Siempre se me antojó que su mirada y su cabeza eran las de Picasso. No sé por qué, analogías de imágenes, simplemente. El deterioro de la pintada ha envejecido también al personaje. Sea cual sea. Cuesta reconocer un rostro cuyas arrugas se confunden con el ladrillo de la pared. Y sin embargo, el hombre de ojos profundos sigue mirando al río Pisuerga, bajo la pasarela que hay junto a la antigua Hípica. Porque cuando el retrato en un muro es expresivo el significado se salva. Un hombre de edad contempla el tiempo y las aguas del tiempo le despiden, camino de su desembocadura. Observo que cada vez que paso por ahí es más profunda y nostálgica esa mirada. Mas la sonrisa de la experiencia permanece. Escéptica, tal vez. Y el río, que no cesa.
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