Noche y día

A punto de ser atenazada por las casas de la vieja Corredera de San Pablo, hoy denominada Angustias. Sólo apariencia: los distintos planos no lo permitirían. A punto de emerger un poco más, pues sobrevivir a los siglos es estar naciendo. Resistiendo a los embates de fuera y sobre todo a los más contradictorios, los de dentro. No sucumbiendo a su aparente función, pues su destino no está únicamente en ser un campanario. Viejo testigo de los planos más antiguos de la ciudad. Brújula de paseantes. Superviviente de tantas caídas. Referencia amenazada seriamente en su tiempo por una catedral nonata. Arriesga nuevamente hoy por la manía persecutoria de las autoridades, obsesionadas por el negocio de los aparcamientos subterráneos. La vista de la Antigua desde este ángulo no es la más frecuente. Ignora el resto de un templo reconstruido que tiene pegado a su piel. Porque para mi, la Antigua es sobre todo la torre. Podría no existir la fábrica adjunta y daría lo mismo. Ella resultaría igual de hermosa. Casi exenta del todo, esta torre es una extraña casualidad llegada hasta nuestros días. Afortunados los vallisoletanos. No incumbe sólo a una fe ni a una creencia. El arte y la arquitectura van más allá. Se consagran en sí mismos. Se proyectan en otra dimensión que nos pertenece a todos. Ahí la esencia de su patrimonio moral. Es sagrada por la obra que los hombres hicieron con su talento y sus manos. Nadie podrá jamás secuestrarla a su comprensión y al reconocimiento.