diario de un vallisoletano curioso

sábado, 9 de enero de 2010

El portador de rosas


No me cabe duda de que tiene que ser una celebración por todo lo alto. Cumplir años ya es motivo para ello, y uno lo ve cada vez con mayor entusiasmo. No es fácil seguir a pie de calle sano y salvo, por lo que conviene invertir el código de pensamiento: no hay que verlo como un año menos que le queda a uno o un año más viejo, sino como un triunfo de la resistencia y de la vida. Otro motivo del señor de la foto puede ser cumplir un tiempo significativo de convivencia en pareja que, además de heroico, rezuma dosis de aquiescencia y resignación. Celebrar la reposición tras una enfermedad me parece un objetivo prioritario para llevar flores a alguien y va íntimamente ligado al primero. Y un nacimiento, sobre todo si se trata de un nieto, ya redunda no sólo en expresarlo con un ramito de nada sino con un vergel. Al fin y al cabo, en los nacimientos se concentra lo más simbólico de la especie, sea de la cultura y territorio del planeta que sea.

Pocos son los que adquieren asiduamente flores por el motivo elemental de la belleza en sí de las mismas. Pero como las pautas sociales cambian cada día e incluso varias veces durante cada jornada, nada tiene ya de extraño que haya personas que adquieran flores o cava porque sí. Por que les gusta. Yo soy de estos. Huir de las celebraciones y fechas aceptadas socialmente y convertir el estado de ánimo positivo en alegre y espontánea razón para disfrutar una planta, un vino o un encuentro.

Fue mi madre la que me enseñó a apreciar las flores. Pero podía haberlas odiado de por vida. Ella no tenía buena mano para las plantas, al contrario que con la cocina, en la que era todo sensibilidad culinaria. Así que de chico me enviaba a comprar flores al mercado y yo volvía enrojecido y vergonzoso con el ramo. En aquella sociedad de manifestaciones reprimidas y de roles muy diferenciados entre hombre y mujer, las flores se relacionaban con las chicas y a mi me costaba acarrear con el ramito de claveles hasta casa. Hoy me entusiasman, independientemente de que también carezco de arte, pero la floristería es uno de esos comercios ante cuyo escaparate me paro sin vacilar. A veces entro y pregunto solamente para saber el nombre de alguna planta o para apreciar su textura de cerca. Así que admiré al portador de flores de esta mañana. Su rostro no manifestaba excesivo entusiasmo. Pero no te puedes fiar de las caretas de tus hermanos. Simplemente, podía estar lógicamente molesto por el desfile rudioso de los moteros que le impedía cruzar la calle.

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