le moleste. Y es que los libros están dotados, entre otras cosas, de una buena dosis de maleabilidad. No sólo por sus textos sino por las geometrías con las que nos obsequian. Esta edición cuidada y trabajada no tiene pérdida.


lunes, 30 de agosto de 2010

Otra de vanidad de vanidades

Si alguien dice que no ha visto tal detalle alguna vez, no le creo. Este paseante curioso, que es amante de las insignificancias con significado, ha cedido esta vez ante el dicho burro grande ande o no ande. Algunos dicen que es el escudo más grande de España. Y qué. ¿Acaso se trata de competir por un registro vulgar en el libro Guinness de los records? La verdad es que el tema es rompedor. Toda una fachada de iglesia en que es ocupada por un escudo nobiliario en lugar de por una descripción religiosa, más o menos austera o desbordante, como solía ser de rigor.

El perito en lunas, nada menos que un tal Pedro de la Gasca, fue Virrey del Perú allá por el siglo XVI, e incluso ostentó el obispado de Palencia y el de Sigüenza. Toda una carrera: la religiosa, la de armas, la política y su vertiente diplomática, se fundieron en un personaje de extraordinaria pretenciosidad, a fe de lo que vemos que dejó labrado en esa fachada. Porque no otra cosa indica que desplace incluso a los santos (o los minimice, como en este caso, a la propia Magdalena) para plantar sus cuarteles, nunca mejor dicho, en el lienzo más importante de la iglesia. Que está enterrado dentro de ella ya es sabido, también bajo un túmulo escultórico que resalta sus dotes y sus bienes. Cuando uno ve estas cosas, y hay muchas de esta semejanza, medita sobre la prepotencia que han tenido ciertas clases con poder en este país de fijosdalgo. No me extraña que de aquellos polvos se llegara a ciertos lodos. Que puede que sumen y sigan.

domingo, 29 de agosto de 2010

Sordos pero no ciegos

Ignoro si el cartel de la derecha sigue en vigor (el de la izquierda seguro que sí) pero a mi me chocado. Es de desear que los conductores no sean ciegos y lo lean a tiempo. Pero pongamos por caso que sí, que hay niños sordos por la zona (intersección de la calle José María Lacort con Simón Aranda) O algún colegio de niños sordos. No creo que los riesgos de tráfico se reduzcan por poner carteles de este estilo. Más bien reduciendo la circulación por el centro. No atrayéndola con aparcamientos, por ejemplo. Y mira por dónde esta calle ha visto considerablemente rebajado el tráfico en los últimos años, ya que tengo la impresión de que éste se canaliza de otra manera. Por cierto, todos los edificios que se ven en derredor son eclesiásticos. Una manzana imponente cuyos edificios son propiedad clerical, aunque de diferentes clérigos. ¿No suena a otro tiempo? La zona es muy golosa para la especulación inmobiliaria. No sé si donde se ve el hueco había más proyecto en superficie, pero los terrenos se reconvirtieron en varias plantas de plazas de garaje subterráneo. Se ha dicho que es uno de los últimos negocios que puso en marcha el Arzobispado. Ya se ve que puede haber niños sordos, pero también adultos que no son nada ciegos. Utilizando un término italiano muy en boga mundialmente allá por la década de los sesenta del otro siglo, se trata de aggiornamento en la procura no sólo del alma. Y es que la tierra da para mucho más que para el descanso eterno.

sábado, 28 de agosto de 2010

El jardín de las estatuas

En mi niñez, el viejo Hospital daba repelús. Y probablemente era lo mejor que había. A su lado se levantó más tarde la nueva Facultad de Medicina, pero el edificio antiguo seguía transmitiendo abandono y tenebrismo. En parte por su estructura, muy semejante a la de las cárceles modelo. Tal vez un concepto de distribución interior de salas que igual podía valer para un roto que para un descosido en materia de masas humanas.

Tras aquel uso creo que estuvo cerrado bastante tiempo y luego debió ser ocupado temporalmente por el Conservatorio de Música. Sólo recientemente se utiliza como Escuela Taller dependiente de la Diputación. Y la verdad es que el exterior, al menos, es otra cosa. La generación de una zona de hierba visible desde la calle, aprovechando los árboles que ya había ya es mucho. Si a eso se añade una serie de esculturas la sorpresa es mayúscula.


Algunas objeciones. Sobran los coches de aparcamiento: demasiada costumbre la de este país en que los cargos aparquen a la puerta misma de la oficina. Aún son escasas las esculturas, podría ampliarse su dotación, siempre que se mantuvieran planos de perspectiva suficiente y no se agobiaran unas a otras. Tal vez la zona verde debería ser algo más jardín incluyendo plantas y flores. Y de los autores de las esculturas...o no me fijé o no consta por ninguna parte la autoría.

Ignoro si la puerta está abierta sólo en horas de trabajo, pero debería potenciarse el espacio y que los ciudadanos pudieran entrar en este patio verde los fines de semana. Me parece que, aunque sean escasas las obras, el lugar atrae. Y no veo mal esa escalera de cristal o metacrilato que se ha añadido a la antigua edificación. Da la sensación de que también es una de las esculturas al uso. Una grata sorpresa. La ciudad gana con estas iniciativas que no son tan insignificantes.

viernes, 27 de agosto de 2010

Tras la puerta verde

Ciertamente que no se trata de una puerta cualquiera. Porque tampoco es cualquier edificio. Como acontece en casi todos los edificios de la ciudad, incluso en los más nobles, éste también ha pasado de mano en mano. Y así primero fue de un vizconde y luego de un gobernador -y desde su origen han transcurrido casi seiscientos años- para que ya con los Reyes Católicos -que se casaron en él, por cierto- se le destinara a un menester especialísimo.

Por esa puerta, no sé si en sus primeros tiempos sería verde, han pasado labriegos y menestrales, militares y civiles, nobles y plebeyos, latifundistas y asalariados, rentistas y arrendados, artesanos y probablemente hasta clérigos…Por lo tanto, no son unas aldabas cualquiera, ni unos clavos más, ni un postigo como tantos. ¿De qué se trata, entonces? En este caserón se dirimieron durante siglos las querellas judiciales de gran parte de España, si no de toda. Aunque andando el tiempo el exceso de actividad y las distancias llevarían a crear otras audiencias. Se trata por lo tanto, de la denominada Real Chancillería, el máximo tribunal de justicia.



Sean o no los originales esos herrajes que exhibe el portalón imponente, transmite una sensación de seguridad, de fortaleza, de guardián de la última palabra, de palacio de la jurisprudencia. Cuántos inocentes y cuántos culpables pasarían por el zaguán de entrada, para salir no se sabe si más inocentes o más culpables, o cambiando las tornas. Uno imagina los miles de legajos que se tenían que mover, con informaciones harto complejas sobre tierras, obras, bienes en fin, y sus propietarios y sus reclamantes. Uno imagina los desplazamientos de gentes de otros lugares de la península -aunque cabe pensar que en Valladolid hubiera una abundante corte de procuradores y abogados- y el tiempo dedicado a una causa. ¿Cuánto tardaría en estudiarse una causa, armar un procedimiento, procesar y dictar sentencia? ¿Cuántos no pasarían a mejor vida mientras se tramitaba la tarea de impartir justicia?

El viejo caserón, sucesivamente renovado a lo largo de siglos, y conocido también como Palacio de los Viveros -iniciales propietarios del primer edificio- de esta Real Chancillería tenía adjunto, por lógica del asunto, una cárcel (hace días expuse fotografías exteriores de la misma) y conserva también un archivo abundante, seguramente a medio analizar su contenido. Este severo y riguroso edificio preserva secretos -¿cuántos enigmas, silencios, confidencias, trueques, corrupciones y pugnas interjudiciales no guardará entre sus muros?- que permanecen en el silencio de siglos. Ay, si esta maciza puerta de clavos y aldabas hablara…

miércoles, 25 de agosto de 2010

Cúpulas laicas sobre el cielo de la ciudad

Aunque uno tiene la fea costumbre de ir mirando al suelo, también gusta de elevar la mirada y contemplar el Valladolid cupular. Ciertos edificios del siglo XIX, cuando se esperaba un despegue industrial de la ciudad superior al que tuvo lugar, solían rematar su empaque añadiendo una cúpula en la esquina que el edificio formaba en la confluencia de dos calles. Distintos modelos de cúpula, unos recordando las bizantinas, otras afrancesadas, otras modernistas e incluso alguna modesta con pretensiones de cúpula que más parece un gorro tártaro…De todo hay en la viña del Pisuerga. Siempre me ha intrigado saber qué hay dentro de las cúpulas. ¿Acaso una mansarda? ¿Una habitación sin más? ¿La vivienda del portero? ¿El remate de una escalera? ¿Un simple trastero? Hasta la fecha no he visitado ninguna de las que saco a colación aquí. Pero nunca es tarde si me invitan.



lunes, 23 de agosto de 2010

Calma y amable Rosa

Me gustan este tipo de esculturas de calle. Más por su expresión formal y la simbología sencilla que por la dureza que transmiten los materiales. Me gusta que de un personaje no se haga una exaltación desmesurada. Que, en este caso, se considere a la escritora en su normal cotidianidad. Que se la sitúe en el espacio compartido de los ciudadanos, la calle. Que lo simple defina su oficio. Que lo representativo de éste se encuentre cotejado con mesura. Que se resalte lo principal: el ser, la mujer. Que no se hagan aspavientos ni guías del saber vivir ni épicas ni mensajes trasnochados. Que no se trate de cumplir con una ingratitud a la que esta ciudad se abonó durante tanto tiempo con sus hijos, sobre todo aquellos que no tuvieron cartel ni compartieron tolerancia de los vencedores.

No es del todo auténtica esta escultura. Rosa Chacel apenas vivió en nuestra ciudad unos pocos años de infancia. Se sentaría en un banco, pero nunca como mujer madura. Y sin embargo, hay algo de atrayente en el monumento. Y es que la vincula más allá del tiempo que ella pasara en su ciudad natal. Que hace saber a los viandantes de su existencia (¿cuántos cotejarán en sus casas al menos la biografía de Rosa?, ¿cuántos se habrán aproximado a alguno de sus libros?) Que la rescata de sus periplos de vida (sus viajes, su exilio político y vital, sus nuevas ubicaciones en América) para adoptarla de nuevo. Es como si los avatares de una España rota, que no le permitieron seguir en su geografía, se curasen un poco con este reconocimiento.

¿Se siente de verdad el espíritu de esta mujer tranquila en un banco de la Plaza del Poniente? Creo que sí, se haya leído o no su obra. Dulcificando la corriente de tráfico que bulle a sus espaldas, Rosa Chacel habla al paseante. El niño lo comprende y se dirige a ella. Para mi, ése es el verdadero triunfo de una escultura. Que deje que los ciudadanos se acerquen a ella.


(La obra es del escultor vallisoletano Luis Santiago Pardo, el mismo autor del relieve a Guillén en la calle Constitución y el conjunto Homenaje a Guillén y a la infancia dentro del parque del Poniente, que sacaré otro día)

domingo, 22 de agosto de 2010

Aprovechando que tenemos el Pisuerga

En los días tórridos lo mejor es parar y mirar. Una propuesta: acercarse a la orilla del Pisuerga (y mira que tiene una larga orilla) Por ejemplo, entre el Puente del Poniente y el Puente Mayor. Sin llegar siquiera a la playa, para estar más recoleto. Justo ahí donde los pescadores y los gansos saben estar. Aquellos echándole paciencia y las ánades subiendo y bajando el curso, entre humildes barcas varadas que están a la espera de alguien que las alquile para un paseo.

Nuestro monumento fluvial por excelencia no está puesto solamente para marcar el fondo del valle. El Pisuerga bien vale nuestros ratos de calma y oxígeno.