Cuánto me gusta este tipo de patios, y en concreto el que saco aquí de los Villena. Y hay unos cuantos de este estilo en Valladolid, de allende el siglo XVI. Más los que han sufrido travestismo de manos de arquitectos desaprensivos. Más los desaparecidos por causa de la maldad, la ignorancia y de la avaricia, como una de las facetas de la dictadura franquista. Criaron cuervos y la especulación inmobiliaria y la falta de apreciación del patrimonio histórico nos sacaron los ojos a todos en este territorio. En otros aspectos, ya se sabe más ampliamente.
Pues bien, el Palacio de Villena, parte del Museo Nacional Colegio de San Gregorio, hoy día ha recuperado una belleza inusitada. Un tanto liviana, acaso, en el patio, aunque esa especie de recuperación de la luminosidad enaltece su forma. Aún recuerdo su antiguo y siniestro uso como sede del Gobierno Civil entre 1939 y la Democracia. Entrabas en un espacio lúgubre, donde el arte permanecía relegado e ignorado. No entrabas, por lo tanto, a contemplar un tiempo, una arquitectura y un arte (a quién se le iba a ocurrir) sino por algún motivo menos grato. Había grises (antigua policía gubernativa durante los cuarenta años tristes) por todas partes, y luego funcionarios aburridos de bigotito y aspecto severo.
Así que contemplar con libertad el patio es redescubrir la historia. La del momento en que se alzó el edificio. Buscas un ángulo y lo sigues y persigues desde lo menor a lo mayor, desde la base hasta la altura. Te recreas en la simetría de columnas que se erigen unas tras otras, o en paralelo. Te imaginas la palmera sosteniendo el edificio (no tanto como en San Baudelio de Berlanga, por supuesto, en absoluto) Mas buscas la sensación, la sugerencia, el placer de la ficción. ¿La tuya? Sí, también, pero sobre todo la de los ojos clínicos que diseñaron estas arcadas de orígenes italianos y renacentistas. Contemplad aquí, en lo virtual, y pasaros por el edificio. No están hechos los monumentos para el turista accidental, sino para los aborígenes que tenemos aún que mirar y aprender de ellos. Ése sería el mejor precio por lo que hemos heredado.
Patios como el que fotografías demuestra que sencillez y armonía son buenos aliados. Valladolid debió tener una buena lista de edificios como éste, pero desgraciadamente muchos de ellos desaparecieron. Algunos se han restaurado, o mejor dicho, reconstruído piedra a piedra, perdiendo la gracia, pero al menos gracias a ellos aún nos hacemos idea.
ResponderEliminarBuen montaje fotográfico.
Elvira.
Muy bonita esta entrada, que da tanta calma y placer.
ResponderEliminarTal como dices, Elvira. La verdad es que la cámara sirve para apreciar con un ojo más detallista lo que nos rodea. Pero justo antes de apretar el disparador. Una intuición que nos guía. Ir más allá del ojo que cree ver.
ResponderEliminarGracias por pasarte.
Casilda, si es así pues objetivo logrado. Ciertamente que los elementos arquitectónicos, si están bien dispuestos, nos transmiten sensaciones placenteras o relajantes o acogedoras. ¿Lo sabían los arquitectos cuando levantaron este tipo de edificios? Supongo que sí, y sus contratadores de amplios posibles económicos no te cuento. Lo tenían clarísimo.
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