Pero el paso era eso, una manera horizontal de cruzar las vías, un modo de salvar barrios que iban naciendo, como una prolongación del efecto de los Talleres de la Compañía del Norte. Barrios que luego crecieron y por último se consolidaron. Se afirmaron tanto estas nuevas zonas residenciales que no hace muchos años el paso empezaba a ser denigrado por los vecinos y por los automovilistas. En otras zonas de la ciudad se abrieron túneles para facilitar el tránsito. No sé si porque este punto era angosto, entre la Azucarera Santa Victoria y las viviendas inmediatas del Camino de la Esperanza, o por qué, pero no hubo nunca manera de disponer de otra solución que no agobiase y arriesgase tanto a todo el mundo.
Y en esto llegó el AVE, apenas año y pico o dos años. Y la solución dejó, de momento, de serlo. Con su llegada en superficie a la estación Campo Grande, el recorrido tenía que estar vallado, protegido y aislado. Por el bien del AVE, sobre todo. Y el paso se acabó. Para los coches desapareció totalmente. Para los peatones, los que van a trabajar al Polígono Argales o se dirigen a algún destino entre Carretera Madrid y Las Delicias y Zona Sur, se levantó una macroestructura aérea de metal, todo vigas y rejas, donde la sensación de aprisionamiento obliga a recorrerlo lo más rápidamente posible. Los vecinos le llaman la Pasarela. Pero más parece un puzzle que un paso elevado o una pasarela.
Se supone que con el soterramiento de las vías, todo obstáculo en superficie desaparecerá. Ojo, todo no. La circulación rodada es siempre una barrera incómoda y arriesgada, sobre todo si no se planifican y diseñan bien las calzadas. Qué buena ocasión sería ésa para desarrollar una línea de tranvía que uniera lo más alejado de la Zona Sur con lo último de la Norte. Barrios como Covaresa y Parque Alameda, Arturo Léon, La Rubia, La Esperanza y Paseo de Zorrilla, parte del Centro, Carretera Madrid, Delicias, Circular, Vadillos, Pajarillos, Pilarica...es decir ¡más de media ciudad! Podrían quedar conectados con un sistema rápido, cómodo y no contaminante. Otras ciudades lo han logrado. ¿Por qué no la nuestra? Es una cuestión de criterios, de decisión inversora y de apuesta de futuro. El alcalde en activo no está por la labor. Pero un proyecto tan interesante, provechoso para la ciudadanía y avanzado para los tiempos que lo exigen, ¿tiene que depender de una figura efímera? Tal vez el tan traído y llevado arquitecto Rogers, que debe estar planificando la solución del ensanche de futuro, los terrenos de los antiguos Talleres de RENFE, tenga una visión más adecuada.
La sensación al tomar esta especie de puente de La Esperanza es chocante. Configura un avance y retroceso, que para sí querrían las composiciones musicales. Al vallisoletano que no se haya acercado nunca a este punto las fotografías le despistarán. Sí, son un puzzle. ¿Hay alguien capaz de casar las piezas?
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