Lo bueno de refugiarte los días de lluvia es que puede tener su recompensa. No sólo que no te mojes, sino que te sorprendas en un portal de los que no se llevan. Claro que hay gente que puede introducirse en tropel en la casa y no enterarse de nada. Evidentemente, hay que mirar al cielo. Al cielo raso, se entiende. Allí las imágenes son oníricas. Y las alegorías de dejarte con la boca abierta.
Estos estucos de una casa de la calle Platerías no tienen pérdida. La forja de la barandilla de la escalera, tampoco. El dragón que vertebra el comienzo de la escalera es una maravilla. El aire modernista de la puerta interior sorprende. Y hay más detalles. Es un ejemplo de ese Valladolid oculto que, por cierto, no se halla en buen estado del todo y debería recuperarse. De momento, los portales no entran en las rutas turísticas, pero ¿por qué no incluirlos? Hay unos cuantos y a los primeros que habría que mostrárselos es a los propios indígenas. Yo lo cuento aquí como incentivo.
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