diario de un vallisoletano curioso
viernes, 4 de junio de 2010
Secuencias para completar la escultura
Me encanta la inocencia iconoclasta de los niños. Ese tomar el pulso a las esculturas de calle. Darlas otro valor. O tal vez, como en este caso, desarrollar su valor. La bicicleta de la plaza de Santa Cruz podría ser una estatuaria más perdida entre verdores y tráfago de gentes. Que pasa desapercibida a la ignorancia de los adultos. Pero los niños se encargan de reubicarlas. Los niños rompen la rigidez y la seriedad de las obras. Ya no es un mero objeto paralítico. Ese sentido del homenaje o de la alegoría que tienen casi todas las esculturas se deconstruye, afortunadamente, por arte de las manos, las piernas y el esfuerzo de los niños que tratan de subir a ellas, o de colgarse. Pequeños demiurgos revoltosos, con sus juegos las conceden vida.
Yo creo que esa confianza del niño respecto a la escultura completa el ciclo que dejó abierto, probablemente, el escultor. La obra de arte se queda siempre limitada, incompleta. La obra espera de los ojos del espectador una identificación y una aportación más al ciclo siempre insuficiente. Pero nada como la llegada del niño, que con su estudio particular de la obra -pura dinámica- otorga un sentido a caballo entre la realidad y la ficción. El niño pone el eslabón perdido mientras juega con ella. Refuerza el ritmo de la estatua de acero. El niño reivindica con su movimiento imparable y travieso la dinámica rígida de la bicicleta-exhibición. La pone en marcha. El asombro.
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Es vivo , como una culebra.
ResponderEliminarEsta muy guapeton.
Es lo que dota de sentido a los elementos callejeros, por ejemplo.
ResponderEliminarSin ellos. Sin sus risas y sus ganas de vivir, casi nada tendría sentido.
ResponderEliminarUn abrazo al peque. Es muy guapo.
Anuska
Es verdad. Se lo transmitiré, Anuska. Gracias.
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