diario de un vallisoletano curioso

jueves, 11 de marzo de 2010

El expreso de los Torozos

Ahí, enjaulada. Como prevención un tanto carcelaria frente al gamberrismo. O para que no se escape por el túnel del tiempo al pasado humilde pero a la vez glorioso. Made in Manchester, Inglaterra. Locomotora testigo del célebre tren burra, que fue el título coloquial y ordinario muy propio de nuestra áspera tierra. En la realidad de la imaginación, yo le hubiera llamado el expreso de los Torozos.

La máquina se halla instalada en la Plaza de San Bartolomé, a la entrada del Barrio de la Victoria, y salvo que te metas en la zona ajardinada el monumento vivo pasa desapercibido. Es de las pocas huellas de atrás cuya representación no es una efigie sino el mismo elemento que se evoca. Qué suerte. El lugar de colocación no es casual, ni es por poner algo en el centro de la plaza. En esos terrenos se ubicaba la estación principal del Tren a Rioseco, si bien parece que había otra también próxima a la Estación del Norte y Campo Grande. Recuerdo vagamente las vías instaladas aún muchos años después de desaparecer el servicio ferroviario, a través del Paseo de Zorrilla y del Paseo de Isabel la Católica. Como recuerdo, más difusamente todavía, un par de viajes a La Mudarra, donde mi padre tenía un íntimo amigo quesero.

Que el tren burra tardara dos horas en hacer el recorrido y que la gente se tuviera que bajar para descargarle de peso y que pudiera subir la cuesta del páramo, es anécdota y es historia. Algo que suena hoy casi de cuento, incluso de tebeo, pero que no deja de tener su interés porque, a pesar de la tendencia que tenemos los vallisoletanos a menospreciar lo propio, se han hecho interesantes esfuerzos históricos por mantener conexión ferroviaria en distintas direcciones. Ídem se podría decir de la línea de Ariza, que recorría los pueblos de la cuenca del Duero en dirección Peñafiel, perdido insensatamente por imposición de la nueva estrategia de la compañía de ferrocarriles hace tiempo.

Reencontrarme con la locomotora de aquel entrañable tren de la España profunda me ha invitado a este homenaje. Seguro que muchos conciudadanos no conocen ni la máquina ni su instalación, y mucho menos su currículum. Y es que la historia de este valle erosionado y antiguo en el que nos instalamos los indígenas no tiene precio.

2 comentarios:

  1. Anda! Te has animado a dedicarle una entrada! Qué bien! A mí, personalmente me encanta que no haya caído en el olvido y le hayan dedicado un rinconcito en la ciudad.
    Un beso

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  2. Es entrañable, ¿verdad? Ahí, subida en su trono, y con una verja para salvarla de los dañinos. La prefiero ahí a yacer en un local que jugara a museo. Está en su punto.

    Gracias por tu paseo.

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