diario de un vallisoletano curioso

viernes, 31 de diciembre de 2010

Valladolid, en la corriente del 2011


Me apetecía despedir el año desde uno de los puentes del Esgueva. Este río postergado desde el siglo XIX a las afueras de la ciudad no se le cita como al Pisuerga. Sin embargo fue hasta esa época el río intraurbano por excelencia de Valladolid. Un río que eran dos, llámense ramales o Esgueva Norte y Esgueva Sur, recorriendo callejuelas, plazas, solares y fincas. Que las razones de transformación urbanística y de salubridad de su tiempo forzaron a expulsarlo del centro. ¿Os imagináis por un momento que la ciudad estuviera aún recorrida por los dos Esguevas? ¿No sería otro paisaje urbano? Ahora es un único curso que, no obstante, atraviesa unos cuantos barrios importantes para desembocar en el Pisuerga allá por Ribera de Castilla, junto al Barrio España.

La recuperación hace escasos años de sus márgenes y las mejoras del encauzamiento lo han integrado plenamente y con harta dignidad. Sus aceras ribereñas son frecuentadas por cantidad de vallisoletanos para hacer la caminata saludable cada día. Los puentes son humildes; algunos recientes y funcionales, sin más. Pero aún quedan otros con pátina y, si bien modestos, enseñorean todavía una buena factura secular. Tal el de la fotografía.

Es en ese puente (en el camino viejo del Cementerio, junto a las antiguas Pistas) donde me he encontrado uno de esos escudos de la ciudad anteriores al que tenemos en vigor. El actual siempre me ha parecido demasiado rígido, lineal y rebozado en el recuerdo caprichoso de la última dictadura. Deberíamos recuperar el esplendor estético y libre de connotaciones totalitarias de alguno de los escudos anteriores. Me gusta el escudo de Valladolid que ofrece este puente: llamas o jirones destacando sobre todo el entorno que las cobija. Suficiente; ni laureles, ni espadas, ni cintas, ni adarga. Desde el pretil del puente ese escudo antiguo y soberano contempla el transcurso cotidiano de las aguas provenientes del valle Esgueva. Todo un símbolo. Valladolid se contempla a sí misma. Aguas que se vuelcan en otras. Aconteceres que se suceden hacia nuevos tiempos. Justo cuando estos, más que nunca, se cuestionan. Desde el puente miro la corriente y me veo en ella junto a toda la ciudadanía. A por 2011, con salud y sensatez.



jueves, 30 de diciembre de 2010

Orgía caligráfica


Pocas palabras caben ante este inmenso tapial de caligrafías. Solo se me ocurre calificarlo de verdadera orgía de letras, dominantes sobre las escasas representaciones figurativas de tipo cómic. Si los tres artistas callejeros -porque estos lo son, al menos cuando hacen estos trabajos- que firman en uno de los espacios del largo muro no se han quedado a gusto en su ego poco les debe faltar. Y si el objetivo, como dice el texto, es que se recuerden sus nombres, principalmente el de uno, lo logra. El único pero es que el lugar no es de paso mayoritario de gentes. Las paredes de la imprenta Angelma, en el Camino del Cementerio, acogen este repertorio de letras y colores que me ha fascinado. Pero para verlo bien hay que meterse en el solar de tierra y hierbajos que hay delante. Se echa en falta algo más dosis de humor, pero si el objetivo era enaltecer un nombre y una composición caligráfica que es más pintura que letra lo han conseguido. Qué buenos tipógrafos se están perdiendo las artes manuales. O no.


domingo, 19 de diciembre de 2010

El jalón de una riada

Más de trescientos setenta años de aquella riada. Conozcas o no Valladolid, cuesta hacerse a la idea de que el Pisuerga subiera tanto desde su lecho natural. Aunque no queda lejos, hay un desnivel bueno. Y sin embargo llegó hasta el convento que la escritora Teresa de Cepeda y Ahumada, acontecida en Teresa de Jesús (¿serían su capacidad de letras anterior o posterior a su apertura mística?) fundara en la ciudad. Quién iba a decirla a ella que el convento, la santa y el lugar acabarían dando nombre a uno de los barrios más populosos, significativos y variados de la ciudad. Cuando paso delante de esa lápida que es un hito, que se muestra real pero a la vez se revela fantástica, me incito siempre a imaginar el nivel salvaje de las aguas. Y el temor de las mujeres que habitaban esa morada. Qué antigua y sorprendente es la urbe del Pisuerga.



viernes, 17 de diciembre de 2010

Carteladas a la contra


Sal corriendo, parece decir el niño del puzzle. El pegador secreto ataca imaginativamente de nuevo. Y aunque no tiene que ver con los carteles del boicot al consumo, distintas manos supongo, parece que se complementaran.

La cartelada es inteligente y concienzuda, pero ¿capaz de suscitar respuesta y seguimiento cívicos? Lo dudo. Las fechas han concitado sobre cada cabecita de la grey tal conjunto de pautas que, lejos de rebajar el ritmo de compras, el personal se empeña en gastar más. Naturalmente, siempre que su disponibilidad económica se lo permita. Frasecitas como “hombre, una vez al año” (cuando el consumo es una cadena que hipoteca día a día), “de ésta no te arruinas” (vaya usted a saber), “no te vas a privar estos días” (como si la carencia nos matase), “las navidades son las navidades” (y qué, ¿hay que hacer sobrecompra por eso?) son algunas de las cosas tontorras que suele decir el compañero, el vecino o el contertulio del bar pretendiendo justificar el exceso de gasto.



No obstante, se observa desde hace un tiempo cierta capacidad crítica, al menos cuando hablas en plan más reducido e íntimo con la gente, sobre el tema. Todo el mundo sabe que compramos más de lo que necesitamos. Que nos rodeamos de objetos prescindibles. Que el volumen de basura crece sin cesar. Que vivimos en una dinámica que nos consume. Y que nos hemos acostumbrado a un nivel de consumo no siempre beneficioso para el cuerpo que el día que quiebre nos va a volver caínes. Así que, por una parte, se agradece un gesto lanzado a categoría de convocatoria pública.




miércoles, 15 de diciembre de 2010

Por su mala cabeza


No deja de ser sorprendente. Pierde la cabeza el santo y en su lugar una concha marina se convierte en la nueva testa. La Asociación Familiar Rondilla recuperó hace no muchos años este arco, que era la entrada a la antigua y seguramente amplia y fecunda huerta del convento de San Pablo. Creo que se llamó la Puerta de los Carros. Ese rescate acompañó a la creación de un pequeño parque junto a la primera fila de casas del barrio, haciendo más agradable el acceso. Y descongestionando y embelleciendo el entorno. Por la otra parte, mirando hacia San Pablo, queda la trasera del Instituto Zorrilla y lo que ha sido la Residencia hospitalaria hasta hace poco. Ese vial, que separa la arquitectura institucional de los primeros edificios de la Rondilla, ha sido siempre bastante agresivo. Amplio y de doble sentido es como una frontera entre el centro y el barrio, cuando apenas son unos metros los que hay en juego. Por eso fue un acierto recuperar elementos arquitectónicos como la Puerta o escultóricos como el león de piedra, y añadir una zona verde para tomar la calle por parte del vecindario sin los riesgos de la circulación. No es ésta la estación del año más propicia para contemplar el jardín, pero creo que, como gran parte de las iniciativas surgidas de la asociación de vecinos, tiene su mérito y su valor.


domingo, 12 de diciembre de 2010

¿Guantánamo?


¿Qué si es Guantánamo? No, es la Pasarela de la Esperanza, pero se le parece. Ese aire carcelario, pensado en la máxima protección de la línea del AVE, conecta al peatón desde la Carretera de la Esperanza con el Polígono Argales y la Carretera de Madrid. Lo que históricamente consistía en atravesar un paso a nivel es ahora una especie de montaña rusa en que avanzas y retrocedes para salvar la línea del ferrocarril. Éste es el aspecto nocturno que presenta, aunque en las fotos el alba llame a la puerta. Durará lo que dure el soterramiento del tren. Cabe esperar que para entonces -¿cuántos años por delante nos contemplan?- la comunicación peatonal sea más cómoda y menos solitaria.



viernes, 10 de diciembre de 2010

Qué solas se quedan


Qué solas se quedan las ventanas. Cuando nadie mira tras los visillos. Cuando nadie sube y baja las persianas. Cuando nadie limpia los cristales. Cuando nadie se apoya en la baranda. Qué entereza la suya, en medio del abandono. Vieja nobleza que no se deja vencer, a pesar de su decadencia. El paseante se detiene unos instantes ante ellas. Las rinde tributo. Las reconoce. Por lo que fueron. Aún ve -cree ver, imagina, recuerda- a los habitantes de la casa levantando persianas y abriendo los cuarterones. Aún escucha conversaciones de vecinos entre balcones y ventanas de pisos superiores. Fantasmas de la memoria. Respeta su melancolía.


(Se pueden ver en el Caño Argales, edificio de la Casa del Bacalao)



jueves, 9 de diciembre de 2010

martes, 7 de diciembre de 2010

Sobredosis de carteles de NO


Siempre he sido un escéptico de los letreros que aconsejan, prohíben o inducen. O dicho de otra manera, que no sé si sirven para algo. Esos letreros de no pisar la hierba, no llevar suelto al perro, no jugar los niños a la pelota, etcétera. Los tradicionales, vamos. Carteles que a veces crecen como setas y acaban entorpeciendo el mantenimiento del jardín. ¿Son un preventivo del sentido cívico de los ciudadanos? ¿Tan poco respetuosos con el medio nos consideran las autoridades? Esas chapas ocupantes, ¿sugieren, prohíben, limitan, impiden, preservan, salvaguardan…como pretenden sus textos? ¿Cuál es realmente su cometido? Me parece que si este tipo de chapas con recomendaciones y prescripciones varias toman el espacio verde de esa exagerada manera en realidad lo que hacen es desfigurarlo. Desde luego, si a estas alturas los vecinos no tienen claro que deben cuidar lo que aportan estética y relajación al entorno, malo. No creo que sea el caso. Creo que lo que causa fealdad y poca armonía son otras cosas. Por ejemplo, no hay más que ver el puente del Polígono de Argales sobre el ferrocarril que tiene este jardincillo al lado. Hay sobredosis de carteles del NO, pero el suspenso yo se lo daría a la obra pública.


viernes, 3 de diciembre de 2010

La jabalí del Pasaje Gutiérrez


Los monumentos están repletos de detalles. El turista accidental puede quedarse con una visión superficial de la ciudad, de sus edificios y de sus calles. El viajero vuelve una y otra vez a los espacios que recorre y los escruta. Pero esto mismo podría aplicarse al ciudadano común. Al paisano que andará una y otra vez de aquí para allá. Hay un tipo de conciudadano que se pasará toda la vida pateando sin advertir los detalles. O si por un instante fugaz se fija no le da en pensar y menos indagar en ellos. Y existe otro tipo de vecino más curioso y receptivo que se dejará sorprender y, si puede, tratará incluso de indagar sobre el significado de las cosas.


No es fácil. Yo mismo acabo de descubrir una imagen que la he tenido siempre ante las narices, o mejor dicho ante las pantorrillas. He jugado al escondite en el Pasaje Gutiérrez, he jugado al futbolín y al billar en el amplio salón que había donde está ahora el Pigiama, me he reunido con gente en alguno de los pisos para aquellas lejanas actividades de juventud, he escogido a propósito miles de veces este corredor para acortar o, mejor aún, para disfrutar de él. Lo he visto deteriorado, desconchado, abandonado, prácticamente sin habitar sus locales comerciales, pintado una y otra vez, más o menos recuperado una y otra vez, y he visto pasar un desfile de comercios y bares con mejor o peor suerte en los últimos años.


En resumen, el Pasaje está repleto de alegorías, símbolos y tiene en sí el empaque en pequeño de las grandes galerías milanesas o parisienses o moscovitas que se desarrollaron a finales del siglo XIX. Es un lujo para la ciudad y para los ciudadanos que no sé hasta qué punto saben y quieren valorarlo. Y hete aquí que fijándome en las hojas de las puertas de rejería que abre y clausura el pasaje descubro en la parte baja opaca y de un gris oscurecido un relieve fascinante. Indudablemente se trata de un jabalí hembra amamantando a sus jabatos. Al menos esto me parece, ya que el color y la disposición de la imagen no propicia una buena visión.


¿Qué representa? Ahí es donde mi descubrimiento se queda sin satisfacer. ¿Por qué los autores de las puertas eligieron un tema tan aparentemente extraño en una urbe como la nuestra y en un siglo que se pretendía ya de una cierta modernidad? ¿Es una representación que hunde sus raíces en la iconografía del románico? ¿O se trata de alguna alegoría sobre la actividad emprendedora con la que la frustrada burguesía vallisoletana trataba de ensalzar su misión de desarrollo industrial y en general económico de la ciudad? De cualquier manera, la belleza del icono es de pararse, agacharse y mirar. Los detalles nunca son en vano y sirven también para que nos recreemos.