A ver quién puede ofrecer un menú más sabroso. El Penicilino lo hace. Ese día tocaba Gamoneda. ¿Por qué no una buena ración de poesía antes de entrar al bar y para sentirte ya bendecido en su interior? Reconozco que El Penicilino de ahora no es el mío, y no es por hacer de menos al actual. Y podría serlo, si lo frecuentara de nuevo. Aprecio y me gusta ver la acogida abundante que tiene por parte de gente joven y de otra no tanto, según las horas y los motivos de encuentro. Te puedes perder en los humos, cierto, pero la clientela es como tú, y eso te hace sentir cómodo. Pero no sabes por qué, pero el fantasma del viejo Penicilino te persigue, y cuando entras de nuevo sigues rastreando las huellas perdidas.
Mi Peni era aquella taberna inmensa, con media docena de tinajas de una capacidad descomunal, tal vez poco acogedora desde el punto de vista actual de este concepto, pero un verdadero check point de estudiantes y parroquianos. Combatías la frialdad de aquella taberna de techos altos, a través de una cháchara con tus amigos o compañeros de la Uni sobre las inquietudes del momento. A veces era el epílogo a unas partidas de futbolín o de billar en Cascajares. Hablar a estas alturas de la pócima misteriosa que daban, el penicilino, absoluto secreto de la casa, y del mantecado de Portillo es ya un tópico del recuerdo. Pero a la pandilla os gustaba haceros los encontradizos con los profesores de la época y, tal como sucedía cuando ibas por Casa Gabino o por El Corcho, que en un alarde de aproximación cuando no de confraternización por su parte, os pagaran la ronda de claretes.
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Uno echa de menos en los últimos tiempos, antes de que lo cogieran los chicos de ahora, las tertulias de a pie con Manolo Cossío, mostrador de por medio. A cada visita me ponía al día del último libro que había descubierto. Era habitual que, si no había nadie, le pillaras con Chateaubriand, por ejemplo. Tal vez la infrecuencia de encontrarte con un lector ávido más que con un mero despachante de vinos, hace que valores más, no sólo la actitud de Manolo sino esta iniciativa de menú poético de los actuales propietarios. Cambiad, por favor, los menús todos los días. La poesía no deja de ser una gastronomía necesaria e interminable. No menos importante que la que dura una digestión de pocas horas.
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