diario de un vallisoletano curioso

jueves, 31 de diciembre de 2009

Despidiendo el año con charcos


Queridos vallisoletanos. Despidamos el año con una ruta por los charcos de Valladolid. Hay muchos más, pero de momento el vallisoletano curioso os ofrece esta selección. Como freelance que me creo, je, me siento orgulloso de captar imágenes a vuelo, sin mayor compromiso que con el instante en que el acontecimiento se produce. Digamos, pues, que el objeto de la mirada es mi aliado. Os invito.

Primera aclaración de Perogrullo. Los charcos son un producto de la lluvia. Si no lloviera no existirían. Si todo quedara en este axioma el alcalde quedaría exento de mayores explicaciones. Segunda consideración. Pero ésta es una ciudad, histórica y moderna, como suele decirse en los prospectos turísticos, y con sus calles, sus plazas, sus jardines, sus monumentos. Y el suelo está pavimentado de múltiples y variadas baldosas de todos los colores, con predominio triste del gris. Esto nos confiere al menos categoría de ciudad perteneciente al mundo desarrollado. Tercera aseveración. Pero hete aquí que llegan las lluvias, sobre todo como esta racha en que no están precisamente cesando. Entonces las plazas, las calles, los jardines y demás zonas horizontales sacan a relucir su otro rostro, el verdadero cuando llueve. El de las zonas del suelo deprimidas que proporciona sabrosos charcos para inconveniencia de los peatones que no se sienten seguros ni por las aceras. Eso sin considerar cómo te ponen los coches si caminas por el borde de la calzada.

Con frecuencia, queridos y sufridos paisanos, veis los charcos con malos ojos. No sé de quién os acordaréis en ese momento en que el agua se os ha metido por el pantalón o salpicado las medias. Claro que la autoridad diría que no se puede ir despistado por la calle. Pero ¿os imagináis si todos fuéramos con la cabeza gacha, fijos los ojos en el suelo? Pareceríamos una ciudadanía desalentada, hundida y postrada.

Así que os invito a que veáis el otro rostro de la situación. Aprovechad el evento de las lluvias y de sus efectos sobre el embaldosado para disfrutar del reflejo de la ciudad. Los árboles, las farolas, las galerías de las casas antiguas, las torres de las iglesias, las fachadas de los palacios o simplemente la gente que pasa proporcionan una ocasión para ser admirados desde otro ángulo. Así que al mal charco buscadle su contrapartida creativa y a vivir. Ya os secaréis cuando lleguéis a casa.

Empezad, pues, 2010 con buen pie. Éste que os quiere.






miércoles, 30 de diciembre de 2009

Y el barro se hizo carne


Decía el escritor austriaco Thomas Bernhard que los premios eran una manera de comprarte. Huy, haciéndose eco del rencor hacia su país y sus paisanos decía cosas más severas y graves. Pero no creo que sea el caso de Antonio, el alfarero de Portillo, perdón, del Arrabal, como los del lugar matizarían, al que Foacal (Federación de Organizaciones Artesanas de Castilla y León, cuya entidad y esfuerzo queda fuera de toda sospecha) ha rendido homenaje. En el caso de Antonio se trata de todo un reconocimiento digno y legítimo a su tarea.


Tampoco Antonio tiene por qué acobardarse, con la experiencia y la dedicación que hay a sus espaldas. Antonio, que es un hombre callado, prudente y amable hasta un extremo que nos hace a los demás apreciarle, encaja con discreción y sinceridad este sano ejercicio. Los que estuvimos para arroparle y contentarnos con él, lo pudimos comprobar. Pero uno piensa enseguida en algo más allá de los gestos. ¿Cabe mayor reconocimiento que ese don que ha ejercido desde chico con sus manos y del que ha sabido hacer uso? Heredado en parte por el aprendizaje con su padre, pero refrendado por la habilidad personal que su propia naturaleza le ha concedido, Antonio Martín Torres se ha premiado a sí mismo. Ha vivido honrada y creativamente de un oficio que tiende, si no a extinguirse, sí a permanecer diezmado y a reconducirse hacia otras manifestaciones.



Los tiempos de los cacharros de barro, que muchos conservamos todavía aunque sea como piezas de recuerdo, han ido difuminándose. El barro se ha hecho materia corpórea entre las manos de los artesanos desde el nacimiento de las primeras urbes de la humanidad. De alguna manera sus formas han estado condicionadas por las formas de los cuerpos humanos. No sólo de las manos, sino de las caderas o de la cabeza. Entonces uno piensa en el trabajo arduo y cotidiano de Antonio. ¿Cuántas piezas habrán salido de sus manos? ¿Cuántas pedaladas no habrá dado hasta la electrificación del torno? ¿Cuántos baños sobre los cacharros? ¿Cuántos cocimientos en hornos de leña y más tarde en los industriales? Y de las piezas cocidas defectuosamente o rotas, ¿qué se hicieron? Todo un proceso que sólo late en la experiencia vital de alfareros de raza como Antonio Martín Torres.

martes, 29 de diciembre de 2009

El torreón cautivo

No he visto algo igual. Una especie de torreón del siglo XIII cautivo en estos tiempos de fondos europeos. Si pillaran los norteamericanos, por ejemplo, una huella del pasado de este estilo, para rato lo iban a tener oculto y minimizado. Y es que hay cosas no sólo inaceptables, sino nefastas, y que califican de dudoso nuestro grado de conservación monumental. La primera pregunta es: ¿cómo puede ser que su visión exterior completa y el consiguiente acceso a su visita permanezcan todavía impedidos a los ciudadanos? Y las siguientes se suceden. ¿Cómo es que las autoridades municipales y regionales permiten esta ocultación de una muestra de arte que fija sus raíces en los tiempos más antiguos de la misma ciudad? ¿Está suficientemente restaurado y protegido el viejo adarve, perteneciente al alcázar de la reina María de Molina?


Ciertamente, ignoro quién es el propietario de este vestigio mudéjar. Desde la calle Estudios, ya en el ángulo con la calle Colón, se advierte que se halla junto a la iglesia de la Magdalena, pero detrás hay un colegio religioso y así mismo se halla transversal el convento de las Huelgas Reales. No sé desde dónde se efectúa el ingreso en el torreón. Entre propiedades eclesiásticas debe andar, pues, la buena torre. Desde fuera, asomando por una tapia, apenas se contempla parte de un enorme arco en ladrillo que las fotografías que han podido hacerse desde algún patio interior muestran que es de influencia árabe. Vamos, el típico arco de herradura, igualmente manifiesto en la ventana. También se ven las ménsulas de piedra que sujetaban el alero desaparecido.



Pero las preguntas que me hacía al comienzo adquieren tintes preocupantes cuando el paseante ve que una casita adjunta a la iglesia de la Magdalena se está reforzando e incluso da la sensación de que aumenta de alguna manera su altura. ¿Va a quedar taponado del todo el viejo torreón? Uno no quiere ser negativo permanentemente, pero sufre por las actitudes nefastas de propietarios y conciudadanos que no reclaman el rescate de su propio pasado. Y Valladolid, que carece de vestigios en superficie de los diferentes recintos amurallados, no está como para ignorar uno de los que le pertenecen. Salvo que la desidia administrativa, el interés entre distintas propiedades o la ignorancia sigan habitando entre nosotros.

lunes, 28 de diciembre de 2009

La esperanza perdida

Contemplar la vieja estación de La Esperanza adquiere un matiz diferente de hacerlo en verano o en invierno. A pesar de su vacío, en verano la exuberancia del ramaje de los árboles acaricia el andén y nos confieren el sueño de que la estación aún ve llegar y partir los trenes de pasajeros a Ariza. Más de doscientos cincuenta quilómetros de red viaria. En el tiempo en que acabo de hacer las fotografías, la soledad se duplica. Las hojas marchitas de los plátanos imponen una tristeza superior. Al ver el huerto de Pedro, con su higuera pelada en un ángulo, cuando lo he admirado cuidado y fructífero en el verano, se me cayó el ánimo. El abandono siempre es duro. El vacío es demoledor.

Ciento catorce años nos contemplan, aunque de ellos catorce de abandono total. ¿Definitivo? Esta vieja e inteligente línea, que fue creada en 1895 para establecer una comunicación en sentido Oeste/Este, te permitía llegar incluso a Barcelona, uniéndose por tierras aragonesas con otra red. El decaimiento lento, viniendo de muy atrás del transporte ferroviario, tanto de pasajeros como de mercancías, así como la reconversión salvaje de los ferrocarriles dio al traste con esta línea, así como con otras del país.
Lo fascinante del ferrocarril a Ariza es que atravesaba todo el Valle del Duero. Algunos de los trenes paraban en los pueblos, en los que permanecen todavía edificaciones análogas a la Estación de La Esperanza. Pero la historia está ahí. Sugiero consultar la dirección http://esperandoaltren.blogspot.com/2007/02/el-ferrocarril-valladolid-ariza-1-parte_19.html, por ejemplo. Hay informaciones variadas en internet.

¿Posibilidades de reconvertir de alguna manera el trazado? Planes, proyectos y sobre todo sugerencias, como las de la gente que ama el ferrocarril y se agrupa en ASFAVER, hay sobre la mesa de la Junta de Castilla y León, de nuestro Ayuntamiento y de los Ayuntamientos de otros municipios del recorrido. Ya sabemos que no son buenos tiempos para exponer gastos. Mas el criterio con que se utilicen las inversiones, y cómo se liguen al desarrollo de las zonas, deberían tenerse en cuenta. Aunque el recorrido rescatado atañase solamente de Valladolid a Peñafiel, con un sentido de descubrimiento, de excursión y de recreación cultural, ya habría merecido la pena. El Valle del Duero y su próspera industria del vino lo agradecerían, indudablemente. Pero nos satisfaría a todos.

Acaso fuera ésa la salvación de una vieja estación de ferrocarril como La Esperanza, cuyo hercúleo edificio, incluso algunas dependencias de ladrillo y piedra próximas, podrían esperar de verdad un renacer. Al fin y al cabo, la estación se encuentra en zona céntrica, al borde del comienzo de la carretera de Madrid, en las inmediaciones de lo que denominan Ciudad de la Comunicación en ciernes, si el pinchazo inmobiliario lo permite. Un edificio así y su entorno debería imbricarse en cualquier proyecto urbanístico nuevo, y más con la proximidad de la Estación general, a donde llega el presuntuoso AVE.







domingo, 27 de diciembre de 2009

Una geometría que eleva

Me gusta cómo ha quedado esa medianera y la fachada interior del edificio que, de hecho, es exterior. No es frecuente que en Valladolid se decoren las medianerías con motivos figurativos y menos geométricos. La mayoría de ellas ni siquiera se decoran, una capa de pintura y basta. Aquí, a mi modo de ver, cuaja tanto el color como esos triángulos por encima y por debajo de las ventanas. Estos generan unos hexágonos alargados con tonos diferentes que elevan la pared en un engaño óptico francamente logrado.

En este edificio ya longevo, pero con buenos materiales de piedra y ladrillo, el diseñador ha ennoblecido todas las paredes que no son de fachada. Incluso ha echado un buen pulso a la noble factura que ésta ha mantenido siempre. De esta manera, el edificio gana en perspectiva en sí mismo y se salva del abandono que mostraban anteriormente sus paredes.

No, no está en Viena o en Berlín y, aunque la geometría podría beber de la Bauhaus, se encuentra en la calle Duque de Lerma, junto a la Plaza de la Universidad. Hay obras que no pueden escapar al ojo del paseante y que dotan de satisfacción al vecindario. Se agradece.

sábado, 26 de diciembre de 2009

La agonía de una fuente


Si hay una imagen que rezuma más abandono en esta ciudad es la de la fuente de la calle de la Estación. No sólo abandono, sino que es la viva expresión del desagradecimiento. Durante décadas ha estado proporcionando agua, junto con la Fuente del Caño Argales, a los vecinos de San Andrés. Incluso cuando las viviendas tenían agua corriente, los cortes eran frecuentes y ahí estaba esta fuente y la del Caño Argales para paliar la situación. Aun a costa de aquellas inevitables colas de chicos y mayores con sus cubos o sus garrafas. Su suministro lleva cortado muchos años. Su imagen es un testimonio de servicio a la comunidad.

El agua de la traída de Argales pasaba también por aquí. Al otro lado de la tapia medio destartalada, las vías del tren. Y en las tripas del terreno es probable que aún permanezcan restos de un antiguo convento, el de la Merced Descalza. Tanto estos restos como los de la conducción de la fuente aparecerán cuando se lleven a cabo las obras del soterramiento del ferrocarril. La fuente de la calle de la Estación a la altura de Panaderos permanece agónica y tristona, esperando la piqueta. Una fuente muda que sólo habla a los transeúntes de edad que aún recuerdan la experiencia del caldero.




viernes, 25 de diciembre de 2009

A la manera de un Manifiesto del Paseante

A la vista de ciertas apariencias, se diría que el oficio de paseante es sólo propiedad de jubilados, de desocupados o simplemente de ociosos. Sin embargo, el paseo es ante todo una invitación, una tentación irreprimible y gratuita para cualquier ciudadano que desee abandonar por un tiempo sus obligaciones cotidianas y se deje arrastrar sugerentemente por la ciudad. O mejor dicho, por sus calles y avenidas, que son las que conducen a descubrir la ciudad. Porque la ciudad está repleta de sugerencias. Y no hay edad específica para el paseo. Todas las edades son propicias. Y cuanto más pronto se ejercite, sus descubrimientos van a propiciar más goce y conocimiento.

Las imposiciones de los tiempos actuales pretenden reconducir las formas de vida siguiendo el ya viejo patrón norteamericano. Es decir, ese eje cuadriculado que consiste en tráfico-centro de trabajo-supermercado-vivienda. Habrá quien piense que ese paisaje de ocupación se rompe y dulcifica con el gimnasio, el polideportivo, el estadio o la piscina, por ejemplo. Acaso lo único que se hace es ampliar la compra en la oferta del mercado. Afortunadamente, nuestra ciudad no es una ciudad prototípica de allende el océano. Aunque el crecimiento de un área metropolitana, que involucra a nuevos vallisoletanos de proximidad, tenga ya ciertas semejanzas donde sus habitantes corran el riesgo de alejarse del núcleo madre.

La manera de vivir forzosa, y no siempre elegida de la manera más conveniente, contempla más la ocupación del tiempo y la huída del vacío que el sano ejercicio de la desocupación. Porque pasear, además, es desocuparse. Librarse de la gravedad de las obligaciones y de los compromisos. Sentir de otra manera, más saludable y más propia, el cuerpo y el pensamiento.

Los paseantes vocacionales y los espontáneos, es decir, todos cuantos escuchamos nuestra biología íntima, invocamos otra cosa. Frente a las nuevas alternativas de ocio que, en realidad, se nos venden como actividades que obligan y agobian nuestros tiempos, reclamamos la distensión, el disfrute del tiempo sin mediar intercambio mercantil o con mínimo de gasto. Propugnamos la ocupación con mirada escrutadora de la ciudad. Pasear es también aprender a mirar. Los objetos siempre están ahí, con sus variantes y cambios, provisionales o definitivos.

El binomio tiempo obligado/ tiempo libre, de difícil y en ocasiones sofocante combinación, se convierte frecuentemente en un extraño artefacto mecánico que trata de incorporarnos a su giro monótono como hombrecillos articulados que bailan cuando se les da cuerda. Pasear sin tensiones, por el contrario, nos desmecaniza, nos desconecta, nos desobliga. Y además despierta dentro de nosotros la mirada lúdica y expectante sobre el entorno. Jugamos a la aproximación de la distancia. Miramos hacia las obras del pasado y disfrutamos lo salvado de una herencia fecunda que no todas las épocas de nuestra ciudad ni todos sus gobernantes supieron respetar y trasladarnos.

El relieve de la foto, tomado de la puerta de un establecimiento de la calle del Val, muestra al peatón apresurado que ya se afirmó en el pasado siglo. Hoy, ese híbrido que combina carrera de coche y carrera de pies sin tomarse un respiro, debe elegir antes de que el estrés y la atrofia le sentencien.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Ramo o cuerno de la abundancia

Que la ciudad sorprende a quien busca la sorpresa, no cabe duda. A veces vas por la calle y te asalta una chica de una oenegé para hacerte socio, por ejemplo, o un recogedor de firmas para una causa noble, se supone. Pero eso ya no es nuevo. Lo nuevo es que te fijes de repente en que te ofrecen un ramo de flores desde una puerta con cerca de noventa años, ante la que habrás pasado ¿cientos, miles de veces? Un ramo que podría ser un cornucopio. En ambos objetos hay gratificación, dones y abundancia. Quédate con lo que te guste. Muy propio también para estas fechas que tanta gente celebra como el no va más. Como si lo siguiente, el día a día, te lo concedieran satisfactoriamente por añadidura. Y es que perseguimos la vida como si fuera el cuerno de la abundancia y no hubiera que pagarlo a cuenta. No está mal. Pero la mayoría de las veces nos tenemos que conformar con el ramo. Y ya es bastante.

Este obsequio en forja pertenece a la decoración de la puerta de un edificio interesante de la calle Gamazo. Una de las pocas muestras del llamado movimiento Deco. Merece la pena contemplar la fachada desde la acera opuesta y los cuerpos que constituyen el edificio. Yo no me pude resistir al forjado de la puerta. Los ramos tenían tanta fuerza expresiva que no pasaron desapercibidos. Y motivos análogos, los hay en abundancia en Valladolid. Irán desfilando, sin aire marcial, más bien entrañable, por el blog de este curioso.


















miércoles, 23 de diciembre de 2009

De paso a nivel a puzzle

Érase una vez un paso a nivel muy viejo. Tantos años tenía de ferrocarril, que el paso estaba decrépito. La gente pasaba mirando o no las vías, los atrevidos desafiaban las barreras, los coches daban botes. Cuando iba a llegar un tren las barreras paralizaban a todos. Los minutos se hacían infinitos y los nervios cundían. Porque a veces tras un tren venía otro u otro. Una aventura. Y sin embargo, la aventura se había iniciado hacía tanto tiempo, con ilusión y esperanza. Porque si el Barrio de la Esperanza, incluida el monofamiliar La Farola, se llamaba así era porque tanto los Talleres del Ferrocarril y la Estación Campo Grande , así como la instalación de la Azucarera Santa Victoria, venían a fundamentar una especie de optimismo sobre el desarrollo de la ciudad. Se concebían esperanzas de prosperidad para esta zona hacia el Sur de la ciudad.

Pero el paso era eso, una manera horizontal de cruzar las vías, un modo de salvar barrios que iban naciendo, como una prolongación del efecto de los Talleres de la Compañía del Norte. Barrios que luego crecieron y por último se consolidaron. Se afirmaron tanto estas nuevas zonas residenciales que no hace muchos años el paso empezaba a ser denigrado por los vecinos y por los automovilistas. En otras zonas de la ciudad se abrieron túneles para facilitar el tránsito. No sé si porque este punto era angosto, entre la Azucarera Santa Victoria y las viviendas inmediatas del Camino de la Esperanza, o por qué, pero no hubo nunca manera de disponer de otra solución que no agobiase y arriesgase tanto a todo el mundo.
Y en esto llegó el AVE, apenas año y pico o dos años. Y la solución dejó, de momento, de serlo. Con su llegada en superficie a la estación Campo Grande, el recorrido tenía que estar vallado, protegido y aislado. Por el bien del AVE, sobre todo. Y el paso se acabó. Para los coches desapareció totalmente. Para los peatones, los que van a trabajar al Polígono Argales o se dirigen a algún destino entre Carretera Madrid y Las Delicias y Zona Sur, se levantó una macroestructura aérea de metal, todo vigas y rejas, donde la sensación de aprisionamiento obliga a recorrerlo lo más rápidamente posible. Los vecinos le llaman la Pasarela. Pero más parece un puzzle que un paso elevado o una pasarela.

Se supone que con el soterramiento de las vías, todo obstáculo en superficie desaparecerá. Ojo, todo no. La circulación rodada es siempre una barrera incómoda y arriesgada, sobre todo si no se planifican y diseñan bien las calzadas. Qué buena ocasión sería ésa para desarrollar una línea de tranvía que uniera lo más alejado de la Zona Sur con lo último de la Norte. Barrios como Covaresa y Parque Alameda, Arturo Léon, La Rubia, La Esperanza y Paseo de Zorrilla, parte del Centro, Carretera Madrid, Delicias, Circular, Vadillos, Pajarillos, Pilarica...es decir ¡más de media ciudad! Podrían quedar conectados con un sistema rápido, cómodo y no contaminante. Otras ciudades lo han logrado. ¿Por qué no la nuestra? Es una cuestión de criterios, de decisión inversora y de apuesta de futuro. El alcalde en activo no está por la labor. Pero un proyecto tan interesante, provechoso para la ciudadanía y avanzado para los tiempos que lo exigen, ¿tiene que depender de una figura efímera? Tal vez el tan traído y llevado arquitecto Rogers, que debe estar planificando la solución del ensanche de futuro, los terrenos de los antiguos Talleres de RENFE, tenga una visión más adecuada.

La sensación al tomar esta especie de puente de La Esperanza es chocante. Configura un avance y retroceso, que para sí querrían las composiciones musicales. Al vallisoletano que no se haya acercado nunca a este punto las fotografías le despistarán. Sí, son un puzzle. ¿Hay alguien capaz de casar las piezas?


martes, 22 de diciembre de 2009

Los vivas de la tolerancia


Me gusta esa porción de ciudad rompedora. Que la hay. Esos iconoclastas que rompen las imágenes deformadas de su espejo. Esos ciudadanos que salen del cascarón, para descubrir que hay vida más allá de nuestro cigoto. Esas gentes que se sienten ciudadanas del mundo. Esos paisanos que se encuentran a gusto cuando van a otras urbes, a otras regiones, a otros países, a otros continentes. Esos hermanos que respetan los lugares que visitan y respetan a los que nos visitan. Esas personas que quieren saber del otro y que descubren su mundo a aquél que quiere interesarse por uno. Esos que acogen a otros, vengan de donde vengan. Esos que extienden los brazos para tender puentes. Esos que extienden sus palmas para estrechar otras manos. Esos que borran fronteras. Esos que desbordan los límites. Esos que escuchan al otro para aprender del otro. Esos que hablan a los de afuera para que sepan de nosotros. Esos que sienten a los ajenos como propios. Me gustan esos vallisoletanos que entienden que nuestra ciudad es ciudad abierta. Y los que aceptan la tolerancia. Y los que arrancan a nuestras mentes de los colores grises. Y los que transmiten generosidad. Y los que invitan al apoyo mutuo. En fin, que me gustan los heterodoxos, porque de ellos resultará la riqueza de las comunidades humanas.

(Chocante encontrar la pintada de la fotografía en una calle del centro de la ciudad. ¿Exponente de todo lo que comento o simple boutade de un barcelonista que quiere hacerse notar?)



lunes, 21 de diciembre de 2009

El bosque nevado

La madrugada prendía lenguas de nieve sobre las calles. Lo sé porque me levanté casualmente, y me dio por mirar a través de la ventana. Luego me acordé del Campo Grande, y en el aspecto que podría adquirir bajo la coposidad. Tenía que ir cuando amaneciera hasta él, como fuera. Es donde más belleza adquiere la nieve acumulada. Como si los árboles caducos, las hojas persistentes y aún verdes, y la nieve reciente firmaran un pacto transitorio y efímero que no había que perderse.

El tráfico, ya intenso de par de mañana, estaba enloquecido. Los autobuses tenían una avería en su sistema informático y no sabías qué autobús iba a tal destino o a tal otro. Las aceras amagaban hielo y escarcha, según fuera el tránsito de viandantes. Al final me decidí por ir a pie. La temperatura era ascendente y llovía. Aquella nieve prometía escasa duración. Temí lo peor.

Y lo peor era que el Campo Grande no estuviera lo suficientemente impregnado de la nevada. No me importaba. Un paisaje totalmente cubierto de nieve no es un paisaje. Es otra cosa. La nieve lo tapa todo y no sabes dónde estás. Yo buscaba un paisaje donde la nieve no ocultara las señas de identidad del lugar. No importaba que no fuera excesiva. Quería el contraste, pero a la vez, la visualización del territorio.

Pero la lluvia iba deshaciendo más deprisa de lo que pensaba la capa blanca. No obstante, estimulado por la grandeza y la soledad del parque, me dejé llevar. El agua del río, mansa y especular, en un tris de helarse. Los patos y gansos se reunían en consejo a la orilla del lago. Veía algún pavo real subido a un árbol fecundo, del resto ni señas. Las estatuas de los ilustres, con su coronilla pertinente. Pensé en el sotobosque y en la humedad beneficiosa que le hará fructificar. Pensé en las raíces de los árboles bebiendo insaciables. Pensé en la importancia de lo acuático, en sus maneras lentas y profundas de rozar la superficie de la tierra y penetrar por sus poros. Pensé, en fin, en que no sabemos lo que tenemos. En que acaso despilfarramos lo fundamental para colgarnos de lo secundario. Entiendan que me enrede tanto en este parque nuestro que vivo como un bosque.