diario de un vallisoletano curioso

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Los últimos calores


A punto de cambio de estación. Los bancos de la plaza del Caño Argales, ocupados por vecinos de edad avanzada. Los últimos coletazos del verano, bien aprovechados para la cháchara. La plaza permanece aún cálida. A la caída de la tarde llegará el relente. Es un espacio con sustancia histórica y con sabor a barrio del centro. Maltratada por el tráfico, eso sí, que en uno de sus costados es abrumador. Desfigurada por algunos edificios de excesiva altura. Hay que agradecer la permanencia de dos bloques tradicionales que aún la dotan de entidad. De los viejos tiempos queda aún una fuente afarolada (con el escudo de la ciudad limpio y flamígero, sin blasón alguno) y un kiosco souvenir. Los árboles dan sombra y gracia, aunque también se podrían replantear. El pavimento no es muy acertado, lo pusieron así en la época del alcalde Bolaños. El suelo no era antes de esta guisa, doy fe. A la gente le cuesta andar por él, pero ya se sabe de los caprichos estentóreos que los técnicos municipales muestran en ocasiones. La plaza, pienso, podría renovarse y resguardarse más. Hacerla más cómoda, sobre todo, para transitar por ella y detenerse. Es un lugar de encuentro a horas: horas de la compra de las amas de casa que se encuentran, horas de salida de colegio, horas de jubilatas…Si algo significan las plazas pequeñas y recoletas dentro de una ciudad es su latente amabilidad.



2 comentarios:

  1. No me gusta el afán que tienen los técnicos de urbanismo por el cemento y el granito. ¿Cuántas plazas con tierra quedan, cuántos rincones con personalidad propia? Ya da igual en qué ciudad nos encontremos.
    Ejemplo: el quiosco modernista cerrado mientras se abre, en la misma plaza, un feo quiosco moderno.
    Por cierto: hoy mismo he tomado café por la mañna en el Tostadero, cafetería que se encuentra justo enfrente de esos bancos.

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  2. Sí, el diseño no fue precisamente muy acertado. Además, el kiosko es una reliquia que no se da a conocer. Pero sigo pensando que lo que más mata a la plaza es la riada que llega desde la Cicular por Salmerón.

    El Tostadero del Buen Café decía originariamente, cuando Ramón lo abrió hace bastantes años. Ahora, traspasado a otro olmedano, sigue con acogida por parte de la vecindad y de los innumerables oficinistas y comerciantes que abundan en el entorno. Un sitio con encanto.

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