Sólo una vez pisé esta casa. La mordedura de un perro callejero, sin mayores consecuencias, me condujo a ella. La recuerdo vagamente, como poco alegre (todos los centros sanitarios eran tristes cuando no lóbregos) y dotada de medios limitados para meras curas de urgencia. Pero fue una institución en la ciudad durante décadas. No me cabe duda de que una abundante chiquillería pasó por ella, por efecto de las pedradas que se sacudían los escolares en las calles.
No sé si es porque estoy acostumbrado, pero cada vez me gusta más el ladrillo. El ladrillo de otras épocas, se entiende. Cuando tanto la factura del material como la manera artística de colocarlo por parte de los albañiles eran arte. La antigua Casa de Socorro, servicio e institución desconocida para las nuevas generaciones, aúna ese trabajo esmerado del ladrillo con la cerámica del rótulo y del escudo. Uno no es muy propenso a los escudos, y bien idos sean los tiempos de los linajes y de las noblezas. Pero éste de la ciudad, de principios de los años 30 del siglo pasado, tiene su empaque. Las llamas o los jirones del emblema y el adorno en arpa que rodea su cuerpo principal le concede más alegría que las formas rígidas y belicosas que unos años después iban a imponerse en las decoraciones oficiales de la ciudad.
Hoy este edificio, ubicado en la calle López Gómez, es una de las Bibliotecas Municipales que cunden por distintas zonas de Valladolid. Centrada ésta en libros para niños y jóvenes, funciona desde hace unos quince años. De cualquier manera, sigue siendo una Casa de Socorro, cuyos auxilios, obviamente, van dirigidos a la mente lectora. Una buena recuperación, oportuna y espléndidamente orientada.