Concebida y construida en 1935 para la refinería de aceites Hijo de Agapito Peral, luego Hipesa, es un edificio racionalista espléndido. En una ciudad que ha perdido tanto del pasado de siglos, y nunca me cansaré de repetirlo, no deja de ser sorprendente que estemos consiguiendo mantener arquitectura de una época del siglo XX. Semejante al Matadero viejo, a la fábrica Tafisa, al cine Roxy o a las viviendas de la calle Málaga. La Casa del Barco se ha salvado del expolio al precio de quedar oculta. El cambio de uso de los terrenos y el consiguiente del edificio, hoy es sede de la Concejalía de Salud, Medio Ambiente, Parques y Jardines y otros.
Del color grisáceo inicial ha acontecido en este ocre rojizo, que no me disgusta. Es la disposición de tonalidades de color, y no la ornamentación, lo que caracteriza la arquitectura racionalista. Así como la disposición en pabellones, en criterio de crecimiento horizontal, con formas geométricas simples. Las cubiertas suelen ser planas y los materiales rompedores con que están hechas este tipo de construcciones de las primeras décadas el siglo pasado son el acero, el vidrio o, como en este caso, el hormigón.
Esa forma de barco, resaltada acaso por las ventanas en ojos de buey, está formada por una parte central, rectangular, donde abajo se ubicaba la refinería y en el piso superior las oficinas, y por los extremos dos alas redondeadas lo flanquean; allí se instalaban almacenes y viviendas. Desde luego, el edificio se concibió para que la entrada fuera por la calle Recondo. Hoy día, para llegar a esta víctima de la metamorfosis inmobiliaria hay que penetrar por el pasadizo de un moderno bloque de viviendas en García Morato. El coste de una supervivencia por los pelos, probablemente.
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