diario de un vallisoletano curioso

lunes, 30 de noviembre de 2009

¿Crossing de zapatos?


Alguien ha extraviado un zapato. Otro alguien quiere ser buen samaritano. Elevarlo de su nivel de suelo. Dejarlo a salvo y bien a salvo. Por si un viandante despistado que lo hubiera perdido lo reclama. Para que al volver sobre sus pasos cojos se lo encuentre intocable. Impoluto. Un zapato puede ser más o menos admirado, pero su función es indiscutible. El pie es el agradecido. Un zapato sin pie suena a cadáver, aunque de éste no se sepa. Rara conexión en el subconsciente.

Tiempos extraños estos en que la gente menudea en los contenedores de basura y los zapatos vagabundean solitarios por el asfalto. Por Montero Calvo ha pasado quien piensa como yo y no ha soportado ver un zapato abandonado, sin uso. O está en el pie o está en el armario. La mera idea de que ande perdido por la calle te conduce de inmediato a todo tipo de conjeturas. Y piensas con un estremecimiento en el abanico de posibilidades siniestras, desde el individuo que se volvió de pronto orate al hombre invisible.



Y el zapato de hombre, ahí. ¿Por qué será que gusta tan poco tocar zapato ajeno? El probo ciudadano que topó con él lo dejó esmeradamente colgado en el telón de una obra de construcción. ¿Habrá crossing de calzado como lo hay de libros? Los próximos días, la respuesta.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Secuencias de Pilarica


Venía de la otra parte, pero siempre cojo La Pilarica para meterme al centro. Un barrio entrañable, tal vez porque fue el primero de los alejados, de los barrios-barrios, que conocí en mi niñez. Cuando la zona iba despuntando entre su condición humilde y deprimente. Antes de la pavimentación y esas cosas que algunos piensan que han existido siempre, pero que en los barrios viene de poco para acá, ¿o no recuerdan? Cuando, dentro de aquella mentalidad clerical que dominaba en la enseñanza, se iba a hacer poco menos que misiones. Sí, aquello de dar catequesis los domingos a los niños pobres (sic). ¡Esto ha existido en este país de carencias y de abusos!


Falta en la foto la iglesia, uno de los tres símbolos históricos del barrio. Lo bueno del barrio de La Pilarica es que entre finales de los 60 y la década de los 70, las luchas obreras redimieron la parroquia. Semillero de curas obreros y adláteres laicos, ya no era la receptora de los colegiales misioneros sino que la oración se volvía por pasiva. ¡Cuánta energía acumulada salió de los locales adjuntos, e incluso de debajo del altar! Paradojas de la vida.



Otro de los elementos definitorios del barrio es el Esgueva. Pero el símbolo-símbolo por excelencia es el ferrocarril y el paso a nivel forzado. Eternamente en vigor. ¿Cuántos no se habrán tirado al tren a unos metros de este punto? Es el único paso que queda en la ciudad a pecho descubierto. Ya no habrá jamás túnel para peatones ni para vehículos. El tiempo del cambio. El AVE liberará al barrio, al último barrio tenido en cuenta por la RENFE, y ahora el ADIF. El paso a nivel morirá al pie de barreras.



Mientras, el barrio crece, y lo nuevo llegará a la par que el soterramiento. Los Santos-Pilarica ampliarán el paisaje. Las viejas referencias -el Esgueva, la iglesia- quedarán obsoletas, y el tren será historia.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Lo profundo es el aire


Las riberas del Pisuerga ofrecen tanta belleza...Las palabras se ausentan. La sorpresa te toma. ¿Esto es lo que es? Pero ¿está ahí, al alcance? Y la impronta del otoño. Ese toque de terciopelo amarillo que borra las inquietudes y los desasosiegos. Sólo se trata de acercarse al borde de esta añoranza selvática. Adentrarse entre la vegetación. Contemplar lo profundo. Alargar la vista. Respirar la tierra. Rozar las aguas. Estás en el fondo del valle. Y el tiempo, otro paisaje elaborado sin límite, quedó atrás. Te donó este lugar. Aprecia lo que se abre ante ti. Adóralo, vuelve a ser el último animista.

¡¡¡Apunten!!!

¿Quién les iba a decir de su postrer destino como papelera? Con su flamante orgullo se habrán paseado por unas cuantas paradas militares. Eso como poco. Acaso su bautizo de fuego, esto es, su razón de ser, no haya pasado de una serie de ejercicios y maniobras. Ser un número en el stock del arsenal para bellum hasta que llegara otro modelo de la casa que desplazase al anterior.


¿O se trataba de armamento reutilizado? De eso en el panorama armamentista hay mucho. Unas potencias se quitan stocks vendiéndoselos de segunda mano a otras naciones. Recuerdo aquel desfile militar de infancia -todos los años se estilaba en Valladolid un desfile por la Acera de Recoletos- en que al paso de los ruidosos y pesados tanques los entendidos decían: estos son los que nos han vendido los americanos de la guerra de Corea. Entonces comprendí que el intercambio de cromos y tebeos al estilo del cole o de Cantarranillas que hacíamos los chicos también lo efectuaban los altos estamentos de los adultos. Pero en eso de los tanques, los cañones, los aviones o los radares, ¿qué se concedía a cambio a los que desalojaban sus excedentes o se quitaban de en medio lo que para ellos era obsoleto?

De su fiereza en línea de antaño sólo queda este simbólico montar guardia en las puertas de una chatarrería del Polígono Argales. Cortesía del chatarrero, de momento se salvan del desguace, como los toros bravos a los que se les indulta. Solo que sobre estos cañones no se sabe si su bravura ha ido más allá del manejo de unas cuantas manos de soldaditos forzosos que en el pasado justificaron su mili.

Cruel destino el de las armas, aunque no mayor que el de los que perecieron por su uso en la historia de la humanidad. Creadas para la destrucción -incluida la disuasión, que es también una manera carísima de destruir intenciones- su caída en desuso, bien por exceso o bien por defecto, las condena a la larga a la chatarra. Si la chatarrería de Argales ha indultado a esta pareja habrá sido o por su espectacularidad casi arqueológica o por un morboso regusto estético o por nostalgia. Afortunadamente, en su inutilización está su salvación, y a mi no me molestan que presenten armas cada vez que paso por delante. Les veo tan vencidos a los pobres que casi me dan pena.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Desembocando el Esgueva en el Pisuerga

Vista de la caída y desembocadura del Esgueva desde la orilla del Pisuerga

Desde la elevación. Las aguas del Esgueva se precipitan a su entrega



Supongo que todas las fotografías se pueden comentar. Pero de algunas prefiero no hacerlo. Porque no es mi día o porque el objeto es demasiado poderoso. La desembocadura del Esgueva en el Pisuerga invoca un clamor. Y exige un silencio que la contemple. Sólo un apunte. Parece mentira que un río menudo, que fue sacrificado hace siglo y pico de sus cauces naturales a través de la ciudad, adquiera belleza en su estertor. El cauce es chiquito, pero la mano del hombre, la misma que forzó su expulsión de la urbe histórica hacia las afueras, ha procurado un cierto tipo de salida honorable. Un desnivel que se salva por un sistema de escaleras. Aparentando una cascada intrépida. La entrega al gran río histórico de la urbe y la vegetación que se abre a sus pies dignifican su recuerdo. Esto es lo que queda de un Esgueva que también hoy atraviesa barrios de Valladolid (Pilarica, Vadillos, Batallas, España) Mas la memoria de las aguas es antigua. Y terca. Que se lo pregunten a las zonas por donde en otro tiempo transcurrían los dos lechos naturales. Aún suelen mostrarse sus huellas rebeldes de vez en cuando. Mientras, este curso chiquito, de vieja fama cangrejera, se despliega alegre. Sin miradas apenas. Digno, no obstante. Disfruten de su tierna melancolía de otoño.

Camino de la desembocadura del Esgueva

Desde que los Esguevas dejaron de ser los dos ríos históricos de Valladolid, que atravesaban en distintas direcciones la ciudad para desembocar en el Pisuerga, ha llovido bastante. No tanto por el tiempo transcurrido desde su alejamiento del centro urbano sino por lo que su desvío y nueva canalización supusieron de cambios morfológicos sustanciales en el crecimiento y remodelación de nuestro suelo.

El Esgueva era el río urbano por antonomasia. Dos ramales del mismo, procedentes del río que se deslizaba a través del Valle Esgueva, con origen en la Sierra de la Demanda, en Burgos, se bifurcaban por el callejero vallisoletano en direcciones diferentes formando meandros caprichosos. A sus orillas se fueron configurando los primeros poblamientos urbanos.


Otra vista de la orilla del Esgueva con los dos caminos paralelos, de tierra y de paseo


Árboles de la ribera del cauce del Esgueva


Vista del Esgueva hacia su desembocadura en el Pisuerga, desde el puente del Barrio España

jueves, 26 de noviembre de 2009

A punto de empezar la función


(La acción se desarrolla un día del último verano en un banco del Campo Grande)

CHICO. Eh, ¿tú quién eres?
GITANILLA. Ozú, yo soy la madrastra de Blancanieves, lucero mío.
CHICO.¡Oh! (con cara de susto)
GITANO. Di que no, chaval. Que con esa jeta no hay espejo que la aguante.
CHICO. ¿Por qué?
GITANILLA. No le hagas caso a éste, que él si que no tiene donde mirarse.
CHICO. ¿Por qué?
GITANILLA. A una bailaora como yo nunca le falta un espejo que le diga la verdad y le haga justicia.
CHICO. Entonces, ¿de verdad que no eres la madrastra? (con prudencia y a distancia)
GITANILLA. Que no, mozo mío. Soy una bailaora de cuerpo entero que interpreta la salsa del mundo.
CHICO. ¿Y qué es una bailaora?
GITANILLA. Alguien que ha nacido para sacar el alma que lleva dentro.
CHICO. ¿Y eso qué es?
GITANILLA. ¿El alma? Pues un rayo, una tormenta, no sé, a veces como una furia.
GITANO. Tendrías que verla bailando, chico. Si te quedas a la función verás lo mucho que vale
esta gitana.
CHICO. ¿Qué es eso de la función?
GITANO. El espectáculo. ¿Ves todos esos niños que van juntándose y se sientan alrededor? Están esperando a ver la función.
CHICO. ¿Y no sacáis el espejo?
GITANILLA. Vaya obsesión con el espejo tiene este chavea. Mira. El espejo sois vosotros, los niños. Las cosas que hacemos van a reflejarse en vuestras caras. Y por vuestras risas sabemos si os gustamos.
CHICO. ¿Y si no nos reímos?
GITANO. Pues entonces, adiós función.
GITANILLA. Di que no, que este gitano es un agorero. Si no os reís es que no lo estamos haciendo bien. Y entonces, cambiamos, hasta que os riáis de nuevo.
CHICO. ¿Y por qué estáis sentados en el banco? Va a empezar la función y vosotros todavía aquí.
GITANILLA. Por eso, porque antes hemos actuado, nos hemos cansado un montón y estamos haciendo un alto. A veces es para estar jarto. Y al maestre que nos mueve se le acalambran las manos.
CHICO. ¿Y siempre vais así vestidos?
GITANILLA. Pues claro que no, duende mío. Sólo cuando hay que trabajar.
GITANO. De eso nada. En cuanto terminamos el trabajo nos meten en una maleta tal cual, con faralaes y todo.
CHICO. Sí, tiene que ser muy cansado tanto actuar en unos parques y otros.
GITANO. Huy, agotador, niño, que yo estoy ya para jubilata.
GITANILLA. No le creas, perla, que aquí la que curra con arte soy yo. Él está solo para presentarme y para pedir el aplauso a los niños cuando termino.
GITANO. ¡Ah!
GITANILLA. ¡Oh!

(La gitanilla y el gitano enmudecen. El maestre se lleva los muñecos, uno bajo cada brazo, para ponerlos en escena. El niño les dice adiós apresuradamente con la mano y busca asiento en el suelo para ver la actuación)

¿Valladolid o Uxmal?


Hay detalles que llevan a otros detalles. Sobre todo aquel tipo de ornamentación que es un símbolo. Y casi todo, en el lenguaje de las piedras, lo es. Están ahí desde siempre, y el ciudadano pasa por delante y antes o después lo ve. Incluso de tanto pasar, se olvida. Lo harían así, dice. Este detalle de la fachada de la Catedral de Valladolid me fascina. No sólo por su tamaño y dibujo, sino también por lo que representa. Lo que voy a comentar aquí es aventurado y nada científico. Digamos que a uno le gusta buscar similitudes y sospechar, si no son de momento demostrables, de las influencias de unas culturas sobre las demás, de unos estilos artísticos sobre otros. No es nada nuevo el intercambio cultural, a través de todo tipo de pensamiento y de conocimientos técnicos.


Al vallisoletano curioso, que gusta de hallar similitudes, los detalles le atrapan. No cree en la inocencia de nada. Las plantas de los templos, las fachadas, las torres, la decoración...todo está repleto de significados. No sólo de significados religiosos. Puesto que indudablemente el encargo corría a cuenta del propietario, que en el caso de los templos y catedrales españolas podía ser cualquiera de los estamentos terrenales de la Iglesia, siguen una línea que ella llama de catequesis y de divulgación de sus preceptos. Hay otra aportación no menos interesante, más librepensadora, más conectada con el mundo de todas las culturas, que corría a cargo de los arquitectos y artífices de diversos oficios que trabajaban en las obras.



Muchos de estos detalles no se pueden explicar por qué se ejecutaron en una obra determinada. Como mucho se indica que seguirían las modas al uso. Pero ésa es una respuesta fácil. El mundo de la arquitectura y de la escultura ornamental está pletórico de significados ocultos. En este caso, la espiral, uno de los símbolos más poderosos en todas las culturas. Símbolo de la vida por excelencia, de la fuerza y flujo de la misma, también del ciclo nacimiento-vida-muerte, sus variantes de significados y significantes son amplísimos, y no hay cultura, costumbre, religión o creencia animista que no utilice su expresión formal para dotarla de un contenido.



Nada tendría de especial que las espirales decorativas de templos mayas, por ejemplo, influyeran en los artistas que trabajaron en la catedral vallisoletana. Uxmal ya era conocida por los españoles desde el siglo XVI, en que el fraile franciscano Fray Diego de Landa, visita las ruinas de Uxmal, siendo su cometido inicialmente inquisitorial, puesto que persiguió al pueblo y a los restos de la cultura maya, promoviendo autos de fe. En ellos fueron abusivamente procesados varios dirigentes mayas y se destruyeron ídolos y documentos de esa vasta cultura. Posteriormente, otro fraile, Fray Antonio de Ciudad Real realizó trabajos menos culturicidas, llegando a conocer tanto la cultura maya, su lengua, las costumbres antropológicas y el medio botánico y zoológico. Con arreglo a estos datos, ¿sería descabellado pensar que llegara información sobre los edificios impresionantes de Uxmal y las decoraciones de su Palacio del Gobernador?

miércoles, 25 de noviembre de 2009

No maltratéis las estatuas

Y el mensaje no va dirigido a los gamberros, sino a las autoridades municipales. Porque a las estatuas se las maltrata o bien por la mano desaprensiva del gamberro o por los criterios cortos de mira de quien decide dónde y cómo instalarla. Puesto que el espacio que se considere va a definir su futuro. Hay una escultura especialmente maltratada, debido a su desastrosa ubicación. Es la dedicada al imaginero, obra de Jesús Trapote Medina. Si hay una escultura en la ciudad que pase más desapercibida al ojo, no obstante su volumen, es ésta. Ignoro por qué la colocaron en las Angustias. ¿Acaso por la proximidad de la iglesia de tal advocación? Por esa regla de tres, hay muchos más lugares, ya que la imaginería, es decir el trabajo de esculpir las tallas de los pasos, está presente en multitud de iglesias y museos.


El caso es que no podía estar más desafortunada situado el imaginero. La estatua es de cierto volumen, y creo que merecería disponer de perspectiva. En el punto en que se halla situada no constituye sino un mueble más. Y ya hay bastante mobiliario urbano por las calles y plazas. Es una escultura que no la ves a distancia, opacada como se encuentra por una serie de elementos que la reducen a un mínimo espacio donde toda su función consiste en que la gente utiliza su basamento para sentarse. Y eso sería lo de menos, ¿por qué no podría sentarse como en un banco cualquiera?

La cuestión es que no atrapa. Y no atrapa porque no atrae. Los paseantes, los de fuera, claro, porque para los de casa la respuesta es abúlica, la descubren ¡cuando tropiezan con ella! En un reducido espacio tiene que ser colega de un quiosco de buena envergadura con uno de esos toques decimonónicos que el Ayuntamiento impuso, no sé si sacados de las fotos del París o del Berlín de otra época, y dejándolos caer de modo aleatorio y en conflicto con el diseño de nuestras fachadas y calles. Pero ésa es otra guerra ¿insalvable?, porque la estética y la sencillez, y mucho menos el atrevimiento imaginativo, no son precisamente el fuerte en el consistorio.


Por si fuera poco, la escultura del pobre imaginero tiene casi encima la fachada monumental del Teatro Calderón, que es toda una superficie que define el lugar. Y un poco más al fondo, en direccón a la subida a las Angustias, los edificios desproporcionados no se convierten precisamente en el mejor telón de fondo. Además debe adaptarse forzadamente al borde de la calzada, en un semicírculo que forma la acera, teniendo por delante una barandilla protectora de peatones y por detrás un semáforo inmediato. También hay farolas y hasta una señal de circulación. Las viviendas casi la rozan y para más inri, durante unos cuantos meses del año, tiene que codearse con las mesas y sillas del bar Magnolia, que en su toma por parte de la clientela prácticamente la tapan. Todo un enjambre de mobiliario urbano, de acumulación de objetos y edificios, que desaloja automáticamente al laborioso imaginero de bronce que con su mazo y cincel pretende hacer su tarea. De ver esto, ¿qué diría uno de aquellos artesanos y artistas que trabajaban la madera hace varios siglos? O más cercano a nosotros, ¿qué pensará Jesús Trapote Medina, el autor de la obra? ¿O se instaló ahí con su consenso? Conclusión. Perspectiva necesaria para la contemplación de una escultura que merezca ser digna de tal nombre: cero.

Y esto nos remite al tema de fondo. A la pérdida de espacio propio de la escultura. Y en línea con ello, a la baja estima que se tiene de las esculturas en la vía pública. Una escultura no se trata sólo de lo que represente, sino de facilitar el espacio que la defina ante el que mira. Y ahí, se falla de cabo a rabo.

martes, 24 de noviembre de 2009

Pero, ¿hay algo más vallisoletano que la niebla?


Así amanecía hoy la ciudad. Y, no obstante el repunte despejado de la tarde, así ha anochecido, sólo que por la noche la visión es ausente. La soledad de los parques se acentúa, los columpios son presa de la melancolía, la perspectiva de las calles queda estrangulada, los monumentos se retraen, las fachadas de los edificios de viviendas se diluyen. En fin, los viandantes no se sabe muy bien a cierta distancia si vienen o van.



Frente al otoño de los colores que se desvirtúan, la niebla configura una película irreal, donde más allá del primer plano nada existe. Poco hay que decir sobre este fenómeno tan ordinariamente nuestro que no nos sorprende, pero que siempre nos sobrecoge. Porque, ¿hay algo más específicamente vallisoletano que la niebla?

lunes, 23 de noviembre de 2009

La imaginación a la calle


En estos tiempos de tipografía y diseño de ordenador, sumamente estereotipadas y repetitivas, es de agradecer que se recupere una rotulación acorde con el medio. No se trata sólo del tipo de letra que exhibe el cartel. Así, como si fuera de hace un siglo. Lo imaginativo, que no nuevo, es precisamente el retomar unas gafas gigantescas como identificación e insignia de lo que se sirve en el establecimiento.

Es todo un lujo disponer todavía de un frontis y de unas jambas de madera con unas decoraciones vegetales de principios del siglo XX. El edificio, sito en Fuente Dorada casi junto a Canovas del Castillo, está actualmente en obras, pero ha resistido centurias en pie. Más meritoria resulta la sensibilidad del óptico por mantener la decoración heredada y resaltarla. Al añadir, como escudo pacífico, las gafas gigantes invoca además la antigua costumbre de los gremios de las viejas ciudades europeas, que utilizaban para definir su ubicación y su quehacer una imagen vinculada con el tipo de artesanía, taller o comercio que se trajeran entre manos.

Me brinca el ánimo cuando contemplo estos pequeños detalles. Pienso que si todos los comerciantes del casco histórico hubieran estado mejor aconsejados se habrían preservado fachadas, elementos decorativos, basamentos, columnas, sillares. Durante gran parte del siglo pasado la nefasta moda al uso consistió en ocultar los elementos originales de las fachadas. Como se desconocía lo positivo del pasado se huía de todo el pasado. Aunque la modernidad fuera por otra parte bastante pobretona y entrara a saco. Nunca es tarde para rescatar esos testigos valiosos, si es que aún quedan. En este sentido, la labor de Jesús Blanco no tiene precio. Cuenta con el reconocimiento de sus clientes y de cualquier vallisoletano con conciencia estética y sentido común. Mientras soporta sobre su cabeza el vaciado del edificio, Jesús aguanta el tirón como el profesional de raza que es.


domingo, 22 de noviembre de 2009

Una rosa es una rosa es...

(Una de las últimas rosas del otoño del Campo Grande)


Uno de los elementos ornamentales que más estoy observando últimamente en edificios y espacios de Valladolid es la rosa. Rosas talladas en cenefas interiores de portales, en túmulos, en basamentos de monumentos, en fachadas, ya en piedra, en mármol, en madera...Tal parece que la rosa es un símbolo con significado profundo para los arquitectos, los escultores, los ebanistas o cualquier otro oficio vinculado a la decoración.

(Rosa tallada en la Fuente de la Fama, en el Campo Grande)


Casi todas las rosas que he encontrado se reproducen en edificios o monumentos del siglo XIX. En competencia leal, en bastantes casos, con las hojas de acanto, las rosas parecen estar hablándonos con algún sentido oculto. O tal vez, extraviadas y marginadas por las tardías culturas del Barroco español, la arquitectura moderna las haya rescatado para conectar con los simbolismos de los alquimistas o de los francmasones.

(Macetón de rosas talladas junto al parterre del monumento a Núñez de Arce)


En esto es en lo primero que uno piensa, dado el escenario donde se reproducen. Aunque no tengo pruebas inmediatas, y sería de agradecer que alguien que leyera esto me informara, la sospecha no es descabellada. Al fin y al cabo, la rosa es uno de los símbolos más antiguos de la humanidad, interpretado plural y abiertamente por diferentes culturas.

(Rosa tallada en una cenefa del portal de la casa de Claudio Moyano, 1)


Si en el Oriente central y extremo la flor que domina es el loto, la rosa que caracteriza a las culturas cristianas de la Edad Media sería su contrapartida en Europa. Pero también en India la rosa era un símbolo asumido, al que se vinculaba con los mandalas. La idea del centro místico de los mandalas quedaba perfectamente representado en la forma de las rosas y sus pétalos concéntricos. Ya las culturas indias tenían claro el sentido de perfección acabada que va inherente a la rosa. ¿Y qué mejor manera de explicitarlo que ver en la rosa el significado del amor, de la conciencia o en general de la vida?
(Rosa en la fachada de la llamada Casa del Príncipe, en la Acera de Recoletos)


Acaso influido por India, el Cristianismo, tan sincrético él por todas sus partes, retoma el modelo y le otorga un sentido de redención. La rosa y su color simbolizan también la sangre derramada. Es la idea de un renacer, cuyos antecedentes naturales serían el rocío, la lluvia...o la rueda. De ahí que la rosa sea exaltada con gran tamaño en las portadas de las catedrales, dando lugar a un elemento característico: el rosetón. Por cierto, las rosas de los vientos no son composiciones ajenas, sino más bien paralelas a las representaciones aplicadas a la exaltación religiosa.

(Rosa sobre el túmulo de un no católico en el Cementerio Civil del Camen)

Hay una interpretación más aguda, y no menos desproporcionada, de la cual habla el indagador de los mitos Joseph Campbell, y creo que también Humberto Eco la recoge, según la cual la rosa sería la representación del sexo de la mujer. Nada más procedente que representar la vagina con su doble caracterización: la mística, como signo de pureza inicial, y la efectiva, como origen de la vida humana. Puesto que ese mismo carácter abierto del significado de la rosa en todas las culturas permite una lectura ampliamente posible y variada, no es desdeñable esta idea, aseverada por investigadores rigurosos.

En base a estas tradiciones, los alquimistas retomaron con gran fervor la imagen de la rosa. La rosa reproducida por ellos significaba el fin de la pequeña obra (la rosa blanca) o de la obra grande (la rosa roja) y su número de pétalos evocaría un material o un trabajo relacionado con la obra. De los alquimistas al simbolismo de los francmasones el paso estaba marcado. ¿Es precisamente esta última tradición, la de la masonería, tan presente en urbanistas, arquitectos e intelectuales del siglo XIX y parte del XX, la que ha conducido a que en Valladolid pueda observarse el símbolo de la rosa?

sábado, 21 de noviembre de 2009

Hurgando en las carencias


Hay mucha gente que tira. Pero cada vez hay más gente que recoge. El consumo es cada vez más fugaz, y también más voraz. Lo que se compra dura escasamente. No siempre por utilización, sino por ser mal material, por escaso uso o por despilfarro. El criterio sobre la necesidad varía. Hay quien compra más allá de lo que precisa. Su actitud exulta al mercado y a toda su estructura enfebrecida de altas producciones y extensas distribuciones de mercancías. Por otra parte hay gente para quien su compra no llega a lo que le haría falta. Mala suerte, dice la moral del sistema. Hay personas que se desproveen en cuatro días de lo adquirido, restando valor al objeto. No se trata ya del valor económico que pueda llevar inherente, sino al valor de uso que podría tener para otro humano que lo necesita. Hay personas que están al tanto del desalojo de lo sobrante y hurga en contenedores, los registra, los pone patas arriba.

El sistema es despiadado. Sólo entiende de cifras. Las empresas se marcan anualmente sus objetivos. Si no los logra transmite la alarma a la sociedad. Habla de crisis. Es una gran farsa. No hablan de la competencia feroz, ni del desplazamiento de los competidores pequeños por los grandes (el pez grande siempre se come al chico), ni de la capacidad adquisitiva que ellos mismos marcan con sus contenciones salariales.

El caso es que cada día se observa más gente de apariencia ordinaria rebuscando en los cubos de basura. Más gente durmiendo en coches. Más gente tirada por calles y cajeros de bancos. Más gente deambulando en espera de la caridad de la familia, si la tiene. ¿Son todos foráneos? Evidentemente, no. Los inmigrantes saben organizarse en clanes. Muchos de los que vemos son vallisoletanos de siempre cuyas circunstancias -separaciones matrimoniales, despidos marcados por una edad avanzada que les impide volver a tener trabajo, crisis autodestructivas- les conduce a convertirse en seres extramuros en su propia ciudad.

La basura ya no es el espacio de lo residual. De los desperdicios, de lo inservible, de lo machacado. Es el espejo de lo que se compra innecesariamente y de lo que se aprovecha mal. La selección de residuos debe estar en nuestro propio cerebro. En origen. En ese adquirir lo que voy a gastar y a aprovechar. Lo siento. Creo que esto que digo es un pensamiento subversivo.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Caligrafía de calle


Descubrir la espontaneidad de la calle. Nada es verdad ni mentira, decía el poeta. Ejercitar la crítica consiste a veces en terminar una palabra imaginaria. La que no se llega a enunciar apenas. Un vocablo posible, una idea, una esperanza, un estímulo. No por llevar virgulilla, la E es más sacra. No por poner carteles para publicitar la inversión millonaria se ventilan los problemas. La crítica que pasaba por allí fue directa, rigurosa, agria. Categórica, se podría decir. Sin concesiones a la mejora de la situación. A pesar de eso, expresarse es importante. Y válido. Siempre que no se reduzcan los significados. Siempre que no se haga demagogia. Siempre que el discurso fluya y haga frente a los hechos. Por eso, sugiero que todos los carteles, como éste pegado a la puerta del mercado del Campillo, y de cualquier clase y en cualquier lugar, estén siempre al nivel de la mano peatonal. Estimulan la participación ciudadana. Como poco, se puede uno desahogar en ellos.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Un túnel azul, empapeladamente humano


Hay otro Valladolid, el de los túneles. No es un Valladolid visitable, ni de permanecer en él, no está pensado para eso, sino un Valladolid obligado y de paso. A ningún amigo que nos venga a ver se nos ocurriría mostrárselo, pero nos transmite abrigo y a muchos hasta recuerdos. Nadie vive en él, y sin embargo muchos ciudadanos invierten muchos minutos a lo largo de su vida en ese espacio soterrado. Es un elemento que a fuerza de ser usado y debido a su mínima estética -prima absolutamente lo pragmático- pasa desapercibido incluso para los viandantes, que sólo desean transitarlo lo más rápidamente posible.


El ferrocarril fue el elemento productivo regenerador de la ciudad desde la segunda mitad del siglo XIX. No sólo por establecerse unos talleres de reparación importantes, sino por las líneas de circulación de trenes que se pusieron en marcha. Por lo tanto, el trazado ferroviario, que al principio estaba fuera del caserío, acabó dividiendo en dos la ciudad.


Ciertamente hay un barrio de época moderna ya también centenario, justo el que surgió en función de la proximidad de los Talleres ferroviarios. Y que no dejado de crecer incluso en los últimos períodos de la industrialización de Valladolid en el siglo XX. Es el barrio de Las Delicias. Pero el resto de barrios que han crecido al otro lado de la vía son ya del tiempo de los polígonos de desarrollo industrial.


Al principio, el ferrocarril no estaba cercado como ahora. Las tapias, alambradas y vallas son recientes, de distintas épocas, algunas de hace cincuenta años, otras de algo menos. Ni que decir tiene que el vallado dotó de una fealdad supina al eje Norte-Sur de la ciudad. Solamente primaba la idea de evitar accidentes o gamberradas. De ahí que exista un vallado continuo que oscila entre muros grises desgastados o alambradas dignas de un campo de concentración.

Así que la penosa tarea de atravesar de una zona a la otra de la vía quedaba partida también, según qué zonas de este corredor de Valladolid, entre pasos en superficie (aún permanece el de La Pilarica, y hasta el reciente AVE todavía funcionaban el de La Esperanza, el Arca Real y el Pinar) Por otra parte, en zonas más céntricas que éstas se abrieron túneles tanto para vehículos como para peatones. Los Vadillos-Los Pajarillos, Circular-San Isidro, Arco de Ladrillo y Las Delicias son los puntos donde se encuentran, si bien su vida ya está sentenciada en la medida en que se soterre el trazado ferroviario por las exigencias de la Alta Velocidad y se desvíen los trenes de mercancías.

Es el túnel de Las Delicias el más veterano, de finales de los años cuarenta del siglo pasado. Cuando la circulación automovilística era mínima, lo cual ha proporcionado un túnel de vehículos con calzadas sumamente estrechas, y en el que se producían frecuentes inundaciones cuando llovía fuerte. Paralelamente, está el entrañable túnel de peatones, que hasta hace unos años era más corto, y que comunicaba desde la calle de la Estación hasta el otro lado de la vía. Posteriormente abrieron otra salida, ya más dentro de la calle Labradores.



Si la parte más vieja tiene una bóveda más o menos de medio punto, lo nuevo sigue el estándar de simple dintel de cemento. A mi me gusta lo viejo. Lugar de paso rápido, como he dicho antes, temeroso por las noches, aunque la iluminación sea más intensa, casi siempre ha sido un escaparate de reivindicaciones políticas, de protestas sociales, de reclamaciones cívicas de todo tipo, cuyos afiches y pintadas se superponen en una cinta sin fin. Un mural permanente que a unos les parecerá cutre pero que otros opinan que proporciona calidez y expresión de la vida urbana. Si sus días están contados, yo propondré que su parte más primitiva permanezca como testigo no sólo arqueológico sino de memoria social. No sé si el arquitecto Rogers habrá pensado en ello, ni si las autoridades que deciden estarán por un costo más. Pero su función bien merece un recuerdo vivo.



(Este post se lo dedico a mi primo Antonio, con quien tanto paseo para arriba y para abajo del túnel he compartido en los viejos tiempos)

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El otoño, ese instante



Día a día, los colores otoñales del Campo Grande se alteran. El parque es un pulsador cromático de la ciudad. Ese reino botánico decide su curso allende las actividades que los vallisoletanos desempeñan. Para mi es un calendario. Cada tonalidad de las plantas marca una fecha. El volumen de hojas caídas señala otra página que se pasa. Si alguien viviera sin las referencias formales al uso, ya se sabe, un reloj, un trabajo sistemático, un calendario de Hacienda, una liga de fútbol, etc., le bastaría con observar el paso de las luces y colores por el Campo Grande para saber en qué tiempo se encuentra.



El otoño es una debilidad, pero no mayor o menor que el resto de las estaciones. Simplemente es la debilidad visual de este instante. Como dice el haiku:

Hojas caídas
buscan en el origen
hojas nacidas

Y en esta debilidad me complazco. Sin melancolías, sin negaciones, sin pesimismos. Leyendo los colores de la estación entiendes. El color habla fuerte. Tras estos colores vendrán otros y otros más. Un ciclo sin fin que nos sobrepasará. Me permito esta debilidad hermosa del otoño. No pido disculpas por mi recurrencia. El parque me enajena cada vez más. Al contemplar el riachuelo calmo, sus bordes, las sendas recuerdo otro haiku que me llega del Este:
Hojas caídas
forman nidos a mis pies
marchitándose