diario de un vallisoletano curioso

domingo, 28 de febrero de 2010

La Casa que sigue auxiliando


Sólo una vez pisé esta casa. La mordedura de un perro callejero, sin mayores consecuencias, me condujo a ella. La recuerdo vagamente, como poco alegre (todos los centros sanitarios eran tristes cuando no lóbregos) y dotada de medios limitados para meras curas de urgencia. Pero fue una institución en la ciudad durante décadas. No me cabe duda de que una abundante chiquillería pasó por ella, por efecto de las pedradas que se sacudían los escolares en las calles.

No sé si es porque estoy acostumbrado, pero cada vez me gusta más el ladrillo. El ladrillo de otras épocas, se entiende. Cuando tanto la factura del material como la manera artística de colocarlo por parte de los albañiles eran arte. La antigua Casa de Socorro, servicio e institución desconocida para las nuevas generaciones, aúna ese trabajo esmerado del ladrillo con la cerámica del rótulo y del escudo. Uno no es muy propenso a los escudos, y bien idos sean los tiempos de los linajes y de las noblezas. Pero éste de la ciudad, de principios de los años 30 del siglo pasado, tiene su empaque. Las llamas o los jirones del emblema y el adorno en arpa que rodea su cuerpo principal le concede más alegría que las formas rígidas y belicosas que unos años después iban a imponerse en las decoraciones oficiales de la ciudad.
Hoy este edificio, ubicado en la calle López Gómez, es una de las Bibliotecas Municipales que cunden por distintas zonas de Valladolid. Centrada ésta en libros para niños y jóvenes, funciona desde hace unos quince años. De cualquier manera, sigue siendo una Casa de Socorro, cuyos auxilios, obviamente, van dirigidos a la mente lectora. Una buena recuperación, oportuna y espléndidamente orientada.

sábado, 27 de febrero de 2010

A socaire de la lluvia

Lo bueno de refugiarte los días de lluvia es que puede tener su recompensa. No sólo que no te mojes, sino que te sorprendas en un portal de los que no se llevan. Claro que hay gente que puede introducirse en tropel en la casa y no enterarse de nada. Evidentemente, hay que mirar al cielo. Al cielo raso, se entiende. Allí las imágenes son oníricas. Y las alegorías de dejarte con la boca abierta.

Estos estucos de una casa de la calle Platerías no tienen pérdida. La forja de la barandilla de la escalera, tampoco. El dragón que vertebra el comienzo de la escalera es una maravilla. El aire modernista de la puerta interior sorprende. Y hay más detalles. Es un ejemplo de ese Valladolid oculto que, por cierto, no se halla en buen estado del todo y debería recuperarse. De momento, los portales no entran en las rutas turísticas, pero ¿por qué no incluirlos? Hay unos cuantos y a los primeros que habría que mostrárselos es a los propios indígenas. Yo lo cuento aquí como incentivo.

viernes, 26 de febrero de 2010

La belleza de las piedras

Defiendo la belleza de las piedras que no han llegado a formar la obra total. Las piedras que confirman una ruina sólida. La serenidad firme de un aparejo inconcluso. La disposición aérea de los sillares que no llegaron a afianzarse con otros sillares. La imagen interior y secreta que queda al descubierto. La desnudez sin cubrir que lleva la fortaleza a la obra aparente. La factura no reconocida de unos muros desgastados. El caos del edificio demediado. El silencio de unas naves del templo abortadas. El trazado malogrado de los arcos. El capricho de unos capiteles destinados al viento y a la lluvia. La soledad del vacío. El ábside frustrado. La simbiosis de la vegetación que atrapa a las piedras. La contemplación de un proceso fallido. La hermosura de la humildad trasera en contrapartida a la soberbia de la fachada. La cara que algunos la querrían oculta frente a la cara lavada. La meditación sobre los límites del hombre.

jueves, 25 de febrero de 2010

Monumento

El monumento más grandioso de la ciudad lo vi esta tarde en el extrarradio. Era tan inmenso que abarcaba parte del cielo y de la tierra. Era tan extraordinario que tenía que ser efímero también. Era tan majestuoso que no podía ser solamente nuestro. Era tan seductor que cuando tratabas de fijarlo se evaporaba. A veces la ciudad depara sorpresas que no figuran en las previsiones de los hombres ni en los planos de las ciudades. Una gozada.

miércoles, 24 de febrero de 2010

La contagiosa risa de Zaki

Si a mi me dicen de niño que iba a llegar a hablar algún día con un personaje como Zaki, no lo hubiera creído. Y sin embargo, los tiempos han cambiado y todo es ya posible. A los de mi generación no nos educaron precisamente ni en el respeto ni en la tolerancia ni para con otros pensamientos ni para con otras creencias. Sólo eran verdades nuestras “verdades”. Pero el sobreesfuerzo personal y el colectivo del país han tenido su mérito y su triunfo. Y hoy es posible la convivencia y el diálogo con el otro, actitudes que esperemos no sean efímeras. Mal que les pese a los inquisitoriales, la sociedad española ha evolucionado con una apertura sin precedentes. En parte, facilitada por la influencia global.

Que Zaki Zayed y yo podamos hablar de lo humano y lo divino (por mi parte, más de lo primero que de lo segundo) es, por lo tanto, un logro del perfil de nuestro tiempo. Aunque de origen palestino, tuvo que refugiarse su familia en Jordania al invadir Israel Cisjordania en la década de los sesenta. Lleva veintitantos años en Valladolid, ejerciendo como médico naturista. Pero su sensibilidad social le lleva también a presidir una federación de inmigrantes y su actividad, aunque despiste su calmo caminar, es constante. Zaki es parte del paisaje vallisoletano.

Total, que cuando te lo encuentras por la calle con una carpeta porque va a participar en alguna mesa redonda o con la bolsa de El Corte Inglés camino de su casa, porque no sólo de pan viven los hijos de la Hégira, te encuentras con un hombre de proximidad con el que podrías estar horas valorando tanto las formas como la esencia de los humanos. El hombre aparentemente adusto y grave que observas con su bastón por la calle, es de una gran campechanía. Una de esas personas con la que gustas toparte porque aunque sea por unos breves minutos te reconforta. Ah, por cierto, Zaki es también el imán de la comunidad musulmana de Valladolid. Ahora se entenderá lo que decía al principio.

martes, 23 de febrero de 2010

Árbol del Tao

A veces hay que tomar ejemplo de la naturaleza. Es un árbol pero podría ser una escultura. La configuración que muestra parece sugerirlo todo. Un cúmulo de actitudes y conductas que atribuimos a los humanos, pero que están ahí también. Son los ojos equivocados del hombre que mira, que pretende hacerlo a su imagen y semejanza. Para representar tanta belleza, los árboles no nos necesitan. Para adquirir la intrincada morfología que les dota de exuberancia y de vida nuestra presencia les es ajena. Esta unidad que enraíza lo singular y lo plural en sí misma es la pureza del Tao. Es frecuente que pase desapercibida su presencia. Pero no necesita de la humana. Aunque unas manos humanas la depositaran en su día sobre el suelo del Campo Grande para seguir manifestándose. Está junto al camino que pasa por delante de la cascada. Para mi es uno de los principales monumentos del parque. Su proximidad me hace meditar. Los títulos que he colocado en cada entrada con una posición diferente del árbol son el resultado de una parte traidora de la meditación. La que pretende adecuar su existencia a la nuestra. El árbol responde con el silencio. Puro Tao.

domingo, 21 de febrero de 2010

La casa escondida

Eso parece. Aunque la gente la conozca como la Casa del Barco, por las formas redondeadas de sus extremos, cual proa y popa, la verdad es que es un edificio condenado a carecer de perspectiva. Y no siempre fue así. Encajada, mejor dicho, encajonada en el interior de una manzana de edificios entre las calles de García Morato y Recondo, al menos persiste viva.

Concebida y construida en 1935 para la refinería de aceites Hijo de Agapito Peral, luego Hipesa, es un edificio racionalista espléndido. En una ciudad que ha perdido tanto del pasado de siglos, y nunca me cansaré de repetirlo, no deja de ser sorprendente que estemos consiguiendo mantener arquitectura de una época del siglo XX. Semejante al Matadero viejo, a la fábrica Tafisa, al cine Roxy o a las viviendas de la calle Málaga. La Casa del Barco se ha salvado del expolio al precio de quedar oculta. El cambio de uso de los terrenos y el consiguiente del edificio, hoy es sede de la Concejalía de Salud, Medio Ambiente, Parques y Jardines y otros.

Del color grisáceo inicial ha acontecido en este ocre rojizo, que no me disgusta. Es la disposición de tonalidades de color, y no la ornamentación, lo que caracteriza la arquitectura racionalista. Así como la disposición en pabellones, en criterio de crecimiento horizontal, con formas geométricas simples. Las cubiertas suelen ser planas y los materiales rompedores con que están hechas este tipo de construcciones de las primeras décadas el siglo pasado son el acero, el vidrio o, como en este caso, el hormigón.

Esa forma de barco, resaltada acaso por las ventanas en ojos de buey, está formada por una parte central, rectangular, donde abajo se ubicaba la refinería y en el piso superior las oficinas, y por los extremos dos alas redondeadas lo flanquean; allí se instalaban almacenes y viviendas. Desde luego, el edificio se concibió para que la entrada fuera por la calle Recondo. Hoy día, para llegar a esta víctima de la metamorfosis inmobiliaria hay que penetrar por el pasadizo de un moderno bloque de viviendas en García Morato. El coste de una supervivencia por los pelos, probablemente.

sábado, 20 de febrero de 2010

Ojo de buey


Entre los miles de ojos, electrónicos y humanos, que nos vigilan insolentemente por la calle y por los interiores de los edificios prefiero este otro. El ojo de buey, donde en lugar de verte te ves reflejado.

Donde hay uno puede haber dos

Tríada

viernes, 19 de febrero de 2010

Los ríos que van a dar a la mar

Tal vez no sea uno de los espacios más frecuentados por los vallisoletanos. Sin embargo es de los más significativos, junto al ferrocarril, en el otro extremo del casco urbano, en materia de historia de la Comunicación y Transporte de la ciudad. Se trata de la dársena del Canal de Castilla, o mejor dicho, del final de unos de los dos ramales del Canal, ya que el otro ramal finaliza en Medina de Rioseco.

En la dársena vallisoletana podemos apreciar todavía edificaciones relacionadas con las tareas desarrolladas hasta el siglo XIX: almacenes, casa de guarda, viviendas, muelles de descarga, grúas. Y hasta no hace mucho hemos llegado a ver algunas barcazas residuales de las que se utilizaron. Esta colosal obra de ingeniería que es el Canal de Castilla, cuya idea se remonta al siglo XVI y que el Siglo de la Ilustración, desde mediados de 1750, le da un impulso determinante, permitía el transporte fluvial de la gran producción cereal de Castilla desde estos territorios de la meseta para colocarlos próximos a los puertos del Norte, principalmente de Santander. A su vera, crecieron infinidad de fábricas de harinas, con la consiguiente repercusión sobre la economía de nuestra tierra. Su auge estuvo a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, hasta que los nuevos trazados ferroviarios con el Norte desplazaron definitivamente como medio principal de transporte el Canal.

La dársena, a la vera de la cuesta de la Maruquesa, vierte su agua para que a través de una vaguada que hay al otro lado de la carretera de León, vaya camino de su desagüe en el río Pisuerga unos metros más abajo. Es uno de esos lugares en absoluto concurridos y que invita a un paseo amable y un tanto nostálgico. Las excursiones que hacíamos a pie a la Fuente del Sol en nuestra niñez, solía tener a veces un alto en la dársena. Aquel recuerdo de las aguas que se vaciaban con efecto cascada me resultaba sobrecogedor. Hoy se fija uno más en la apacibilidad de la corriente remansada. ¿Será que lo pide el cuerpo?