El paseante solitario ve igual que el acompañado o que el transeúnte. Pero se fija más. Ve la ciudad en sus expresiones internas. Ve en todas las direcciones y si algo no lo percibe un día lo hará otro. El paseante tiene una actitud. Espera recibir del medio. Espera que el medio le aporte satisfacción. Espera visiones nuevas cada jornada.
Mirar la ciudad no es recibir el objeto en la retina y procesarlo según los cánones al uso. Mirar la ciudad no es aplicar el cliché de una aceptación ideológica ni conformista. Mirar la ciudad no es mirarse el ombligo. La ciudad es dinámica. Sus múltiples manifestaciones la enriquecen. Pero lo importante no es el enriquecimiento de aquello que puede quedarse en una mera abstracción, la ciudad, sino que lo interesante es que se desarrolle en cada habitante.
Que ciudadanos somos todos es de Perogrullo, pero conviene recordarlo, porque no es del todo verdad. Pero hay que exigirlo. Es de los que transitan o permanecen por más o menos tiempo. Los de derecho y los de hecho. Los empadronados de toda la vida y los que se van enraizando. Los que vienen de turistas a hoteles y miran sólo los monumentos, con gran satisfacción para los hosteleros. Los que vienen de otros países a ocupar trabajos que aquí no se ocupan, y que se lo montan como pueden en pisos colectivos. Los que ejercen formas más o menos disimuladas de mendicidad, y a veces hartan. Los pasotas de edades avanzadas, que no tienen dónde caerse muertos, pero que no incordian a nadie y a los cuales vemos matar las horas en determinados espacios de la ciudad, porque están más allá de todo esquema de habitabilidad confortable y no te cuento de ciudadanía reconocida.
Estas fotografías las tomé frente a una de las entradas de la Estación de Autobuses y justo y paradójicamente junto a un hotel. He visto en verano este mismo banco utilizado como descanso de homeless. En pleno día de bajo cero sirve de tendedero de una ropa que vaya usted a saber cuánto tardaría en secarse. ¿O se trataba de una artimaña para reservarse el asiento? Desde luego, yo no voy a quitarle el derecho a la persona que, pertrechada de un sentido higiénico indudable, ha puesto a secar sus modestas prendas a un sol de dudosa fuerza.
¿Y si todo fuera una especie de perfomance de algún creativo publicitario o de una nueva moda? También podría ser. Las apuestas están abiertas.
¡ANDA,QUE CURIOSO!
ResponderEliminarEn efecto, curioso, pero...¿sólo curioso? Los comportamientos de los humanos, y más si se ven necesitados, no tienen límite.
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