diario de un vallisoletano curioso

sábado, 26 de mayo de 2012

La abducción de Albert Vidal


Extraño encuentro callejero. Una masa lenta, adusta y silenciosa avanza por las calles del centro histórico. Diríanse zombies, diríanse abducidos, extraños seres que solo sus vestiduras y aderezos hablan de que pertenecen a nuestro entorno. El cortejo va flanqueado por hombres y mujeres jóvenes haciendo sonar tambores de manera acompasada. Pura percusión, un ritmo medido, dirigido por alguien que desde el golpeteo de su caja china ordena un cambio de regularidad y algo más. Una parada. La gente que va en esta procesión se detiene, se gira, elige a otro donde fijar su mirada. El tiempo de permanecer así es corto, pero intenso. Quienes se han emparejado visualmente por unos instantes apenas pestañea. Se penetra con la mirada, se sostiene, se echa un pulso, se interroga. Un enigma qué pensará cada cual. De nuevo se reordena el sonido y la marcha. Un personaje dirige discretamente, o mejor, controla prudentemente y a distancia el orden del paseo silencioso. Albert Vidal, envuelto en su gabardina blanca y en su habla acogedora.  

La marcha concluye en una segunda parte, dentro del Patio Herreriano, donde Albert Vidal realiza una serie de invocaciones telúricas. Donde la gente cierra los ojos, realiza ejercicios de respiración, se abandona, exclama. A mí me gustó más el recorrido callejero. El ejercicio esotérico del Patio Herreriano no superaba la fuerza de la gente mirándose a los ojos. Una experiencia este perfomance que ha merecido la pena, como parte de la semana de Teatro de Calle.  




















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