diario de un vallisoletano curioso

lunes, 31 de mayo de 2010

Los jardines salvajes (y espontáneos)

Me gustan los jardines salvajes. Flores salvajes, yerbas salvajes, arbustos salvajes. Lo espontáneo. La mayoría de ellas sin planificación alguna. Tal vez algún árbol fue introducido voluntariamente en alguna época por los pobladores del entorno en función de unas casitas o de un camino o de una estación ferroviaria. Y esa vida improvisada, todo ese tipo de flora que no pide permiso para establecerse y que toma los solares abandonados o invade vías de tren obsoletas, resiste. No sólo aguanta. Fructifica, ocupa, se expande. De acuerdo en que no son lugares en principio apetecibles para pasear. Hay cascotes, amasijos, basuras, animales muertos. No se trata de un paisaje acorde con los cánones de diseño de los parques y jardines urbanos. Están en extrarradios, o en zonas habitadas pero que han quedado en algún terreno desocupado y pendiente de recalificación o simplemente prestos a ser domeñados por la nueva urbanización. Son espacios sine die. Pero de eso no entiende la fronda salvaje. Tal es el caso de ciertos terrenos inmediatos a la Estación de Valladolid/ La Esperanza, junto al camino de ídem, en lo que fue el trayecto ferroviario de la línea de Ariza.



2 comentarios:

  1. El contraste entre lo obsoleto, que rezuma oxidación, pero también nobleza (eran depósitos de agua para las locomotoras) y el florido vergel forman una aleación curiosa. Algo así como un matrimonio entre arqueología y naturaleza salvaje. Simbiosis, diría yo.

    Besos.

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