diario de un vallisoletano curioso

martes, 8 de diciembre de 2009

De la noche al día


No creo que queden muchos faroles como éstos. Ya sé, son farolas de bombillas, pero mantienen esa estructura del farol de procedencia decimonónica que me fascina. Así que me permito la licencia; me apetece llamarlos faroles. Se encuentran en la calle Cardenal Cos, donde da uno de los muros laterales de la Catedral. Allí prenden altivos desde la pared de ladrillo de un antiguo almacén y de la casa ya deshabitada que hace esquina con la Plaza de la Universidad.

Farolas que nacen de los muros, exibiendo el escudo de la ciudad y que alargan al vacío un delicado brazo que se encarga de sostener el farol acristalado, tan coronado él como el escudo. Residuos de un pasado no muy lejano, supongo que los eliminarán en cuanto se ejecuten nuevas construcciones en la calle. Pero mientras, los reivindico.

Se agradece su presencia tibia, no sólo porque su iluminación ambiente concede carácter a la calle, sino porque desplaza la exageración luminaria de la ciudad. ¿Se ha parado a pensar la ciudadanía cuántos modelos de farolas y luminarias invaden paredes y suelos de las calles? Fíjense cada vez que tomen una calle y otra. Sólo en el centro la diversidad de estéticas y estilos se multiplica exageradamente.

Y es que los puntos de luz no por ser farolas isabelinas son las más adecuadas, en ese empeño a hacer aparentar ciertas calles de la ciudad como si fueran de dos siglos atrás. No por poner columnas lumínicas, cual gusanitos de luz fuera de contexto, como en el Paseo entre el Campo Grande y la Acera de Recoletos somos más modernos. Si repasáramos una a una cada ruta callejera tendríamos sobrados motivos para cuestionar y hasta para discrepar sobre los sistemas de iluminación artificial. Añadamos al tema la abusiva luz que se desprenden de los comercios y de la circulación de vehículos: no es de extrañar que la contaminación lumínica sea otra de las modalidades de malestar si no de destrucción ambiental. Prueben a subir al Cerro San Cristóbal y verán las dificultades para observar el cielo.

Propongo una ruta turística, a patita y sin Bus Turístico al uso, por favor, para descubrir las mil y una variedades de cepas luminosas que cunden por nuestras calles. Como algún día habrá que establecer la ruta de las cámaras de seguridad, que en algunas zonas de la urbe son una verdadera pasada. No sé si es un tema que tenga solución, ni siquiera si su solución pasa por homogeneizar y reducir los puntos de luz a unos pocos. Pero mientras, me divierto como si estuviera viendo un museo vivo y al día. Después de todo, el mobiliario urbano se ha constituido como una de las plagas principales de nuestras ciudades. Y en esta nuestra adquiere categoría de mal gusto y de dificultad para ejercer de peatones. Me quedo con la sencillez de esas farolas modestas que me hacen pasar despacio y hasta relajan mi estrés cuando camino por la zona que las acoge.

4 comentarios:

  1. Gracias por mostrarnos lo que muchas veces nos cuesta ver. Estamos tan acostumbrados a nuestra ciudad, yo por lo menos, que muchas cosas las obvío y ya ni me fijo en ellas, perdiendo así muchos detalles que en realidad ni sabía que existían. Cuántas veces habré estado bajo esos faroles sin percatarme que estaban allí.

    Me encanta el blog. ¡Volveré!

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  2. Eres generosa, Anaïs. Como tu dirías, vamos con frecuencia con la cabeza para abajo (qué signo tan terrible, ¿no?) Pero es el alzar la vista, aguzar la mirada y pararse lo que nos enseña. Hay mucho detrás de cada espacio urbano. Y yo, aunque a veces me muestro renegón y pesimista, busco lo estimulante.

    El blog está abierto a tus comentarios y sugerencias. ¡No lo dudes!

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  3. Llego aquí de rebote desde la bitácora de Diego Fernández Magdaleno y me encuentro una grata sorpresa. Una mirada a mi Valladolid realmente maravillosa.
    Por ahora me quedo en este rincón de la ciudad que tanto me gusta. Muchas madrugadas camino del trabajo paso por esa calle. Me encanta esa tranquilidad. Y esa luz. Y me maravilla esa fachada del almacén de los Hermanos Santaolaya. Uno se imagina como serían las cosas cuando por ese portón saliesen carros cargados de no sé qué. Y se imagina un Valladolid más habitable y amable con los que le sufrimos día a día.

    Con tiempo y calma recorreré todos los rincones que propones en tus entradas. Lo que he visto en una primera ojeada rápida me ha encantado.
    Comparto contigo eso de levantar la vista para ver las ciudades. Algo que se nos ha olvidado del todo por las prisas que esta sociedad nos hace padecer.

    Mi felicitación por esta bitácora que prometo visitar cuando la ciudad me coma y necesite que se me muestre de manera más amable.

    Un saludo.

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  4. Gracias por tu interés, Adanero. Sobre ese rincón hay otro post de día, donde saco la pared de ladrillo del almacén y lo contrapongo al muro de la Catedral. Es alucinante. Mira que a mi me gusta...Aunque ahora paso con frecuencia fue en mis tiempos de estudiante cuando resultaba cotidiano el lugar, camino de los futbolines del Pasaje Gutiérrez o de los billares de Cascajares.

    Y es que yo tengo la sensación de que nuestra ciudad es una ciudad siempre inacabada -todas lo son, pero en otro sentido- donde muchas obras se empezaron a hacer y se dejaron a medias. Y donde permanecen sorprendentes huellas, aunque otras se han ocultado infamemente.

    Bienvenido, pues. Sigue echándote vistazo por otras miradas, es decir, por otros post. Yo siempre agradeceré una opinión, un punto de vista, una discrepancia, una reacción emotiva.

    Salud, pues, Adanero y a profundizar en nuestra visión.

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