No me parecía justo mostrar en exclusiva al Mensajero audaz en medio de la rotonda del Pasaje. Allí, siempre emprendiendo un vuelo enigmático, a través de la luz o de las tinieblas. Pero no está solo. Las Cuatro Estaciones vigilan su insuperable destino de correveidile de los dioses. Y de paso le miman. Bajo su materia de terracota, las Estaciones exhiben los atributos que las vinculan con las labores del hombre.
Simbolismo antiguo, no hay que olvidar el marco geográfico. Si bien Valladolid a finales del siglo XIX ya se había entregado sobradamente a la Revolución Industrial y a los mercados emergentes, no obstante las Estaciones marcan la representación iconográfica de una tierra eminentemente agrícola en aquellos tiempos. Obsérvense los aperos y los frutos, en las estatuas que no han sufrido amputaciones. Envueltas en sus vestidos al gusto grecorromano, las gráciles figuras sonríen de modo un tanto difuso y altivo desde sus pedestales. ¿Y quién se atreve a toser el poderío de las Cuatro Estaciones de la vida de los campesinos?
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