Me pregunto si el alcalde será accionista de la Electra, que se decía antes. Pero no sé si por descuido, para favorecer el beneficio de las eléctricas o por celebrar la entrada de año con despilfarro, el caso es que el día de Año Nuevo todo el entorno de la Magdalena y las Huelgas tenía las farolas encendidas todavía a eso del mediodía. La sensación de gasto inútil repelía un poco al viandante. Pero ya sé: se me dirá que son de bajo consumo las bombillas. Siempre hay una explicación para todo, menos a la hora de pagar las facturas. Y también habrá otra explicación. Que la subida de las tarifas eléctricas (escandalosas y alevosas, por otra parte) cuenta con el beneplácito de la otra administración, la del Estado. Últimamente pasa mucho eso de no asumir las propias responsabilidades y hacerlas recaer en el otro.
Dejemos de lado la crítica y centrémonos en otro punto de vista. La estética producida por ese maridaje entre farolas y árboles no me disgustaba. Desde luego, causará más impacto y misterio por la noche, no lo dudo. Y con niebla, el aire de otro tiempo y otra ciudad está garantizado. No sé si se puede sacar más juego a este rincón peatonal que se forma en la confluencia de los dos templos. Muchos lo hemos conocido de puro polvoriento y sucio barrizal hasta hace escasos años. Es un espacio que juega a ser medio parque, medio plaza, sin llegar a ser ni uno ni otra. No es suficiente espacio para conformar con entidad ni una plaza ni un parque. Y el entorno es duro: los muros de dos iglesias seculares, una de las cuales rezuma bastante envejecimiento, y enseguida la calzada y enfrente el edificio de la Facultad de Medicina que no pega ni con cola con el entorno. Pero Valladolid es así. Y el paseante es benévolo también y busca el valor de lo pequeño. Más si lleva la cámara fotográfica en ristre.
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