diario de un vallisoletano curioso
domingo, 6 de diciembre de 2009
Cómpreme una mascarita...
Una vuelta por los puestos de bromas y otras chucherías de estas fechas en la Plaza de Zorrilla me habla de la gente. No de los que están tras el mostrador, para los cuales este género es tan importante como para el Sr. Botín las operaciones de su imperio bancario, por ejemplo.
Ese despliegue de máscaras histriónicas me hace pensar que compradores los hay, con o sin la tatareada crisis. Me pregunto entonces sobre la necesidad de esa especie de travestismo facial, al socaire de una fiestas estereotipadas y asumidas a diestro y siniestro. Y me imagino a esos mismos compradores de caretas poniéndose y quitándose diariamente su máscara de funcionario, de tornero, de enfermera de la seguridad social, de cajera o de empleado de grandes almacenes, por citar algunos roles laborales. O bien de padres entregados, de maridos intachables, de esposas complacientes, de vecinos gratos, de conductores educados...
¿Se necesita la máscara de fantoche festiva para alternarla con la habitual? ¿Se trata de ponerse lo bufón y lo esperpéntico para diluir la gravedad de las máscaras cotidianas, las que llevamos pegadas a los músculos? ¿Se pretende recurrir a lo exagerado para salvar las íntimas, a las que estamos tan acostumbrados? A veces me digo si no resultaríamos más auténticos si calzáramos nuestros aparentes rostros cotidianos con el disfraz de lo increíble. A uno, con frecuencia, lo que le espanta es la jeta que traslada de aquí para allá la ciudadanía. Esa mudanza que va desde los gestos hirsutos hasta las sonrisas beatíficas, y todo tan dudosamente creíble, en el plisplás de veinticuatro horas en la vida de un androide.
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La máscara siempre ha estado asociada a la cultura humana y a los artificios que al persona adopta frente a los demás. El disimulo,la impostura, la ocultación deliberada de la imagen. La máscara permite esconder el rictus propio ante la realidad y sustituirlo por la mueca fingida, que no varía pero que aporta, cuando se utiliza, una sensación de libertad. La máscara ayuda a mentir, siquiera sea por un momento, durante el cual quien la utiliza se siente impune de lo que hace y de lo que dice, ya que su identidad queda camuflada y sólo a él pertenece. Magnifica entrada. Un abrazo
ResponderEliminarTal vez por eso que tú dices, y que comparto, es por lo que tantos individuos llevan incorporada a la piel una especie de cara alterego. No necesitan siquiera echar mano de caretas. Bueno, es un tema que da para mucho. A mi me fascina y soy recurrente con él. Cualquier día volveré a la carga. Porque las máscaras están por todas partes.
ResponderEliminarGracias por seguir.