diario de un vallisoletano curioso

viernes, 20 de agosto de 2010

Encuentros en el casco histórico


El hombre estaba allí, sentado plácida y relajadamente en un banco. Acaso el lugar le agradaba. A la vera de San Agustín, aquella iglesia sin bóveda y con la nave pelada, en una intemperie permanente, en la que jugábamos a la búsqueda de tesoros y misterios en nuestra adolescencia. Hoy esa iglesia tiene otro uso que ha permitido salvar el edificio. Es el moderno archivo municipal. Junto a un convento de época renacentista como Santa Isabel (un claustro impresionante) y la calle de Santo Domingo de Guzmán, donde se halla otro convento, el de Santa Catalina, forma un espacio de rescate de última hora que se agradece.

Ya he comentado alguna otra vez lo interesante que es la calle de Santo Domingo. Es un corto y mudo pero impoluto testigo extraviado de hace muchos siglos. Por otra parte, la ambientación actual está lograda, aunque a veces no se cuiden detalles como los contenedores de basuras. Pero se ve que las calles no se hacen para las fotografías de pose, por muy históricas que sean. No dudo de que esta calle se ha preservado precisamente debido a la existencia de esos muros conventuales. La urbanización de la zona hace que el tráfico sea ligero, a veces casi mínimo, y eso se agradece. De ahí que ese hombre aproveche uno de los bancos para un descanso espontáneo. No sé que tienen las piedras, pero los descansos junto a edificios históricos o ruinas son tan estimulantes como los jardines o el campo. Te abstraes en esos espacios.

Por una circunstancia casual el hombre y yo nos pusimos a hablar. Fue un rato corto, pero sustancioso. Un tiempo en que la empatía funcionó. Hablar del desastre urbanístico de los 60, del carácter de nuestros conciudadanos, a veces cortante y seco, del arte, incluido Oteiza, de las posibilidades frustradas de mantener buena parte del patrimonio histórico y artístico civil de la ciudad, del rescate reciente in extremis de algunos edificios en pulso con la barbarie inmobiliaria dio paso a comentar el don que es la vida, o sobre los mercaderes que volverían a ser desalojados del templo en la improbable presencia del Cristo, de la necesidad del conocimiento y de la fe en la amistad y en el encuentro casual. ¿Que es imposible hablar en poco tiempo de tantas cosas? No creáis. Intentadlo. Es sorprendente. Ángel, el hombre se me reveló sacerdote (capucha, dice) y, a pesar de mi distancia con personas que han optado por esa fe, yo me sentí comunicativo y a gusto y creo que él también. Y es que la vida y el placer del encuentro, como el arte, sortea lo que separa y une lo que aproxima.

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