diario de un vallisoletano curioso

viernes, 25 de diciembre de 2009

A la manera de un Manifiesto del Paseante

A la vista de ciertas apariencias, se diría que el oficio de paseante es sólo propiedad de jubilados, de desocupados o simplemente de ociosos. Sin embargo, el paseo es ante todo una invitación, una tentación irreprimible y gratuita para cualquier ciudadano que desee abandonar por un tiempo sus obligaciones cotidianas y se deje arrastrar sugerentemente por la ciudad. O mejor dicho, por sus calles y avenidas, que son las que conducen a descubrir la ciudad. Porque la ciudad está repleta de sugerencias. Y no hay edad específica para el paseo. Todas las edades son propicias. Y cuanto más pronto se ejercite, sus descubrimientos van a propiciar más goce y conocimiento.

Las imposiciones de los tiempos actuales pretenden reconducir las formas de vida siguiendo el ya viejo patrón norteamericano. Es decir, ese eje cuadriculado que consiste en tráfico-centro de trabajo-supermercado-vivienda. Habrá quien piense que ese paisaje de ocupación se rompe y dulcifica con el gimnasio, el polideportivo, el estadio o la piscina, por ejemplo. Acaso lo único que se hace es ampliar la compra en la oferta del mercado. Afortunadamente, nuestra ciudad no es una ciudad prototípica de allende el océano. Aunque el crecimiento de un área metropolitana, que involucra a nuevos vallisoletanos de proximidad, tenga ya ciertas semejanzas donde sus habitantes corran el riesgo de alejarse del núcleo madre.

La manera de vivir forzosa, y no siempre elegida de la manera más conveniente, contempla más la ocupación del tiempo y la huída del vacío que el sano ejercicio de la desocupación. Porque pasear, además, es desocuparse. Librarse de la gravedad de las obligaciones y de los compromisos. Sentir de otra manera, más saludable y más propia, el cuerpo y el pensamiento.

Los paseantes vocacionales y los espontáneos, es decir, todos cuantos escuchamos nuestra biología íntima, invocamos otra cosa. Frente a las nuevas alternativas de ocio que, en realidad, se nos venden como actividades que obligan y agobian nuestros tiempos, reclamamos la distensión, el disfrute del tiempo sin mediar intercambio mercantil o con mínimo de gasto. Propugnamos la ocupación con mirada escrutadora de la ciudad. Pasear es también aprender a mirar. Los objetos siempre están ahí, con sus variantes y cambios, provisionales o definitivos.

El binomio tiempo obligado/ tiempo libre, de difícil y en ocasiones sofocante combinación, se convierte frecuentemente en un extraño artefacto mecánico que trata de incorporarnos a su giro monótono como hombrecillos articulados que bailan cuando se les da cuerda. Pasear sin tensiones, por el contrario, nos desmecaniza, nos desconecta, nos desobliga. Y además despierta dentro de nosotros la mirada lúdica y expectante sobre el entorno. Jugamos a la aproximación de la distancia. Miramos hacia las obras del pasado y disfrutamos lo salvado de una herencia fecunda que no todas las épocas de nuestra ciudad ni todos sus gobernantes supieron respetar y trasladarnos.

El relieve de la foto, tomado de la puerta de un establecimiento de la calle del Val, muestra al peatón apresurado que ya se afirmó en el pasado siglo. Hoy, ese híbrido que combina carrera de coche y carrera de pies sin tomarse un respiro, debe elegir antes de que el estrés y la atrofia le sentencien.

1 comentario:

  1. ¿Sabes que no estaría nada mal hacer un Manifiesto del Paseante? Este texto podría ser base para ello, y a mi me parece que se queda corto, aunque comparto lo que dices.

    Dejo caer la idea.

    Me gusta ver este otro Valladolid, unos temas más que otros.

    Un saludo.

    Álvaro

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