diario de un vallisoletano curioso

jueves, 17 de diciembre de 2009

Una calle fuera del tiempo

Fue de una de las primeras calles que me llamaron la atención en mis años jóvenes. Cuando esa zona y su entorno hasta la Trinidad y San Nicolás, se mecía en una incuria considerable. Cuando nos metíamos a explorar en las ruinas de San Agustín, esa iglesia con una fábrica fenomenal y una fachada impresionante, abierta en canal al cielo y a sus elementos. Cuando las luces de las farolas de ese barrio eran tibias, si no tenebrosas. Luces que, por otra parte, siempre otorgaban un halo de misterio y atemporalidad fascinantes.

Fue también uno de mis primeros objetivos fotográficos en color. Por algún cajón debo tener todavía aquellas fotos en color pálido que reproducían mi humilde Werlisa, a la que debo al menos un aprendizaje de parvulario. Porque las primeras fotos que saqué ni siquiera eran familiares. Fueron sobre las ruinas de la Plaza de la Universidad, que decíamos entonces. Luego ya nos fuimos enterando de que esas ruinas, así, en el sentido más ruinoso y abandonado que uno se pueda imaginar, se llamaban Colegiata de Santa María la Mayor, cuando un talud de toneladas de tierra impresionante apenas dejaba entrever algunos ventanales ojivales. Pero ése es otro recuerdo.

La calle de Santo Domingo de Guzmán siempre me sedujo por su simplicidad. No de líneas, ya que es angular donde las haya en tan poco espacio y recorrido. Sino porque sus muros no contemplan más que la opacidad típica de los monasterios y conventos de hace siglos. En efecto, era una calle parada en el tiempo. Viendo aquella calle uno imaginaba todas las calles de todas las ciudades de España en los siglos pasados. Incluso ayudaba a poner imagen en las lecturas de textos del siglo de Oro, por ejemplo.

Hablo de mis imágenes y recuerdo en pasado porque ahora no la he visto tan identificativa. La construcción de algunos edificios nuevos, un poco metidos para no desentonar con el trazado de la calle, propicia salida de coches de garajes y mayor número de vecinos que la transitan. Cuando yo empecé a conocer esta calle era como una fotografía parada. Sus muros encalados en blanco, descascarillados y roídos, transmitían una imagen fuera del tiempo que vivíamos. No pasaban ni los perros por ella. Daba la impresión de que la gente evitaba su paso.
Desconocía que habían pintado recientemente los muros conventuales. Una mezcla asombrosa de ocres, marrones, amarillos arcillosos...matices cuyos nombres se me escapan. Lo mejor, pasar a verlos. No tiene nada que ver con los colores uniformes de antaño. Ignoro si estos de ahora son ocurrencia de técnicos o recuperan colores ya puestos en su tiempo. Al que haya conocido esta calle hace años le va a chocar. Eso sí, no hay manera de que se cuiden los detalles, por mucha necesidad pragmática que haya de ellos. La señal de circulación, los contenedores de basura.


Agapito y Revilla, ese cronista vallisoletano a caballo entre dos siglos, cita que esta calle se llamaba antes de Santa Catalina. No olvidemos que en ella se ubican dos conventos, el de Santa Isabel, lindando con la zona de San Agustín y Patio Herreriano. Y Santa Catalina, más en el meollo de la calle. Pues bien, el cronista local cuenta que cierta corporación municipal ordenó cambiar su nombre ya que hacía muy mal efecto que esa calle llevara un nombre de santa cuando en ella había algunas casas de mujeres que ejercían la prostitución. Al fin y al cabo, cambiaron el nombre por un santo de la misma orden, la de los Dominicos. No sé si es que el efecto de que éste fuera varón era más admisible para las mentes siempre obsesionadas por el sexo de algunos bienpensantes de la época.




Por cierto, las pintas blanquecinas que se observan en varias fotos son el efecto de los copos de nieve que empezaron a caer esa mañana. No quise interrumpir la sesión fotográfica, y la tímida nieve tenía derecho a posar interfiriendo la imagen, cual corresponde a la vida ordinaria. O dicho de otra manera, que no veo por qué la imagen real tendría que ser perturbada en este caso por el photoshop.

4 comentarios:

  1. Excelente reportaje sobre uno de los espacios recuperados de la ciudad histórica que más satisfacción provocan cuando se visita. Comparto tu experiencia y tus sensaciones. Pasear por ella calle, olerla, respirar, detenerse ante sus muros y ver al fin la papelería instalada casi en la confluencia con Expósitos es, desde luego, un placer que todos los que puedan debieran saborear. Un abrazo

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  2. Paso al lado todos los dias .
    El otro día la luz daba el el covento y estaba precioso,lastima de no llevar la camara

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  3. Fernando. Vaya, otro día me tendré que pasar por la papelería, ya decía yo que me dejaba algo. Lo cierto es que esta calle ni es de este tiempo ni de esta ciudad. Se quedó ahí por un milagro del azar y de la frustrada desamortización de Mendizábal, que se ve que no llegó a tocar esos bastiones recoletos.

    Gracias por tu estímulo.

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  4. Pues ya sabes, si pasas con frecuencia, inténtalo. De todos modos las fotos no son para un día tan gris como los que está haciendo. Creo que el día que pegue bien el sol, el efecto será otro. Me reservo la opinión sobre los nuevos colores. Quiero verlos bajo el efecto de la luz cálida y directa. Estaba acostumbrado a la sencillez de la cal y esto, no sé, me resulta algo extraño. Necesito digerir estos colores en un espacio tan reducido. Pero alguien tendría que aclararme si son dignos o simplemente fantasiosos.

    Buenas noches fotográficas, Batido.

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