diario de un vallisoletano curioso

viernes, 11 de diciembre de 2009

¿La huella de los jardines babilónicos?


No son los Jardines Colgantes de Babilonia, pero podrían ser el modelo, salvando todas las distancias del mundo. O acaso el espíritu de Wright con su casa sobre la cascada, aquí sobre la calle, estuviera de alguna manera en la mente de los arquitectos. Ficciones y exageradas asociaciones de ideas mías. Sin pretender comparar este edificio con una de las míticas Siete Maravillas del Mundo, sobre la que se ha hecho más ficción que otra cosa, lo que pretendo es traer aquí lo diferente, lo extraordinario, lo inusual en nuestra ciudad. Y me refiero a tipología y estética del edificio, en una ciudad donde abunda la repetición del ladrillo cara vista -material honroso y preciado, por otra parte, si tiene arte-, las fachadas de ventanas que no destacan y la cada vez mayor renuncia a balcones con saliente y terrazas abalconadas.

Por supuesto que hay de todo, pero durante los últimos años, precisamente estos de la explosión inmobiliaria que ha sido al final también de burbuja letal, la imaginación no es la norma. Naturalmente, se dirá que tampoco lo fue en la década de los sesenta y de los setenta, cuando levantar los barrios de Valladolid fue el chollo de los constructores, a precio de la fealdad y la repetición. Y, ¿qué decir de la construcción de edificios de nuevo cuño sobre solares del casco antiguo? Con la pretensión formal de que mantengan semejanzas con lo anterior, no pueden salir fachadas más pobretonas, ausentes de gracia y de la llamada de la calle. La arquitectura de los siglos XIX y XX sigue siendo una de las señas de identidad cualitativa de nuestra arquitectura, aunque responda a la capacidad económica y social de la burguesía vallisoletana. De ella habría que haber aprendido algo más en los últimos años.


Este edificio, que puede ser del gusto o no de otras personas, al menos rompe. Las alturas están a distinta disposición, y de acuerdo con que esa especie de contrafuertes de cemento da a primera vista una sensación rara, tal vez porque el material no goza de un prestigio decorativo precisamente. Sin embargo, para mi es una solución grácil e ingeniosa, y las plantas que casi devoran la fachada dejan de ser simple vegetación cayendo en cascada para convertirse en un elemento decorativo integrado con los materiales duros. Simbiosis placentera. Yo sólo sé que cuando paso por la calle Puente Colgante, no puedo dejar de mirar el edificio.

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