diario de un vallisoletano curioso

domingo, 31 de enero de 2010

Entre flores, frutas y verduras

Es uno de esos rincones que más salvo de mi ciudad. Rincón que es plaza. Plaza que es mercado. Mercado que es tránsito. Lo salvo porque es la continuidad de aquellos puestos que originariamente estuvieron en la calle Dos de Mayo, protegidos por una larga marquesina que iba de Ferrocarril a General Ruiz. De ahí el nombre heredado y en vigor: Mercado de la Marquesina. Y que cuando levantaron los edificios de buen standing y excesivamente altos de Dos de Mayo se les trasladó a la próxima calle Muro. Hasta que posteriormente recalaron en el Campillo de San Andrés, devenida en Plaza de España después de la guerra incivil.

Era y sigue siendo un mercado complementario de los que están conformados como edificios, tipo actual del Campillo, entre Panaderos, Hostiero y Vega. Entre la morfología del inicialmente establecido en Dos de Mayo y éste actual, poco ha variado. Los puestos siguen estando a pie de calle, eso sí, más organizados, con un sistema de limpieza riguroso. Sabes que hay mercado durante la mañana y punto. Por la tarde es plaza, lugar de citas de jóvenes y de viajeros de autobús. El logro no lo pongo en duda. Ya que en su día cometieron la barbaridad de derruir el histórico mercado del Campillo, del tipo del que hubo en Portugalete (también venido abajo) y del Val (milagroso mercado testigo del pasado), al menos la solución urbanística fue muy conseguida en este emplazamiento actual.

Si la marquesina de ahora cumple el papel de protección de los rigores del clima sobre los comerciantes fruteros y verduleros, lo hace también para la gente que acomoda incluso en el intercambio dominical de cromos que, mira por dónde, se me han escapado para la foto. Pero cualquier día de estos me paso y dejo constancia. La marquesina, dividida en dos zonas simétricas, pero vinculadas por la fuente de los niños jugando con la bola del mundo, está lograda con ese arco que la hace decorativa.

Ni que decir tiene que la fuente es de mi agrado. La bola del mundo como símbolo universal en medio de una plaza con nomenclatura más estrecha es una bonita manera de proyectar el futuro que se impone como presente. Ya hay muchos que cuando quedan en este lugar dicen nos vemos en la Bola del Mundo. Lo de Plaza España se va desplazando, aunqe se utiliza igualmente, simplemente porque el objeto concreto puede más que un rótulo. Y no te digo de lo a tras mano que cae oir que tal comercio está en el Campillo. Te entienden nuestros ancianos, los que van quedando por la zona y que, aunque cada vez menos, aún resisten.


sábado, 30 de enero de 2010

Los niños del granado

Sacados de su contexto, el espectador se queda en una visión superficial. Niños que juegan, niños que pelean, niños que se sujetan al árbol, niños que se esconden. ¿Pero se trata de algo más que un juego? Acaso es una alegoría cuya interpretación se precipita sin solución de continuidad desde hace quinientos años.

Que nadie se abrume ante el telón de propaganda y de soberbia humana que exhibe esta fachada del Colegio de San Gregorio. Eran tiempos lejanos. Que existieron. A mi me recuerda un poco aquellas representaciones helenísticas de Laocoonte y sus hijos, o la del Río Nilo y sus afluentes representados también en criaturas. Es obvio que el eje central es el escudo de los Reyes Católicos, confirmando la conquista de Granada a través de ese árbol tan representativo, precisamente en torno al cual los niños se mueven con descaro. Pero todo el mundo sabe que la conquista de Granada es la puntilla con que se abre eso que se ha dado en llamar la unidad de España. Y que algunos prefieren denominar la constitución del nuevo Estado, aunque éste aún se le reconociera con el nombre de Castilla.

Pero a mi lo que me llama la atención sobremanera y creo que le da un toque rompedor son los niños. ¿Qué significado tienen? ¿Son los hijos de la nueva nación, así en abstracto? ¿Son sólo los hijos del granado, los últimos pobladores españoles no cristianos? ¿Son los pobladores de todos los reinos y territorios que han sido doblegados bajo la hégira de los reyes unitarios? Unos se enzarzan, otros se suben por las ramas, otros se balancean en ellas, otros sujetan el tronco...Ramajes y niños viene a tener un simbolismo semejante. Son los frutos del árbol de la vida, por lo tanto representan la continuidad y a la vez lo nuevo.

Tal vez ahí está la clave. El enorme escudo y los leones es el emblema, lo oficial, lo que se va a reproducir en todos los documentos del nuevo Estado. Los niños de rostros sonrientes que, por cierto, son bastante clónicos, puede ser el símbolo de lo que llega y se va incorporando. Fachada intensamente política, en un centro expedidor de teología como fue el Colegio de San Gregorio, hace pensar en los entresijos y juego de cesiones y concesiones entre los poderes eclesiásticos y los de la realeza. Pero ésta es otra historia.

jueves, 28 de enero de 2010

El alma del violín


De ella solo sé que se llama Tatiana. Obviamente es rusa. Se instala en el cruce de la calle Santiago con Zúñiga. El violín es su alma. Detrás, seguro que tendrá otras almas vivas, algunas lejanas. Ofrece también a la venta algunos discos de cosecha y edición propias. No sé más, pero todo sería cuestión de preguntarla. Con quedarse un poco escuchándola ella se conforma y le gratifica. Pone cara sonriente, no sé si por bondad con la gente o con la composición que ejecuta. El que transita por la calle debería detenerse. Desafiar la algarabía febril y estresante del ir de compras. Desonectar dos minutos. Sintonizar con su arte. Apreciarlo. Estimarla. Porque el verdadero alma del violín es la violinista.



miércoles, 27 de enero de 2010

Aire profundo, aire nuestro

Ésta sí. Esta escultura aquí, en la apacible y peatonal Cadenas de San Gregorio, la encuentro sentido. Se integra con sentido. El lienzo de sillería de piedra no se siente agraviado por la oquedad de acero y por el escorzo retorcido de la composición. Chillida sabía lo que hacía, tanto en esta calle como al borde del mar Cantábrico. El diálogo a tres adquiere fuerza. La piedra, el metal, la carne del hombre que transcurre por la calle. Porque esta escultura es profundamente humana. Porque es, representa, el tamaño y la dimensión de los hombres. Y porque, además, más allá, atravesando el muro, la forja y el ramaje, está el aire. Invisible y tenaz. Incontenible y hondo. Empuje y aliento.

Por si quedaba alguna duda de que piedra y hierro fueran demasiados duros, a alguien se le ocurrió el árbol. No hubiera sido necesario, pero frente a polémicas estériles del momento, se buscó dulcificar con un simbolismo que podría haberse evitado. Pero se añadió. Acaso para que nadie viera un pulso conflictivo entre los materiales y las historias de los hombres. Que nadie olvide que recién acabábamos de salir en este país de la noche de los tiempos. Primero fue un roble, fenecido. A árbol muerto, árbol puesto, aunque sea otra especie. El entorno de la pavimentación, en canto rodado, torna más humano el ámbito. ¿Hay algo más significativo y próximo que los guijarros?

La escultura se erigió en 1982, en homenaje al poeta Jorge Guillén, nacido vallisoletano. Chillida tomó como referencia aquellos versos del poeta en su obra Cántico:

...Soy, más, estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me inventa,
Soy su leyenda. ¡Salve!

Va a hacer veintiocho años de la familiaridad de esta escultura moderna en una ciudad de referencias antiguas. ¿Quién iba a decir que los versos de Jorge Guillén iban a consolidarse en el lenguaje paralelo de este monumento?

martes, 26 de enero de 2010

De cara y culos

Que nadie vea perversidad ni equívoca intención. Los leones están ahí. De cara a la ciudadanía, sentados sobre columnas, mostrando a los paganos los escudos de Castilla y los del templo del Saber. Esos que muestran un árbol frondoso y aquel lema sacro: sapientia edificavit sibi domum. Como un pasaje protector del edificio universitario, se despliegan en torno a éste pregonando la buena nueva, que ya resulta bastante vieja. A modo semejante a un dromos, la avenida procesional donde las esfinges de los templos egipcios conducían hasta la entrada. Esfinges protectoras en el antiguo reino de las castas sacerdotales del Nilo, leones regordetes de apariencia fiera aquí.

Pero también ofrecen sus espléndidas melenas estilo Rey Sol, su espigada espalda, sus orondas nalgas, sus ancas pesadas y seguras, su rabo recogido entre los glúteos. El león muere también por la boca, como dicen que muere el pez, simplemente porque con frecuencia tras su rugido monumental se abandona a la lasitud, a la digestión y al aplazamiento del apareamiento. Aquí, en la Plaza de la Universidad, no tan ajenos al smog ni a la inclemencia de los tiempos, ya que su deterioro es notable, siguen ofertando su mercadería emblemática. Abandonados a su suerte y tal vez poco acompañados por el peatón de esta época, que pasa ignorándoles. A mi me resultan simpáticos estos leones y aunque pueda ser malinterpretado, me parece que se conservan en mejor estado por detrás que por delante.








lunes, 25 de enero de 2010

Mirada sobre el tiempo

Siempre se me antojó que su mirada y su cabeza eran las de Picasso. No sé por qué, analogías de imágenes, simplemente. El deterioro de la pintada ha envejecido también al personaje. Sea cual sea. Cuesta reconocer un rostro cuyas arrugas se confunden con el ladrillo de la pared. Y sin embargo, el hombre de ojos profundos sigue mirando al río Pisuerga, bajo la pasarela que hay junto a la antigua Hípica. Porque cuando el retrato en un muro es expresivo el significado se salva. Un hombre de edad contempla el tiempo y las aguas del tiempo le despiden, camino de su desembocadura. Observo que cada vez que paso por ahí es más profunda y nostálgica esa mirada. Mas la sonrisa de la experiencia permanece. Escéptica, tal vez. Y el río, que no cesa.


domingo, 24 de enero de 2010

Estética contra estética

Incomprensible. Nunca he entendido cómo se les pudo ocurrir a las autoridades de la ciudad la ubicación de semejante escultura en el Patio Herreriano. Y la desdichada jugada procede de 2001. Obra que ya de por sí costaría un buen precio a la ciudad, puesto que fue realizada por el cotizado pintor y escultor realista -en este caso excesivamente hiperrealista- Antonio López y sus hermanos Julio y Francisco.

Le doy vueltas al asunto y no se me ocurren sino dos explicaciones. Por una parte, que sigue existiendo la extendida costumbre del peloteo en este país. Y por otra, la ausencia de criterios artísticos razonables entre los responsables del encargo, y/o al menos de sentido sobre la conveniente ubicación de una obra.
El Patio Herreriano es por sí mismo una unidad armónica que no precisa más que de un elemento: su propio espacio interior vacío. Y una atención: el mantenimiento a lo largo de los años. Es una estructura medida y completa de la mano y trazado de Juan de Herrera. Todos sabemos los avatares históricos del edificio: la desamortización que se cebó sobre el Monasterio de San Benito o la posterior transformación en cuartel del Ejército. Si ya su rescate fue un triunfo para la sociedad civil, y la recuperación resultó francamente buena, por favor, no lo estropeen con la invasión del patio por parte de un grupo escultórico circunstancial, sin gran interés artístico. Desde luego, la composición ya puede ser todo lo cordial y familiarmente expresiva que se quiera, pero el tamaño destroza con su gigantismo el entorno. Este grupo a dos, independientemente de que recuerda el abusivo culto a la personalidad que tanto ha caracterizado la historia de las naciones, tiene una dimensión que, en todo caso, precisaría de una situación en modo alguno a ras de suelo. Dicho de otra forma: ni es el lugar ni es la manera.


¿Un caso de Política contra Estética? Ni siquiera eso. Pienso más bien que aquí se produce un choque entre estética con minúsculas, la de los funcionarios sedientos de complacer a una representación del Poder del Estado, y la Estética herreriana, la obra originaria del arquitecto, que bastante tiene con sobrevivir a la incuria del tiempo. Es de desear que no sucumba a la mole desproporcionada que ocupa su cuadrilátero. Esta imagen, de momento, y ya va para nueve años, está francamente dañada.



Y eso se produce en lo que además es parte de un Museo reciente -de Arte Contemporáneo- que debería vigilar con sumo cuidado los elementos que lo componen. Miren si se concederá escasa importancia a la escultura que, si buscas en la página web del Museo, pasa prácticamente de refilón. Como si a nadie gustase, pero no se atrevieran a decirlo. Por lo demás, disfruten de las fotografías, complázcanse en la obra del inmenso Herrera y midan las proporciones. Admiren los frutos de sus columnas toscanas y ese cuerpo superior airoso en su justo punto.





sábado, 23 de enero de 2010

Se sube el telón

Como telón de fondo. Aunque no se sabe si éste sube o también baja. Superpuestas a las modestas casitas de Arca Real, las nuevas moles de Diursa y otras constructoras, se van alzando junto a la Avenida de Madrid. No a la velocidad que hubieran querido los constructores, puesto que el estallido de la burbuja inmobiliaria ha tocado a todos de plano y de pleno. En este tramo se observa apenas una fila de casas de planta baja única, con alguna calle transversal, donde la tranquilidad y el sosiego revelan unas relaciones de vecindad fruto de unos moradores que se conocen de toda la vida.

Aislados por las naves y empresas que hubo anteriormente junto a la carretera de Madrid, su salida forzada era por el Polígono Argales. Aún sigue siéndolo, aunque al menos lograron hace algún tiempo una pavimentación en condiciones. Desconozco si habrá alguna conexión directa con calles de los nuevos edificios. No obstante, la proximidad de la prevista y nueva urbanización del Polígono, con cambios de uso en parcelas (ya hay carteles de tipo Metrovacesa y FCC) a las puertas de este minibarrio amenaza con emparedar y aislar estas casas del todo.

Casas como éstas son las moscas cojoneras de la avidez de los promotores de nuevo cuño. Uno no puede por menos que verlas con simpatía, porque se supone que el espacio urbano es de todos. Y en todo caso, cualquier modificación espacial en la ciudad debe verse como una planificación pactada, nunca causando territorios de excluidos o zonas marginadas. Esperemos que las nuevas edificaciones no actúen como tenaza sobre el barrio de Arca Real.




viernes, 22 de enero de 2010

Al pie del humilde mojón

Es y no es el paisaje urbano. Hay una calle, que también es una travesía. Y de pronto, nos lo recuerda el sencillo mojón. Ahí lleva toda la vida. Un hito, no sólo del kilometraje de Obras Públicas, sino de la historia del país. Teniendo en cuenta que España es un país de tradición centralista, con el eje de la rueda en Madrid y los radios, tanto en carreteras como en recorridos ferroviarios, partiendo de la inefable villa y corte. Aunque vayan cambiando las cosas, aún se cuenta desde el célebre kilómetro cero. Y aguantando mecha, impertérrito a los calores rigurosos y a los fríos secos, a orillas del Pisuerga.

Y él, modesto y sencillo, con una cifra y dos colores por banda, indicando la clásica carretera nacional y aguantando el tráfago de San Ildefonso con Isabel la Católica. No es un invento nuevo. Ya los romanos instauraron los miliarios para sus calzadas, una extensa red inteligente, varia y compleja, recorriendo la piel de toro conquistada. Lo curioso es advertir la persistente existencia del mojón en pleno centro de la ciudad. ¿Cuántos transeúntes se quedarán con su rechoncha y entrañable figura?
Este poliedro de tres caras cuya forma de remate -cual tricornio del dieciocho- se me escapa, es uno de esos iconos procedentes de la vieja España, como el toro de Osborne o el Anís del Mono. Lo curioso es que mientras muchos de estos emblemas tradicionales van desapareciendo comercial y publicitariamente, el mojón de carretera persiste en su férrea voluntad de marcar caminos que hoy se orientan por el GPS. Salvo que las normativas europeas lleguen un día y decidan que hay que variar las referencias de distancias y recorridos. Pero siempre nos quedarán los mojones de museo o de recuerdo. Yo ya me tengo apuntado uno.