Me gusta encontrarme con espacios murales preñados de carteles. Cada vez hay menos espacios y menos carteles. De aquéllos porque el ayuntamiento no los permite y de éstos porque son demasiado caros para el común. Sólo potencias como la Junta suele hacer un ejercicio desmesurado. Y efímero. ¿Os habéis dado cuenta de que la mayoría duran un día, cuando apenas unas horas?
Me gusta que los carteles hagan más acogedoras las paredes de las casas en obras, los pasos provisionales bajo los edificios en rehabilitación, los solares abandonados. No me gusta que el cartelismo reivindicativo y social casi se haya perdido y que el que existe sea cutre, excepciones aparte. ¿O es que no hay mirada hoy día para este tipo de expresión? Me gusta que el mensaje llegue por un sistema antiguo y hoy bastante en decadencia. En este caso de los carteles de la calle Dos de Mayo se venden actos denominados culturales. A veces resaltan más los intérpretes, a veces los autores. Monteverdi mira cual Ulises en busca de Ítaca a Angelica Kirchschlager, que no es Penélope, sino la intérprete de otro día y de otra obra. La socialización del consumo de la cultura es así.
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