Que en Valladolid al menos perduran monumentos puntuales, así en sentido aislado, aun habiendo desaparecido casi todo el entorno histórico, es la noticia menos mala. Que bastantes de estos monumentos son arquitectura civil, es mejor todavía. No todo lo que pervive son templos o conventos, muchos de los cuales desaparecieron también. Y que casi todo lo que nos ha llegado de los edificios civiles son palacios, ahí está. De acuerdo que algunos con muchos cambios, con intervenciones y rehabilitaciones diversas en otras épocas de las que vaya usted a saber su respeto a lo original.
Algunos palacios han llegado a ser desmontados en su totalidad y luego repuestos algunos de sus elementos más vistosos, por ejemplo, patios o columnatas. Otros se han mantenido más o menos debido a usos sucesivos que han servido para salvarlos de las destrucciones ocasionales de la historia o del abandono. ¿Quién podía hacer una arquitectura consistente en los siglos pasados? La Iglesia y la Nobleza. También las instituciones al uso. Ahí permanece el Palacio de Santa Cruz o la Universidad. Pero mira por ejemplo el Ayuntamiento antiguo, quedamos desprovisto de él. En un país de poderes tenaza siempre han sido los holding poderosos los que han podido levantar la riqueza monumental, aunque parte de ésta se vino abajo en la medida en que ese poder mermaba o la propiedad cambiaba de manos.
El palacio recogido aquí se llama Palacio de los Condes de Villasante. Está justo detrás del Teatro Calderón, edificado sobre el solar donde antiguamente estuvo el Palacio del Almirante de Castilla. Hoy, y desde mediados del siglo XIX, esta propiedad noble pertenece a la autoridad eclesiástica, y se ubica en él el Arzobispado y sus consecuentes dependencias administrativas. Es un palacio que continúa con sus deberes palaciegos, aunque la Corte sea diferente al papel inicial.
Parece que en el edificio se están llevando algunas obras, en concreto en los espectaculares sótanos y pasadizos de uno de los torreones que dan a la fachada. Ocasión propicia para hallar la puerta abierta y echar un vistazo al patio renacentista. Este tipo de patios, de inspiración italiana, me fascinan. Tanto el trenzado de los arcos como la perspectiva que ofrecen desde cualquiera de sus ángulos. Me dejé seducir también por los capiteles, cuyas alegorías sería interesante conocer. Pero de momento me basta con recrearme en su visión. Por cierto, no obstante el trasiego de los funcionarios del clero, la sensación de apacibilidad y el aislamiento del exterior te toma. No me cabe duda de que es uno de los secretos de la buena arquitectura.
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