No es nada nuevo, si bien no frecuente todos los años, que el río alcance sus buenas cotas de crecimiento. Lo ordinario era que el río viniera crecido en los albores de la primavera, cuando el deshielo en las montañas al Norte. Pero las lluvias de las últimas semanas se han anticipado a todas las leyes, que en materia de naturaleza no son tan regulares como se había pensado. Y menos con esta etapa de cambio climático que cada vez nos va a ir sorprendiendo más.
Pues bien. El río, que ya en condiciones normales, impone respeto, en la circunstancia de estos últimos días impresiona. No me lo he querido perder. No porque me impulse ánimo morboso alguno, porque no considero nada agradable lo catastrófico, sino porque de momento sólo quería apreciar el poder de las aguas, el curso veloz que imponen al Pisuerga y la elevación del nivel. Esto me recuerda al acontecer de la Historia. Pero de momento, dejémoslo en asunto de un río. Ante la majestuosidad que nos traslada -¿quién pone el cascabel al gato de las aguas?- el paseante enmudece. Y contempla sobrecogido. Hasta aquí es belleza. Por dentro o por debajo, la fuerza.
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