Decía el escritor austriaco Thomas Bernhard que los premios eran una manera de comprarte. Huy, haciéndose eco del rencor hacia su país y sus paisanos decía cosas más severas y graves. Pero no creo que sea el caso de Antonio, el alfarero de Portillo, perdón, del Arrabal, como los del lugar matizarían, al que Foacal (Federación de Organizaciones Artesanas de Castilla y León, cuya entidad y esfuerzo queda fuera de toda sospecha) ha rendido homenaje. En el caso de Antonio se trata de todo un reconocimiento digno y legítimo a su tarea.
Tampoco Antonio tiene por qué acobardarse, con la experiencia y la dedicación que hay a sus espaldas. Antonio, que es un hombre callado, prudente y amable hasta un extremo que nos hace a los demás apreciarle, encaja con discreción y sinceridad este sano ejercicio. Los que estuvimos para arroparle y contentarnos con él, lo pudimos comprobar. Pero uno piensa enseguida en algo más allá de los gestos. ¿Cabe mayor reconocimiento que ese don que ha ejercido desde chico con sus manos y del que ha sabido hacer uso? Heredado en parte por el aprendizaje con su padre, pero refrendado por la habilidad personal que su propia naturaleza le ha concedido, Antonio Martín Torres se ha premiado a sí mismo. Ha vivido honrada y creativamente de un oficio que tiende, si no a extinguirse, sí a permanecer diezmado y a reconducirse hacia otras manifestaciones.
Los tiempos de los cacharros de barro, que muchos conservamos todavía aunque sea como piezas de recuerdo, han ido difuminándose. El barro se ha hecho materia corpórea entre las manos de los artesanos desde el nacimiento de las primeras urbes de la humanidad. De alguna manera sus formas han estado condicionadas por las formas de los cuerpos humanos. No sólo de las manos, sino de las caderas o de la cabeza. Entonces uno piensa en el trabajo arduo y cotidiano de Antonio. ¿Cuántas piezas habrán salido de sus manos? ¿Cuántas pedaladas no habrá dado hasta la electrificación del torno? ¿Cuántos baños sobre los cacharros? ¿Cuántos cocimientos en hornos de leña y más tarde en los industriales? Y de las piezas cocidas defectuosamente o rotas, ¿qué se hicieron? Todo un proceso que sólo late en la experiencia vital de alfareros de raza como Antonio Martín Torres.
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