diario de un vallisoletano curioso

viernes, 22 de enero de 2010

Al pie del humilde mojón

Es y no es el paisaje urbano. Hay una calle, que también es una travesía. Y de pronto, nos lo recuerda el sencillo mojón. Ahí lleva toda la vida. Un hito, no sólo del kilometraje de Obras Públicas, sino de la historia del país. Teniendo en cuenta que España es un país de tradición centralista, con el eje de la rueda en Madrid y los radios, tanto en carreteras como en recorridos ferroviarios, partiendo de la inefable villa y corte. Aunque vayan cambiando las cosas, aún se cuenta desde el célebre kilómetro cero. Y aguantando mecha, impertérrito a los calores rigurosos y a los fríos secos, a orillas del Pisuerga.

Y él, modesto y sencillo, con una cifra y dos colores por banda, indicando la clásica carretera nacional y aguantando el tráfago de San Ildefonso con Isabel la Católica. No es un invento nuevo. Ya los romanos instauraron los miliarios para sus calzadas, una extensa red inteligente, varia y compleja, recorriendo la piel de toro conquistada. Lo curioso es advertir la persistente existencia del mojón en pleno centro de la ciudad. ¿Cuántos transeúntes se quedarán con su rechoncha y entrañable figura?
Este poliedro de tres caras cuya forma de remate -cual tricornio del dieciocho- se me escapa, es uno de esos iconos procedentes de la vieja España, como el toro de Osborne o el Anís del Mono. Lo curioso es que mientras muchos de estos emblemas tradicionales van desapareciendo comercial y publicitariamente, el mojón de carretera persiste en su férrea voluntad de marcar caminos que hoy se orientan por el GPS. Salvo que las normativas europeas lleguen un día y decidan que hay que variar las referencias de distancias y recorridos. Pero siempre nos quedarán los mojones de museo o de recuerdo. Yo ya me tengo apuntado uno.

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