diario de un vallisoletano curioso

domingo, 7 de febrero de 2010

Y Mercurio se quedó aquí...

Se diría que Mercurio, el mensajero de los dioses, se hubiera quedado aquí, en esta avenida entrañable que es el Pasaje Gutiérrez. Y que el florentino Juan de Bolonia nos hubiera legado un clónico de su obra. Y de alguna manera es así, si así nos lo creemos. ¿Quién que no atraviese con frecuencia el Pasaje Gutiérrez no se ha parado ha contemplarlo en alguna ocasión? Pero la perspectiva de su figura cambia según y cómo la mires.

Yo he querido mirarla en su ascensión. Entonces es otra cosa. Mirado de paso normal el Mensajero parece que emprende el vuelo, con las alas en sus talones y en la proa de su casco. Hasta aquí la misma representación que el Hermes original del escultor florentino. Pero nuestro Mercurio, ubicado en el centro de la rotonda del pasaje, empuña una antorcha que deviene en lámpara y la visión es ascendente, hacia la cúpula acristalada.

¿Qué mensaje se reconvierte en el Pasaje Gutiérrez de aquel personaje que transciende lo mítico? ¿Qué adecuación de la representación del original tiene lugar aquí? Uno no cree en la caída de las cosas porque sí. Ni en la elección casual de una figura como ésta para convertirse en el eje decorativo del hermoso corredor comercial. El Pasaje Gutiérrez, al que pienso dedicar otras entradas sobre detalles de los que se nutre, es una obra urbanística y arquitectura genial de 1886. Por supuesto, bebe de la moda de los pasajes comerciales a lo grande de París, que luego se extendieron por otras ciudades europeas.

Si otros comerciantes prósperos como el tal Gutiérrez, promotor y constructor de esta galería, hubieran tomado nota, Valladolid habría ganado más. Al menos, así debió pensar el Sr. Gutiérrez. ¿Es lo que él quería ver en ese impulso del Mercurio hacia el cielo? ¿El despegue económico de una ciudad tardía en incorporarse a los tiempos?

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