Los monumentos están repletos de detalles. El turista accidental puede quedarse con una visión superficial de la ciudad, de sus edificios y de sus calles. El viajero vuelve una y otra vez a los espacios que recorre y los escruta. Pero esto mismo podría aplicarse al ciudadano común. Al paisano que andará una y otra vez de aquí para allá. Hay un tipo de conciudadano que se pasará toda la vida pateando sin advertir los detalles. O si por un instante fugaz se fija no le da en pensar y menos indagar en ellos. Y existe otro tipo de vecino más curioso y receptivo que se dejará sorprender y, si puede, tratará incluso de indagar sobre el significado de las cosas.
No es fácil. Yo mismo acabo de descubrir una imagen que la he tenido siempre ante las narices, o mejor dicho ante las pantorrillas. He jugado al escondite en el Pasaje Gutiérrez, he jugado al futbolín y al billar en el amplio salón que había donde está ahora el Pigiama, me he reunido con gente en alguno de los pisos para aquellas lejanas actividades de juventud, he escogido a propósito miles de veces este corredor para acortar o, mejor aún, para disfrutar de él. Lo he visto deteriorado, desconchado, abandonado, prácticamente sin habitar sus locales comerciales, pintado una y otra vez, más o menos recuperado una y otra vez, y he visto pasar un desfile de comercios y bares con mejor o peor suerte en los últimos años.
En resumen, el Pasaje está repleto de alegorías, símbolos y tiene en sí el empaque en pequeño de las grandes galerías milanesas o parisienses o moscovitas que se desarrollaron a finales del siglo XIX. Es un lujo para la ciudad y para los ciudadanos que no sé hasta qué punto saben y quieren valorarlo. Y hete aquí que fijándome en las hojas de las puertas de rejería que abre y clausura el pasaje descubro en la parte baja opaca y de un gris oscurecido un relieve fascinante. Indudablemente se trata de un jabalí hembra amamantando a sus jabatos. Al menos esto me parece, ya que el color y la disposición de la imagen no propicia una buena visión.
¿Qué representa? Ahí es donde mi descubrimiento se queda sin satisfacer. ¿Por qué los autores de las puertas eligieron un tema tan aparentemente extraño en una urbe como la nuestra y en un siglo que se pretendía ya de una cierta modernidad? ¿Es una representación que hunde sus raíces en la iconografía del románico? ¿O se trata de alguna alegoría sobre la actividad emprendedora con la que la frustrada burguesía vallisoletana trataba de ensalzar su misión de desarrollo industrial y en general económico de la ciudad? De cualquier manera, la belleza del icono es de pararse, agacharse y mirar. Los detalles nunca son en vano y sirven también para que nos recreemos.
Necesitamos más personas como usted, observadoras y curiosas, pero vamos por la ciudad que parece que nos persiguen.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Anónimo, gracias por mirar el blog. Pero usted también puede ser una persona interesada, atenta y que busque el disfrute de lo que nos rodea. Pruebe a ello.
ResponderEliminarY tiene razón, vamos por la calle ensimismados y poco receptivos a lo que se nos brinda. Pero es posible ver. Si este blog estimula a observar y contemplar lo que hay habrá merecido la pena.
Estoy seguro que usted se siente animado a ello.
Un cordial saludo y vuelva cuando quiera. Se admiten opiniones.