No hay que dejar pasar el instante. La belleza de la primavera es precisamente su condición efímera. O cómo se convierten en una dimensión superior los elementos naturales. El viandante debe rebajar su paso y trocarse en paseante. Abstraerse ante la sorpresa. Conque simplemente se pare y contemple las manifestaciones excepcionales que estos días se brindan a sus ojos hallará sentido. Se verá afectado. No hay visión de la belleza que no nos atraviese y nos transforme. La vida está hecha de pequeños cambios. Aprovechemos el contrapunto a nuestros ritmos agitados y a nuestras angustias soterradas deteniéndonos ante este árbol total. Advertir el cortejo de sus flores, su forma, sus colores, es cargarnos de luz. No es nada difícil mirar y aprender a observar. Algo se queda dentro de cada uno. Al fin y al cabo, somos parte de un sistema entrelazado con este arbolito. Y no es puro símbolo.
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