diario de un vallisoletano curioso

viernes, 23 de abril de 2010

Los libros en el Campillo

Los ojos bien abiertos. Buena señal. La biología escribe con renglones que sólo él debe saber leer. Una tarea de toda la vida. Ahora es un tanteo. Ya ha empezado el aprendizaje. Luego vendrán nuevos signos, nuevos medios, nuevos significados. En plena época de cuestionamiento del libro frente a los soportes de otra materia. El niño abre bien su mirada, aunque no sepa dónde dirigirla más allá del hombro de su padre. Otros niños observan curiosos el trajín. El libro sigue siendo objeto poderoso. Infunde a medias atracción y respeto. Pero todo lector sabe que en él encuentra puertas abiertas para la libertad. Para el goce íntimo. Incluso para el conocimiento de sí mismo.

El viejo Campillo de San Andrés o Plaza de España tenía hoy abarrotada parte de su marquesina. Mutación. De mercado de frutas, verduras y flores de las mañanas laborables a puestos de género lectura. Allí, apelmazados, los libreros han expuesto su mercancía. De paseo, encuentras a unos cuantos amigos o simplemente a gente receptiva que se despoja de la sequedad que califica al vallisoletano. Los organizadores del gremio de libreros se han traído de Salamanca a Luciano G. Egido para el ritual de firmas. El ritmo de un conjunto musical pone su punto. El público gira cuadrangularmente en torno al perímetro. Dan ganas de quedarse todo el día, deambulando.

Los ojos bien abiertos para recibir. Los ojos bien cerrados para disfrutar.


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