diario de un vallisoletano curioso

martes, 29 de diciembre de 2009

El torreón cautivo

No he visto algo igual. Una especie de torreón del siglo XIII cautivo en estos tiempos de fondos europeos. Si pillaran los norteamericanos, por ejemplo, una huella del pasado de este estilo, para rato lo iban a tener oculto y minimizado. Y es que hay cosas no sólo inaceptables, sino nefastas, y que califican de dudoso nuestro grado de conservación monumental. La primera pregunta es: ¿cómo puede ser que su visión exterior completa y el consiguiente acceso a su visita permanezcan todavía impedidos a los ciudadanos? Y las siguientes se suceden. ¿Cómo es que las autoridades municipales y regionales permiten esta ocultación de una muestra de arte que fija sus raíces en los tiempos más antiguos de la misma ciudad? ¿Está suficientemente restaurado y protegido el viejo adarve, perteneciente al alcázar de la reina María de Molina?


Ciertamente, ignoro quién es el propietario de este vestigio mudéjar. Desde la calle Estudios, ya en el ángulo con la calle Colón, se advierte que se halla junto a la iglesia de la Magdalena, pero detrás hay un colegio religioso y así mismo se halla transversal el convento de las Huelgas Reales. No sé desde dónde se efectúa el ingreso en el torreón. Entre propiedades eclesiásticas debe andar, pues, la buena torre. Desde fuera, asomando por una tapia, apenas se contempla parte de un enorme arco en ladrillo que las fotografías que han podido hacerse desde algún patio interior muestran que es de influencia árabe. Vamos, el típico arco de herradura, igualmente manifiesto en la ventana. También se ven las ménsulas de piedra que sujetaban el alero desaparecido.



Pero las preguntas que me hacía al comienzo adquieren tintes preocupantes cuando el paseante ve que una casita adjunta a la iglesia de la Magdalena se está reforzando e incluso da la sensación de que aumenta de alguna manera su altura. ¿Va a quedar taponado del todo el viejo torreón? Uno no quiere ser negativo permanentemente, pero sufre por las actitudes nefastas de propietarios y conciudadanos que no reclaman el rescate de su propio pasado. Y Valladolid, que carece de vestigios en superficie de los diferentes recintos amurallados, no está como para ignorar uno de los que le pertenecen. Salvo que la desidia administrativa, el interés entre distintas propiedades o la ignorancia sigan habitando entre nosotros.

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